Hoy nos hemos enterados del nuevo recuento oficial de los muertos causados por el coronavirus, este “secreto de Estado” que se nos ha estado ocultando a la ciudadanía, como si se tratara de materia reservada. Ahora parece que las “pequeñas rectificaciones” que para el señor Fernando Simón quedaban por hacer en unos momentos en los que la pandemia, prácticamente, “había desaparecido” de España eran, nada más y nada menos que 1.177 nuevos cadáveres (ahora el total oficial pasa a ser de 28.313 fallecidos) causados por el Covid 19. O el señor Simón no tiene respeto por las víctimas que se van produciendo, tan importantes ahora como hace un mes, desde el punto de vista ético y moral o es que, siguiendo instrucciones, sólo da a conocer a la ciudadanía los datos cuando ya no puede justificar más el silencio ominoso que se venía manteniendo acerca tan dramático dato.
Ciertamente, cuando en el colmo del descaro el señor presidente del Gobierno, exultante de euforia y haciendo alarde de una “dura facie”, imposible de superar, en cuanto a mentir y engañar a los españoles, atribuyendo a su gestión de la pandemia el supuesto mérito de haber salvado a más de 400.000 españoles de la muerte, no podemos menos que pensar que hemos entrado en una nueva campaña (y van…) para intentar redimir su figura política, empleando, como es habitual en las izquierdas, toda la maquinaria propagandística ( incluida prensa, radios y TV) de la que disponen, para intentar lavar de responsabilidad alguna a su persona y a su gobierno del incomprensible retraso en tomar las medidas esenciales para evitar que la pandemia nos afectara con una virulencia que, teniendo en cuenta nuestra actual población, ha sido el país de todo el mundo que más víctimas ha tenido por millón de habitantes, por culpa del virus que nos está afectando.
Como era de esperar los focos hacia los que se dirige la campaña de desprestigio, con la que el Gobierno pretende sacudirse sus directas responsabilidades en los más de 44.000 fallecidos (los que realmente dan informaciones creíbles como son los datos estadísticos de los registros civiles de fallecimientos, los proporcionados por los tribunales y los que los propios hospitales han venido facilitando. Y es que la campaña es tan burda, tan evidente, pergeñada con tanta desfachatez y ejecutada con tanta malicia que, salvo que ya seas un convencido fanático del comunismo o el socialismo más radical, no tiene por dónde cogerse porque apesta por los cuatro costados.
Ahora se trata de desprestigiar a la señora Ayuso, que ya ha hecho mucho cuando el Gobierno le ha estado negando el pan y la sal, simplemente porque la comunidad madrileña está en manos del PP y, señores, esto lo hacen sin el menor disimulo y acusando a los madrileños de ser los culpables de la extensión de la pandemia cuando, en realidad, han sido los que más han contribuido a luchar contra ella y a habilitar hospitales y centros para acoger a las víctimas y almacenar a los cadáveres, en tanto se encontraba un lugar digno en el que enterrarlos. Se permite al sosia de Stalín, el camarada Iglesias que, desde su escaño en la cámara lance catilinarias contra el PP y, en particular, contra la señora Álvarez de Toledo (que no se achanta ante él y esto es lo que le duele) pero no sabe encajar que le digan que su padre formó parte de un grupo terrorista, el FRAP (el FRAP decidió impulsar acciones violentas durante la Transición, que en su propia propaganda calificó de “autodefensa”.) algo que es cierto, pero que indigno a su hijo que se olvidó de que apenas hacia unos instantes, en la misma cámara, le había dicho a la señora Álvarez de Toledo ( para que vean la parcialidad con la que los medios tratan a la derecha, busquen y a ver si las encuentran en la prensa un lugar en el que digan exactamente las palabras que Pablo Iglesias le había dicho a aquella señora que provocaron la contestación airada que le dio, no lo encontrarán) unas cuantas lindezas sobre su familia de nobles y algo sobre responsabilidades criminales..
