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Pandemias contra el piel roja

En territorio norteamericano, los colonos llegaron a realizar un contagio premeditado regalando cobijas infectadas a los nativos
Luis Agüero Wagner
sábado, 18 de abril de 2020, 10:12 h (CET)

En Wounded Knee, una aldea situada junto a un mítico arroyo de Dakota del Sur, un destacamento del Séptimo de Caballería asesinó salvajemente hace algo más de un siglo a cerca de doscientos indios.

Niños y viejos indefensos, mujeres inocentes y desarmadas, todos sufrieron el mismo destino.

No hubo contemplación en una masacre bestial. Una trama de provocaciones y engaños logró llevarlos hasta un lugar donde hoy se encuentra la reserva de Pine Ridge, y los destrozaron literalmente, con cuatro cañones Hotchkiss.

Quedaron las fotos de las víctimas terriblemente desfiguradas, apenas reconocibles a la hora de su entierro. Lo único identificable eran las prendas de bisonte que todavía usaban los miembros de aquellas tribus a fines del siglo XIX.


Los que cometieron aquella masacre eran herederos de aquellos colonos que no habían llegado solos al Nuevo Mundo siglos atrás. Habían portado con ellos un sinfín de enfermedades desconocidas para los pueblos originarios.

La escarlatina, el sarampión, la fiebre tifoidea, la difteria, el cólera, la tos ferina y la peste bubónica empezaron a causar estragos entre los verdaderos dueños de aquellas tierras del norte americano.

Entre tantas iniquidades, la historia recuerda una epidemia de viruela que causó cientos de miles de muertos indígenas durante las décadas de 1839 y 1840. En ese periodo, se registra uno de los primeros casos de guerra biológica de los cuales se tenga noticia.

Según todos los indicios, los colonos hacían un presente griego a los nativos entregándoles abrigos y mantas infectadas ex profeso con viruela, para que propagaran las enfermedades en sus comunidades indefensas.

Cuando en las últimas décadas del siglo XVIII las trece colonias se emanciparon del poder colonial europeo, antes que nada como derivación de conflictos entre potencias coloniales como Inglaterra, Francia o España, la realidad demostró que lo escrito en esa tan vanamente elogiada declaración de independencia era apenas un pagaré falso, o un cheque sin fondos, como lo expresaría siglos después Martin Luther King.

La peor segregación racial la sufrirían los pueblos originarios con la Ley de Traslado Forzoso de nativos, puesta en práctica a partir de 1830 por el presidente Andrew Jackson, que fueron expulsados de las tierras al este del extenso río Mississippi.

De nada sirvió una débil resistencia cherokee, los “civilizados” definieron a esas tribus como “naciones domésticas dependientes” cuyo destino pasaba a manos del nuevo estado, y de esta manera ellos junto con los seminolas, creeks, choktaw y chikasaw fueron llevados por la fuerza al Oeste.

Los cherokees intentaron apelar, pero la respuesta fue que eran «naciones domésticas dependientes», por lo que su destino quedaba en manos del gobierno; de modo que cherokees, seminolas, creeks, choktaw y chikasaw fueron enviados al Oeste.

Los nativos llamaron a ese cruel éxodo “el sendero de las lágrimas”, y durante ese desplazamiento obligado sufrieron más epidemias que causaron miles de muertes.

Era el preludio de una tragedia que tendría su epílogo en Wounded Knee. LAW



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