Durante los últimos quince años he defendido a capa y espada la existencia de un segmento de población bajo la denominación de “segmento de plata”. Este recoge aquellos jubilados que han cesado en su labor como obreros o profesionales de todo tipo, pero siguen con sus facultades lo suficientemente útiles que les permiten prestar un servicio a la sociedad. Gentes de oro pero que no cobran. Plata que presta el mismo servicio que el oro. Pero más barata.
Este maldito Covid 19 ha sacado a relucir, en mi caso o en el de muchos de mi edad, que hay un tercer segmento. Se trata del segmento de bronce. A él, pertenecemos aquellos a los que los sanitarios califican como “grupo de riesgo” en función de nuestra edad. Aquellos que hemos pasado de los 70 años. Seremos los últimos en poder salir a la calle y totalmente amedrentados. No nos dejan ver a nuestros nietos, como no sea por las imágenes virtuales. Podemos caminar (esa es otra, la falta de ejercicio nos ha dejado hechos unos zorros) solo un ratito. La sociedad nos ve como ovejas camino del matadero.
Solo nos queda la fe. La fe, la oración y trece TV, que nos da imágenes de eucaristías, rosarios y charlas estimulantes. Y películas, muchas películas del oeste. Tengo a John Wayne todas las tardes.
Los mayores hemos superado muchas etapas. Peor lo pasaron nuestros padres. Estamos más cerca de Dios que nunca. Lo vemos también en la calle. Los cristianos se están portando. Las cofradías están celebrando una Semana Santa triste que ha derivado en una gloriosa Resurrección. Los cofrades están dando la talla. Las dificultades sacan lo mejor del ser humano.
Sintiéndolo mucho seguiré hablando del Segmento de Plata, pero desde abajo, desde la perspectiva del cobre. El cobre también presta su servicio. Para conducir agua y luz, así como para hacer peroles. El caso es servir.
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