Hoy se cumple el 35º aniversario del secuestro de la embajada
norteamericana en Teherán, un escándalo que acabó prolongándose durante
444 jornadas y que tuvo paralizada a la administración de Jimmy Cárter.
Aunque la culpabilidad material del secuestro de la embajada recae en
los estudiantes iraníes que respondieron al llamamiento del ayatolá
Rujola Jomeini, la perspectiva también demuestra que fue un ultraje que
no tenía porqué haber ocurrido.
Es un error frecuente de concepto decir que la Revolución Islámica
condujo a la ruptura de las relaciones irano-americanas. Cuando Jomeini
volvió del exilio el 1 de febrero de 1979, la Embajada de los Estados
Unidos seguía abierta. De hecho, que hubiera tantos diplomáticos
estadounidenses destacados en Irán y que la sede diplomática fuera
secuestrada más de nueve meses después de la vuelta de Jomeini se debió
exclusivamente a que Estados Unidos estaba decidido a conservar las
relaciones y devolverlas a la normalidad.
¿Qué provocó entonces el secuestro de los rehenes? En muchos sentidos,
no tuvo nada que ver con Estados Unidos. Los revolucionarios iraníes
cerraron filas en torno al motivo común que combatían - al Shaj - y no
en torno a lo que defendían. Jomeini prometía "una democracia islámica".
Lo que se materializó no fue ninguna de las dos cosas. A principios de
noviembre, las facciones ya empezaban a disolverse, a medida que los
radicales se ponían a purgar sus filas de homólogos más liberales o
nacionalistas. La víspera del secuestro de la embajada, Steven Erlanger,
el joven periodista famoso por su posterior destino de corresponsal
diplomático del New York Times, afirmaba que "la fase religiosa [de la
Revolución Islámica] toca a su fin antes incluso de oficializarse".
Fue en el seno de esta marea política iraní que las tempranas e ingenuas
tentativas diplomáticas de Jimmy Cárter sumieron de lleno a los Estados
Unidos. El 1 de noviembre de 1979, el consejero de Interior de Cárter,
Zbigniew Brzezinski, se reunió con el Primer Ministro iraní Mejdi
Bazargan en los márgenes de un encuentro multilateral celebrado en
Argelia para debatir el rumbo de las relaciones. Aunque no estaba
autorizado para hacerlo, Brzezinski estrechó públicamente la mano al
líder iraní, momento que un fotógrafo captó. Esa fotografía aparecería
en la prensa iraní. Los teóricos conspirativos iraníes - que no eran
pocos - la utilizaron como prueba de que Bazargan tramaba traicionar a
la revolución. Los revolucionarios enarbolaron públicamente los
despachos diplomáticos, "papeles del nido de espías", y filtraron de
forma selectiva los nombres de los reunidos con el personal diplomático,
poniendo fin a sus carreras, por no decir a sus vidas.
En la práctica,la incompetente actuación de Cárter y Brzezinski
convertiría la embajada norteamericana en el trasfondo de una partida
que inicialmente no tenía nada que ver con Estados Unidos y todo que ver
con la intolerancia de Jomeini hacia quienes no compartieran
íntegramente su visión. La diplomacia acometida de forma apresurada y
descuidada tiene un precio. Bajo el clima incorrecto, dialogar puede
perjudicar un montón.
¿Pero por qué se prolongó durante 444 jornadas el secuestro de la sede
diplomática? Aquí se pone más interesante: Después de que los
revolucionarios iraníes se hubieran apoderado de la embajada,
inicialmente planeaban tener secuestrados a los diplomáticos
norteamericanos durante 24 o quizá 48 horas, pero antes de llegar la
caballería. De hecho, se concibió como una protesta con aspiraciones.
Eso cambió después de que el equipo iraní de Cárter celebrara una sesión
de emergencia en la Casa Blanca. En un detalle principal de mi libro
reciente, Gary Sick, ayudante de Interior especializado en Irán, habría
filtrado a la prensa la decisión de Cárter de desechar la opción
militar. Cuando los secuestradores tuvieron noticia de esto, explican
en sus memorias en persa, elevaron sus exigencias y decidieron optar por
el secuestro largo. En ocasiones, las indiscreciones cuestan victorias.
Lo interesante de la premura de Obama por el diálogo diplomático a estas
alturas es lo similar de la situación con la vivida hace 35 años.
Después de que Obama escribiera al actual Líder Supremo Alí Jamenei en
2009, Jamenei respondió con una cáustica intervención preparada para
coincidir con el trigésimo aniversario del secuestro. "Este nuevo
Presidente de América dice cosas hermosas", escribía Jamenei. "Nos
traslada mensajes constantemente, tanto orales como escritos: `Acercaos
y pasemos página, alumbremos un nuevo clima, cooperemos en la resolución
de los problemas del mundo'. ¡A este grado ha llegado!"
A continuación advertía a Obama de no poner las esperanzas americanas en
formaciones más moderadas. "Los reformistas no pueden tender la alfombra
roja a Estados Unidos en nuestro país. Ellos [Estados Unidos] han de
saberlo". De igual manera, mientras Obama ha descartado en la práctica
la intervención militar, Teherán elevaba el tono de su intransigencia,
*cortaba la cooperación con la Agencia Internacional de la Energía
Atómica en torno a las labores atómicas militares de Irán en el pasado y
aceleraba su programa balístico.
¿Dónde deja esto a Irán y Estados Unidos entonces, 35 años después de
que la República Islámica perdiera su control funcional y pusiera de
manifiesto su desprecio a las normas de la diplomacia? Jamenei, como
Jomeini antes, lleva en la práctica la iniciativa, por lo menos hasta
que Estados Unidos elija democráticamente a un líder fuerte y verosímil.
¿En cuanto a Obama? Puede imponer su voluntad y adjuntar firmemente su
legado a Irán. Por desgracia, como Cárter antes, no será por las
razones que a él le gustaría.
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