Nos despertamos cada mañana y nos sentimos vivos, pero acto seguido buscamos la información de las muertes del día anterior.
Ayer murió Michael Robinson. Desde que se conoció su enfermedad empezó la cuenta atrás pero él siguió haciendo lo que más quería, vivir. Y lo hizo trabajando como el que no llega a final de mes, haciendo disfrutar a los que les escuchábamos disfrutar también a él. Lástima que no viera ganar a su Liverpool una primera Premiar League que ya tenía prácticamente ganada.
Era un inglés que nunca acabó de hablar bien el castellano, pero formaba parte de su encanto. Probablemente fue el locutor más parcial que recuerdo, con esa manera de sufrir el fútbol, narrar los goles y callar, como el que se calla las hemorroides.
Se está muriendo gente que no se había muerto antes, como diría el filósofo de Güemez. Y algunos como Sabina llevan años avisando para prepararnos, pero lo cierto es que uno no termina de acostumbrarse ni aceptarlo.
Lo más irónico de la muerte es que es lo único cierto que sabemos nada más nacer; la vida solo consiste en ir esquivándola, o planearla.
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