El origen de los achaques económicos de Oriente Próximo
Lo admito, llevo algo de retraso en mis lecturas, pero el ensayo de
Dalibor Rohac para The CATO Institute “La mano muerta del socialismo: la
gestión pública del mundo árabe” es una lectura obligada para cualquiera
verdaderamente interesado en la estabilidad en Oriente Próximo, o que
vaya más allá de los intercambios costumbristas “autocracia versus
teocracia” en Oriente Próximo al examinar el motivo de que ambos
extremos tiendan a salir en la práctica tan mal parados.
De hecho, mientras que hace un par de décadas Oriente Próximo estaba al
nivel de la mayoría de las economías asiáticas y muy por encima del
África Subsahariana, las economías árabes hoy se han descolgado de sus
homólogas asiáticas septentrionales y podrían acabar muy pronto a la
cola, a medida que el desarrollo económico estable eche raíces en el
África Subsahariana, temores al Ébola en África Occidental aparte.
Rohac afirma claramente y con profusión de pruebas que "la extendida
gestión pública de la economía es fuente de ineficacia y obstáculo al
desarrollo económico”. De hecho, no es infrecuente que en algunos países
árabes, el Estado tenga el control de la mitad del PIB.
No todos los países árabes son iguales, por supuesto. Como demuestra
Rohac, los hay (Marruecos, Túnez, Jordania o Egipto) que han llevado a
cabo ambiciosas privatizaciones a gran escala durante las dos últimas
décadas, mientras que el Líbano nunca ha visto una gestión pública
sustancial de la economía. Las empresas públicas siguen dominando
Argelia, Libia, Yemen y Egipto, a pesar de las reformas de la era
Mubarak en éste último. La cuestión no son simplemente los sectores del
gas y el crudo, sino también las infraestructuras, los bancos, y en
algunos casos la actividad industrial en general.
Rohac va más allá, sin embargo, y aborda varios ejemplos y métodos de
privatización, advirtiendo que no todos son iguales y que la salvedad se
esconde a menudo en los detalles. Desde luego, a estas alturas, parte
del problema de la privatización egipcia fue que aunque desató el
crecimiento, también asentó a su cleptocracia, mientras los enchufes
militares y políticos tenían preferencia sobre la competencia y
convencían del todo a la opinión pública egipcia de que el Estado era
transparente y responsable según para quién.
Dicho eso, yo iría más allá que Rohac en un aspecto crucial para el
reparto de oportunidades y la construcción de una clase media estable
más allá sencillamente de la cuestión de las empresas públicas: En
demasiados países árabes, sean monarquías o repúblicas y con
independencia de ser ricos o pobres en crudo, hay franquicias y
monopolios que desalientan la competencia. Por ejemplo, Mercedes o
McDonalds o cualquier otra gran empresa occidental puede adjudicar
contratos a socios u obras con una empresa exclusivamente. Aunque en
Estados Unidos hay docenas de franquicias de cadenas de restaurantes y
cientos de concesionarios automovilísticos, en Oriente Próximo esto es
muy frecuente. Una persona obtiene la licencia de “McBurger King Hut”,
por ejemplo, y nunca se enfrentará a la competencia por la licencia
concedida en el país. Esto, a su vez, significa que las empresas
internacionales tratan la mayor parte del tiempo con los empresarios
mejor relacionados políticamente y más punteros del país. En el
Kurdistán, por ejemplo, olvídese de trabajar con alguien que no sea
conocido de la familia Barzani o de la antigua mujer del Presidente
Jalal Talabani, Hero Jan. Y en Bajréin, cualquier empresario con la
décima parte de sus ingresos se asociará con alguien de la familia
al-Jalifa. (Ya he escrito con anterioridad el problema de los
primogénitos en Oriente Próximo).
Para las envasadoras de refrescos, los locales de comida rápida, los
fabricantes de vehículos o cualquier multinacional, a menudo es más
fácil negociar con un único empresario. Pero mientras las legislaturas
de los diversos países del mundo árabe permitan tales adjudicaciones del
monopolio, estarán minando el crecimiento de su clase media y poniendo
obstáculos a oportunidades que a largo plazo, contribuirían a una mayor
estabilidad.
La democracia no tiene que ser una causa perdida en Oriente Próximo.
Pero exigir un cambio político radical sin catalizar el crecimiento y
abrir oportunidades económicas al crecimiento de la clase media es
repetir los errores de los tres últimos años. Es hora de abordar
seriamente la reforma económica árabe.
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