Pero todas estas reyertas lo que intentan, al menos por parte de quienes nos gobiernan, es camuflar sus gravísimos errores en la prevención y posterior gestión de la pandemia del Covid 19 y contraatacar para intentar culpar al PP, mediante mentiras y engaños, de ser el responsable de que, en Madrid, la pandemia haya sido mayor que en otros lugares, algo así como si al señor alcalde de Nueva York lo culpasen de negligencia porque, en su ciudad, ha habido más muertos que en otras localidades de los EE.UU. Sin duda, los que así actúan, aparte de ser mala gente, no tienen en cuenta que la capital de España tiene una población de 6.642.000 ciudadanos. También podrían culpar al señor Torres y la señora Colau por ser Cataluña una de las autonomías que más contagios se han dado, 59.820 y que más muertes ha sufrido por causa de la epidemia, 5.587 (datos oficiales), teniendo en Cuenta que Barcelona sólo tiene 1.630.000 habitantes. Ya es sabido que, en los lugares donde se acumula más gente, es donde el virus tiene más facilidades para contagiarse.
Pero entreténganse en hojear la prensa (las TV no vale la pena porque están drogadas por el gobierno) y, aunque parezca aburrido, vean lo que dicen las noticias económicas y se darán cuenta de lo que se nos viene encima. “La banca alerta que la economía sigue anestesiada”, “ desplome del 40% de exportación española en abril”, “Level Europa ( una compañía aérea) se declara en quiebra”, “Los empresarios piden seguridad jurídica y consenso político”, etc., son las noticias que pueden leer en los periódicos incluso en un día en el que quedan eclipsadas por la frenética actividad gubernamental, encaminada a echar cortinas de humo sobre la verdadera situación que, desde todos los lugares se va anunciando como la antesala de la crisis post coronavirus, que todo el mundo anticipa, menos nuestro ejecutivo.
Y hablemos un poco del vandalismo que se viene desatando no sólo en España, con el intento de bajar de su pedestal centenario la estatua de don Cristóbal Colón y otros monumentos similares, por ser considerados ¡racistas!. Lo curioso es que los catalanes llevan años pretendiendo demostrar que el ilustre descubridor de América era de origen catalán.
Ahora le niegan el derecho a mantenerse en su peana con el brazo extendido, señalando hacia el lejano continente americano. Lo que sucede es que, si Dios no lo remedia y no parece dispuesto a hacerlo, el mundo va a tener que soportar una de las pestes peores que pueden caer sobre una nación, la de la imbecilidad, ignorancia y pérdida de valores; inherente a las campañas de desinformación, lavado de cerebros, desprestigio de los emprendedores, glorificación de lo baladí, magnificación de lo intrascendente y frívolo, representado por estas nuevas generaciones de vagos, subsidiados, presuntos artistas de la vulgaridad y desprecio por el esfuerzo, trabajo, excelencia, valores y decencia política, algo que parece que hoy en día no tiene predicamento alguno entre multitud de personas, que se creen que estamos en un mundo imaginario en el que crecen los alimentos de los árboles y sólo hace falta alargar el brazo, desde la tumbona, para alcanzarlos.
Seguramente, como inocentemente hicieron aquellos que derribaron las estatuas del dictador Stalín pensando que, con ello, derrotaban al comunismo; estos salvajes que piensan que el hecho de que unos ciudadanos de un país piensan que han sido maltratados y hayan decidido utilizar métodos violentos como remedio a su situación, justifican acabar con todos los símbolos del pasado, muchos de ellos de un gran valor artístico, histórico e incluso sentimental, con lo cual piensan, erróneamente, que van a conseguir que se les atienda en sus demandas, por muy justas que pudieran padecer. Por el contrario, lo único que van a conseguir es darles la razón a aquellos que los vienen considerando como un peligro para el país; reforzar a los de la Asociación del Rifle en los EE.UU, que podrán justificar la necesidad de que siga la venta masiva de armas, para poderse defender del peligro de que los negros o latinos quieran imponer sus reclamaciones utilizando para ello la fuerza bruta.
