A pesar de los impedimentos del Gobierno, la "consulta alternativa" se ha celebrado en Cataluña. Se ha celebrado, cierto, con una participación del treinta por ciento, o dicho de otro modo, uno de cada tres de los votantes ha ejercido su "derecho a decidir". De éstos, uno de cada nueve ha manifestado el "sí, sí" a las dos preguntas planteadas en la papeleta. Así las cosas, ¿se puede decir que la consulta ha sido un éxito? No, rotundamente no. No porque los sesgos de la misma impiden al sociólogo extraer conclusiones válidas y fiables que permitan al político hablar con fundamento. En términos demoscópicos, la "consulta alternativa" no cumple con los requisitos necesarios para ser catalogada como plebiscito ciudadano; ni siquiera por analogía con las estructuras de los referéndums oficiales, la consulta cumple con los requisitos mínimos de un proceso electoral propio del siglo XXI.
La consulta se ha celebrado sin un censo que concretase el universo – relación con los nombres y apellidos de los llamados a las urnas -; no se ha garantizado la aleatoriedad en la composición de las mesas electorales, o dicho en otros términos, las mesas no han sido compuestas por los resultados de un sorteo – como ocurre en las elecciones oficiales – sino por voluntarios afines a la consulta; el escrutinio de las papeletas no se ha realizado con testimonios objetivos – de conformidad con lo establecido por la ley orgánica del régimen electoral y las recomendaciones europeas – sino por testimonios subjetivos (interventores, voluntarios y simpatizantes con la cuestión separatista) y, no se sabe qué mecanismos han existido para evitar las votaciones duplicadas y las mentiras en la lectura y recuento de papeletas. Al tratarse de una consulta – y no de un sondeo demoscópico – es imposible averiguar qué hubiesen votado los dos tercios de catalanes que se han abstenido. Así las cosas, con el "pucherazo" de los tiempos galdosianos sobre la mesa, resulta demagógico hablar en términos de éxito sin el fundamento técnico para ello.
A pesar de tales sesgos, la "cacicada" del 9-N, le sirve a la corriente separatista para continuar su lucha por la utopía. Gracias a este pseudo-referéndum, tanto Mas como Yunqueras obtienen el dato que necesitaban – casi dos millones de "sí, sí" por la independencia – para presionar al Gobierno a que se celebre el futuro "referéndum". Un referéndum, les decía, imposible con los mimbres del presente – la Constitución Española – pero probable si ésta algún día se reformara. Mientras tanto – hasta que llegue ese día -, la crispación catalana entre los "sí, sí"; los "sí, no" y los "no, no" continuará removiendo las aguas tranquilas de los últimos quinientos años entre España y Cataluña. Tanto es así que miles de catalanes no acudieron a las urnas por el miedo a que su acción democrática – presuntamente ilegal – tuviera represalias futuras, por parte de las Administraciones. Los mismos miedos, cierto, que tienen millones de ciudadanos en el mundo sometidos a las cadenas de regímenes dictatoriales.
Con el dato sesgado sobre el tapete – casi dos millones de separatistas, un tercio de la población catalana – es momento de preguntarse cuál es el paso siguiente en este callejón sin salida. La firmeza de Rajoy - su cierre en banda sobre la imposibilidad del referéndum – solamente canaliza la frustración de los votantes hacia mecanismos de violencia y malestar ciudadano. La propuesta deSánchez, por su parte, considerar el problema como una cuestión política en lugar de jurídica, implica escuchar a Mas para entrar en el juego histórico de concesiones y privilegios, con tal de "callarle la boca".
Un juego de concesiones y privilegios, les decía, que abriría – todavía más – la brecha geográfica entre ellos y nosotros. Esta medida – la medida de Sánchez – se volvería – con el tiempo – en contra de nosotros. Los catalanes serían cada vez menos dependientes y la solicitud del referéndum adquiriría más fuerza que nunca. Luego, la negociación con Mas para evitar el incomodo de su discurso, no solucionaría el problema sino que lo agravaría.
Por su parte, la posición del Ejecutivo, basada en la resistencia como táctica para debilitar al adversario tampoco es la vía acertada. No olvidemos que el desafío mutuo entre Rajoy -por no ceder a las presiones catalanas – y Mas – por no parar en su intento por la utopía – solamente avivan la llama de la crispación entre los que nos "odian": los sí, sí y, los que nos "quieren": los "sí, no" y los "no, no". Llegados a este punto, lo mejor sería modificar la Carta Magna para que decidan en condiciones aceptables y sin sesgos metodológicos. Después, con los resultados sobre la mesa, actuar en consecuencia. ¿Y si el setenta por ciento de los abstencionistas del pasado domingo votaran NO a la independencia? Otro gallo cantaría. Ante ese escenario, el influjo de la mayoría pondría el cerrojo a dos años de discurso separatista. La aceptación sería legítima, tal y como sucedió en Escocia, y viviríamos tranquilos durante alguna que otra década. ¿Y si ese mismo setenta por ciento, en lugar de decir no, dijera SÍ a la independencia? En ese supuesto, la vinculación del referéndum haría que Cataluña fuera un país independiente, como lo son los franceses, los belgas y los andorranos.
|