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Turquía muestra que Europa no es su sitio

"La democracia es como un tranvía"
Michael Rubin
jueves, 23 de octubre de 2014, 07:35 h (CET)
Ha sido el sueño histórico de los turcos liberales la adhesión a la Unión Europea, y muchos diplomáticos estadounidenses siguen repitiendo el mantra de que la adhesión de Turquía a Europa sería bueno para Europa y para Turquía en la misma medida. Hace una década, desde luego habría convenido con ellos. El razonamiento consistía en que la población activa turca habría podido relanzar la anémica actividad económica de Europa, al tiempo que la adhesión europea habría dado a Turquía el empujón definitivo al bando democrático liberal.

Aunque muchos europeos consideraron al ejército turco el obstáculo a la democracia de Turquía - y, hasta cierto punto, lo fue - socavar su influencia también desmanteló el único mecanismo de reparto de poderes que tenía el país. Dado que los diplomáticos estadounidenses y las organizaciones no gubernamentales que jaleaban el debilitamiento progresivo de la influencia castrense no insistían simultáneamente en levantar un contrapeso alternativo a la dictadura, al Presidente Recep Tayyip Erdoğán le fue servida la ocasión. "La democracia es como un tranvía", comentaba de forma humorística en una ocasión. "Viajas hasta la parada que quieres, y luego te bajas". La política estadounidense y europea sencillamente detuvo el tranvía, así que en lugar de darse de bruces contra el frío asfalto, Erdoğán pudo apearse sobre almohadón de plumas, ego herido, mientras prescindía de la democracia.

Pero, por corrupto que parezca, Erdoğán no es un megalomaníaco, motivado sencillamente por la avaricia: Él es un ideólogo. "Alumbraremos una generación religiosa", afirmó Es un islamista desenfadado, decidido a imponer sus interpretaciones y su criterio religioso al prójimo. Los musulmanes — o los musulmanes sunitas por lo menos — no pueden causar ningún mal en su febril mentalidad. Es la razón de que pretendiera exculpar la campaña genocida del Presidente sudanés Omar al-Bashir en Darfur, y de que haya apoyado y defendido a Hamás y de que se haya relacionado hasta con al-Qaeda. Para Erdoğán, si el terrorista es musulmán y la víctima no, simplemente no es terrorismo.

El ejemplo más reciente demuestra que si Erdoğán ha de elegir entre el estado de derecho y la solidaridad confesional, elegirá lo segundo.

Allá por 2013, un joven holandés de extracción libanesa intentó asesinar a Lars Hedegaard, un columnista de prensa que venía siendo muy crítico con el islam. Posteriormente abandonó Dinamarca con destino a Siria, pero hace seis meses fue detenido en Turquía. Dinamarca venía solicitando su extradición para presentar cargos. Ahora se conoce que "ha desaparecido" bajo custodia turca. En lugar de dejar que se enfrentara a los cargos en Dinamarca, parece que Erdoğán le habría puesto sencillamente en libertad, tal vez parte del "intercambio de reclusos" que inspiró Turquía para obtener la liberación de los trucos retenidos por el Estado Islámico en Mosul. He aquí la crónica de Reuters. El gobierno británico también ha indicado que Turquía habría puesto en libertad a fundamentalistas en busca y captura en el Reino Unido.

Todos estos extremistas volverán a matar. Los apologistas de Turquía - o tal vez quienes cambian de postura para conservar sus contactos con Turquía - dirán que Turquía simplemente está defendiendo sus intereses al llevar a cabo un intercambio de prisioneros. Son tonterías: Turquía podría haber devuelto a estos extremistas mucho antes de que los rehenes hubieran sido secuestrados al principio. Por ejemplo, el caballero en busca y captura por el asesinato frustrado en Dinamarca llevaba dos meses bajo custodia turca antes de que el Estado Islámico secuestrara primero a los rehenes turcos. Erdoğán ha tenido que elegir en múltiples ocasiones - una elección sin ningún precio para su persona o para Turquía: Podía respetar el estado de derecho, o podía blindar a los fundamentalistas violentos decididos a matar. Optó por lo último. La supeditación de la ley al programa sectario por parte de Turquía debería poner punto y final para siempre a la idea del país como socio de la Unión Europea.

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Acabaré estas columnas sobre lo poco que puede ofrecer la izquierda política a nuestro país con el último de sus horrorosos cinco mandamientos. Este quinto mandamiento es tratar de imponer siempre la propia opinión y la propia doctrina acusando al adversario de derechas de ser incapaz de diálogo por no aceptar su imposición.

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Esta naturaleza herida requiere sanación; el árbol de la vida hay que sustentarlo entre todos y sostenerlo con abecedarios de concordia, antes de que las desavenencias nos rompan los vínculos fraternos y el odio se avive por todas partes, disuadiendo cualquier esperanza viviente que nace del amor y se funda en el amar.

 
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