Muchos se están frotando las manos pensando que los EE.UU de América están perdiendo su capacidad de ser la gran potencia económica de occidente o que, con motivo de la epidemia y del paro que ello comporta, va a dejar de poder mantener un ejército que, hasta ahora, ha sido el que ha sido capaz de impedir que el comunismo internacional se haya apoderado de muchos de los países del planeta o que, como fue el caso del iluso de Obama que, pese a todas sus promesas no dejó a su país un legado que le pudiera hacer presumir de haber acabado con el desempleo o haber instaurado un régimen social y sanitario distinto del que había recibido de los republicanos. Pero como hemos repetido infinidad de veces, estamos ante un intento patrocinado por esta serie de personajes que vienen actuando en la sombra, dispuestos a cambiar el orden mundial creando focos de revolución en todas aquellas naciones que todavía conservan, como la mejor forma de gobernar un país, el sistema democrático aunque, si es verdad, que hay naciones, como es el caso de España, a las que no se las puede dejar en manos de sus propios ciudadanos porque, muchos de ellos, han sido incapaces de entender las reglas por las que se rigen las verdaderas democracias y pretenden sustituirlas por el sistema dictatorial del comunismo o el bolivianismo exportado desde la Venezuela de Maduro. El que quiera entenderlo que lo haga y quienes no opinen lo mismo que esperen unos meses y veremos si España ha mejorado o bien, estaremos pagando los platos rotos de quienes no han sabido conservarlos enteros.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, recomendaríamos a quienes se dedican, con tanto entusiasmo y ahínco, a pedir las destrucción o retirada de los monumentos de personajes históricos, a los que, ignorantes de que cada época tiene sus costumbres, sus afanes y sus propios problemas y que, no se les podía pedir a los ciudadanos del siglo XV, que tuvieran la misma forma de pensar, los mismos conocimientos, los mismos condicionamientos religiosos o las mismas leyes y castigos públicos que se aplicaban, en aquel entonces, a los distintos delitos que existían, que tampoco eran los que actualmente se consideran como tales. Veamos si ilustramos un poco a semejantes bárbaros del siglo XXI. En la Edad Media, tanto la famosa Inquisición de Torquemada como el poder laico utilizaban métodos que hoy nadie imaginaria que se pudieran tolerar en un país medianamente civilizado. Por ejemplo existía una institución jurídica conocida como “la ordalía del hierro candente o la del aceite hirviendo”, también conocida como “el Juicio de Dios”, que consistía en "invocar y en interpretar el juicio de la divinidad a través de mecanismos ritualizados y sensibles, de cuyo resultado se infería la inocencia o la culpabilidad del acusado".
Ya se habrán imaginado los perspicaces lectores que, lo que se practicaba era unas verdaderas e insoportables torturas, mediante someter al presunto culpable de un delito o bien de haber cometidos actos contrarios a la religión católica, a la prueba de soportar los efectos de aceite hirviendo sobre su cuerpo o, en su caso, la aplicación de hierros al rojo vivo sobre la anatomía del desgraciado que se veía obligado a soportarlo estoicamente y, generalmente morir a causa de ello. Se salvaban, si es que alguno consiguió salir medio vivo del trance, los que milagrosamente salían mejor parados (es un eufemismo) de semejante barbaridad. Vayan los ignorantes, que ahora piden acusar de racismo a personajes de aquellos tiempos en los que, a los negros, se los consideraban como animales sin alma y no como personas racionales. Por favor, estos imbéciles que promueven semejante idioteces, que piensen lo que van a pensar de ellos de aquí a tres siglos, o, mejor que no lo hagan, seguramente no les gustaría saberlo .
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