Cuando a uno ya le empiezan a plantar cara las canas habiendo vivido todo lo
vivible, ardua labor tiene hasta el más astuto del mundo, por más artimañas que
utilice, para poder engañarlo. Y cuando uno escucha compungidos calificativos,
en boca de algunos/as políticos/as, como “vergüenza, asco, indignación,
repugnancia...”, o pidiendo perdón, refiriéndose a los (pen)últimos casos de
corrupción, ya ni se te rebela el espíritu. Ni siquiera el alma o el corazón se te
agitan. Te quedas impávido, alelado, solo pensando: ¿Otra vez? ¿Otra vez me
estás mintiendo? ¿Otra vez me la estás clavando?
Y lo que al pueblo llano le da auténtico asco, sí de verdad, pero con sentimiento,
sin mentiras, lo que le produce auténtica indignación, repugnancia y vergüenza,
es que los que pueden, o los que podrían haber puesto coto a esta desmesurada
situación de miserabilidad desde hace mucho tiempo, se burlen, se carcajeen
despiadadamente de los más débiles y mientan, compulsivamente, un día y otro
día; y otro y otro..., en el gran teatro en el que han convertido la política, sea entre
bambalinas (peor) o en el propio escenario y que sin necesidad siquiera de guión,
tengan el cinismo de representar, el “donjuanismo” de El Burlador de Sevilla, pero
en lo político.
Al más cínico personaje del Siglo de Oro, aquel galán de Tirso, uno de los más
grandes burladores de la literatura española, le gustaba disfrazarse y sustituir a
otros, divirtiéndole tanto la representación teatral como las andanzas amorosas.
Ora se disfraza de Duque Octavio, amando a Isabela, Ora de Marqués de la Mota
seduciendo a Ana y, si es preciso, como hizo, disfrazándose de campesino para
enredarse con Aminta.
¿Cómo es posible salir a la palestra, con máscara de carnaval de Venecia,
diciendo aquello de “nuestro partido está indignado”? ¿Qué? ¿Desde cuándo un
partido tiene sentimientos, capacidad de indignarse, sea de derechas, de izquierdas
o de cualquier otra dirección? Ya basta de tanta gilipollez, de tanta mediocridad
(producto de que se premia más la lealtad que la capacidad), de tanto escarnio y
de tantos intereses espurios que han superpuesto los intereses partidistas, los de
una casta y élite privilegiadas (en todos los sentidos) por encima de los intereses de
Estado y por encima de los intereses de la sociedad en su conjunto.
Qué doloroso y lamentable es hacer un viaje en el tiempo, desde la Transición,
en la que la mayoría del pueblo español rezumaba ilusión por un cambio necesario,
esperando poder participar en el control de su destino y mirar al futuro siempre con
esperanza, para que unos cuantos desalmados, unos cuantos delincuentes, hayan
ido colándose y colocándose en las cúpulas de los partidos mayoritarios hasta
terminar pervirtiendo un sistema, el democrático, en el que todos queríamos confiar
y queremos seguir confiando. Y lo que es peor, uno y otro partido, en connivencia
con otros que ahora están también en la picota, legislando y aprobando leyes para
que sus prebendas, privilegios y derechos de pernada queden impunes.
Pero hay otra cosa que a mí me agría mucho más el estómago. Me lo revuelve.
Son las víctimas del terrorismo. Ni una sola víctima del terrorismo, sin diferencia
de color ni ideología, se merece que tras haber dejado su vida en defensa de sus
partidos, una pandilla de currosjiménez “legalizados” aproveche las estructuras de
estos partidos para robar los fondos públicos, los de todos, a mano desarmada, con
guante blanco o negro, con máscara o sin ella y, lo que es peor, con la permisividad
de sus cómplices que también son de alto copete y quienes les protegen para que
no les pase nada. Seguro que los asesinados se están revolviendo en sus tumbas
pidiendo justicia, la misma justicia que pedimos los vivos. Como no se lo merecen
centenares de otros cargos políticos ni los militantes de a pie ni los confiados y
engañados votantes.
Nuestro sistema y una parte muy importante de nuestra clase política necesitan
una catarsis urgente. Limpieza y empezar de nuevo. ¿Cómo pueden hacer
propuestas anticorrupción los corruptos? ¿Seguimos perdiendo el juicio? ¿Ponemos
al lobo a cuidar del gallinero? ¿Seguimos permitiendo que se nos avasalle? ¿Que
nos arrastren a la miseria perpetua? No podemos quedarnos de brazos cruzados
ante la impunidad como unos auténticos cobardes. Hoy, más que nunca, la
juventud –la más machacada y castigada de cualquier colectivo social en nuestro
país, sin desmerecer el olímpico desprecio a otros paganos de los desmanes
cometidos por otros– tiene que participar, de cualquier manera, en nuestro destino
político. ¿Dónde están las juventudes del PP? ¿Dónde las juventudes socialistas?
¿Dónde las juventudes de otros partidos? ¿Han perdido la vergüenza también? Y
aprender, aprender para no repetir errores pasados y presentes, que la ambición
desmesurada con la que algunos transforman el manido “afán de servicio” solo nos
lleva a la ruina colectiva. Hoy, ahora, no vale hacer el mirón y cruzarse de brazos.
Es de cobardes.
Y ya no es un problema de indignación. Porque un país indignado todavía tiene
capacidad de reacción, pero un país desmoralizado, hundido, abatido, consternado
por los acontecimientos repetitivos que nos están sucediendo, día tras día, con una
justicia titubeante ante algunos personajes, no tiene futuro. Si no cambiamos, la
suerte está echada y el futuro negro como el carbón.
Mientras tanto, lárguese inútil señor presidente, lárguese de una puñetera vez.
Déjenos en paz –en la paz de Dios y en la de los hombres–, y siga pidiendo perdón.
Un perdón que difícilmente le van a conceder los españoles y españolas, incluso ni
los de su propio partido.
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