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El mito español del Sahara Occidental

Los conocedores de la realidad política, económica, histórica y sociológica del Magreb saben que el Sahara Occidental pertenece al género literario de ficción
Luis Agüero Wagner
jueves, 6 de noviembre de 2014, 08:17 h (CET)
El laureado escritor estadounidense Robert Penn Warren hizo notar que sentido histórico y el poético no tendrían que ser contradictorios, ya que si la poesía es el pequeño mito que hacemos, la historia es el gran mito que vivimos. El problema surge cuando llevados por el lirismo u otro interés, algunos pretenden vivir el mito como si fuera real.

Es el caso del “pueblo saharaui”, mito español si los hay, en cuya creación han intervenido tanto la fantasmática española como el deseo argelino de crear un contencioso que sirva a su vocación hegemónica en el Magreb.

El problema del Sáhara se planteó en 1974 como una controversia entre Marruecos y Argelia dado que, antes de esa fecha, Argelia sostenía oficialmente y en documentos que el Sáhara Occidental es inequívocamente una región marroquí. Sin embargo, sin decir agua va, el presidente argelino Boumediene cambió de postura. La razón es que estimó erróneamente que el Sáhara podría sumar un elemento más a la voluntad de Argelia de convertirse en la potencia regional.

Cuando Francia iba a salir de Marruecos, las autoridades francesas llamaron a los marroquíes para arreglar el problema de las fronteras. Los franceses sabían que una parte del Sáhara argelino era en su origen marroquí, el mismo general De Gaulle dejó escritos al respecto. Entonces propusieron entregar ese territorio a cambio que Marruecos deje de ayudar a los independentistas argelinos, acuerdo que fue rechazado. El rey Mohamed V pospuso el arreglo para cuando los argelinos lograran su independencia, dado que los consideraba hermanos.

Sin embargo, pero éstos no tuvieron voluntad e incluso se envolvieron en una guerra con Marruecos en Octubre de 1963. Fue la guerra de las Arenas, en donde se luchó por el control de la misma zona donde hoy Argelia tiene confinado al “pueblo saharaui” y estos, a su vez, secuestrada a una ciudadana española.

Los argelinos pensaban que Marruecos abandonaría el Sáhara Occidental y que éste se convertiría en un Estado sometido a Argelia, que tendría así una salida hacia el Océano Atlántico. Marruecos intentó entonces negociar con el Frente Polisario, pero constató que estaba sometido a la voluntad de Argelia.

La propaganda en España dice hoy que el Sahara Occidental pertenece al pueblo saharaui, sin embargo este país nunca hizo propuestas de descolonización cuando estaba en el desierto.

En filmaciones y crónicas de la época se ve a los españoles abandonando el Sahara y dejándolo en manos de los marroquíes, en ningún lado aparece el protagonismo del “pueblo saharaui”.

Hasta 1974-75, España nunca tuvo la idea de hacer un proyecto de descolonización pero planteado el problema de la aparición “saharui”, el rey Hassan II de Marruecos aceptó organizar un referéndum. Al respecto no hubo acuerdo, dado que el Polisario y Argelia sólo deseaban que voten las 75.000 personas que fueron censadas por España en 1975, hecho absurdo dado que hoy día existen decenas de miles de matrimonios entre saharauis y marroquíes, saharuis que han emigrado a otras regiones de Marruecos y marroquíes que se han radicado en el Sahara.

La pregunta que se plantea al observador neutral es si hay de verdad una región totalmente autónoma con un pueblo diferente en el Sáhara. La realidad dice que eso es un mito creado por los españoles, y que sólo existe en su imaginario.

La postura marroquí sobre el Sáhara no existe para muchos españoles, dado que Marruecos se ha mantenido ausente de la escena española, cuando éste es un país que merece que se dé a conocer la tesis marroquí.

En el enredo y la confusión contribuyen, sin duda alguna, muchas ONG y comités de ayuda que lucran con la tragedia del Sahara, y su influencia en organismos multilaterales como la ONU es tan conocida como su capacidad para desinformar y prolongar conflictos de los que obtienen beneficios. La razón de un contencioso tan prolongado tiene, como siempre, condiciones subjetivas. Es que como afirmó un pensador, es más fácil desintegrar un àtomo que destruir un prejuicio.

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