En estos tiempos de poca precisión y abundantes alardes, de todo se habla, mientras la entidad de sus contenidos se escabulle por cualquier rendija. Si será el sino de esta sociedad ruidosa o la elección concienzuda de sus integrantes, ya no da tiempo para dilucidarlo, por la acumulación de tareas emprendidas con unos ritmos trepidantes. Metidos en pleno oleaje, el imperativo es nadar con decisión para evitar el ahogamiento, quedando planteada la cuestión nuclear de si hemos de tragarnos la ausencia de respuestas válidas, como expresión de un erial inevitable, dejando campear a su albedrío a los presuntos iluminados. En el atolladero parecen destilarse unos restos de DIGNIDAD dispuestos a reivindicarse.
Lo que son las cosas, al cabo de los años me hace sonreír una frase del poeta Octavio Paz registrada en su Pasión crítica: “La crítica es una vacuna contra la peste del siglo XX, la peste autoritaria”. Sonrío porque citar a los talentes totalitarios es algo de todos los tiempos y siempre serán pocos los recursos a mano para evitarlos. En cuanto a las vacunas, han cobrado actualidad ahora, como suelen hacerlo en cuanto nos asaltan las epidemias o los negacionistas irracionales. En el TRÍPODE de la información, debate y crítica, asientan gran parte de las venturas sociales; aunque por desgracia son frágiles, se demuestra cuando su naturalidad es asaltada con maquinaciones de pérfidas intenciones.
La sonrisa irónica viene a colación porque los años realzan el valor de aquella fras, ¡Y de qué manera! El mencionado trípode se desarticula sin remedio, nadie parece estar interesado por sus valores. La información desgrana lo que quieren, es decir, desinforma sin escrúpulos. Los denominados debates suelen infligir peroratas con una mediocridad inútil, sin aportaciones consistentes. Y la frivolidad aboca a una crítica servil, propia de secuaces, alejada de las investigaciones. El panorama está repleto de sectores áridos en los cuales predomina la DESORIENTACIÓN. En efecto, serían buenas las acciones preventivas, incluso reconstituyentes, pero ni están ni se les espera.
Acaso cuando nos fijamos en el trato recibido desde los sectores prominentes, no apreciamos el hundimiento del trípode hasta hacerlo trizas. Desde los ya numerosos gobiernos elaboran con sumo cuidado las comunicaciones, para que no lleguemos al conocimiento real de las situaciones. Entresaquemos un ejemplo reiterativo. Con el duro rostro afectado y mentidor, nos hablan del uso de test diagnósticos de diferente sensibilidad y además, sin haberlos aplicado a todo el personal; pues bien, nos afirman con rotundidad cual es el número de contagiados y que en eso basan los planes y decisiones. La ESTUPEFACCIÓN cobra fuerza informativa y, a lo visto, también deformativa.
Aún se habla de la idea de transparencia a todas luces, el interés por su representación; sobre todo por la invasión de modalidades para su aplicación en cada caso, con la introducción de matices conducentes a la confusión. En cambio, ahora se valora como se establece el relato, los adheridos a su formato y los grados de difusión del mismo. Las comprobaciones exhaustivas no son aceptadas fuera de aquellas exposiciones. Por ello, la verdadera posición de unas personas, los pormenores de cada hecho, se desvían a planos secundarios. Se trabaja con FABULACIONES como regla a seguir. Sólo son rebatibles con narraciones novedosas y un mayor número de adheridos, no se pasa de ahí.
Uno de los equívocos flagrantes, patentes por lo general, a la vista de cualquier ciudadano, gira en torno de las proclamas de libertad; a su vera se siguen cometiendo abusos intolerables, vestidos de ropajes sugestivos, cuando sus practicantes van desnudos, desprovistos de las cualidades comunitarias elementales. Vemos a diario como las referencias a la libertad son sectarias; al fin, este bien también es frágil. Su magnificiencia se troca pronto en TIRÁNICA, en cuanto se transforma en idea impositiva sobre los demás. Sus amaños son capaces de corromper los entornos, individuos, democracia, grupos o instituciones. Nos urge desvelar esa doble cara tan habitual.
Dentro de esa complejidad, de manera simultánea, son comportamientos cargados de una sencillez elemental; de ahí, el asombro cuando no se aprecian las reacciones oportunas por parte de los afectados. Suelen citarse los pronunciamientos de los intelectuales o de los líderes preferidos; representan hitos significativos, pero sometidos sin remisión, como todos, a posibles errores o malversaciones. Aún así, el sentido diferenciador del ciudadano corriente, percibe la orientación de la corriente. A ese DISCERNIMIENTO le siguen actitudes variadas surgidas de motivaciones conocidas o inexplicadas, por el carácter propio o por la represión desde fuera; con indolencias, impotencias y rebeldías.
No es baladí el fenómeno apreciado en muchos casos de una fuerte personalidad que impide los razonamientos oportunos. Un carácter muy agresivo, puesto a gobernante, pone su ímpetu por encima de los argumentos. El muy pusilánime acturará en sentido contrario. El muy tramposo lo vemos en ejemplos lamentables, enlaza una mentira con la siguiente, engaños y manipulaciones. La denomino VIOLENCIA de la personalidad sobre las ideas y la convivencia. Esa potencia arrastra incluso al propio protagonista cuando en él predomina la ligereza irreflexiva e impregna al conjunto de sus relaciones. Queda pendiente la diferenciación del avasallamiento visceral de los razonamientos.
No todas las manifestaciones coercitivas o los comportamientos impropios son ruidosos, ejercidos a base de turbulencias arrolladoras. En más ocasiones de las comentadas, la demostración de las barbaridades es silenciosa. La elocuencia del SILENCIO es notable. Simplemente con prestarle atención obtendremos ejemplos sobrados. El simple silenciamiento de una maniobras o de ciertas actitudes dice mucho de sus condiciones, al ocultar manifiestan e implantan la sospecha y la desconfianza. Por parte de los sujetos receptores el parón informativo despierta con frecuencia la captación de los mensajes reservados. Tampoco el ciudadano común se libra, sus calladas capciosas tienen su relevancia.
Sobran los motivos ambientales y añadiría las turbulencias interiores de cada cual, para intentar al menos una LIBERACIÓN de la inteligencia, con el fin de no contribuir al desarraigo de las personas. Parafraseando a Lao-Tsé diría, supremas personas inteligentes obedecen a la razón y actúan conforme a ella; medianas personas inteligentes, prestan oídos a la razón, pero conservan dudas y vacilaciones paralizantes; ínfima personas inteligentes, oyen la razón y se ríen de ella. La burla les deja malparados. Como integrantes de esa sociedad, cabe la pregunta y la opción sobre el lugar pretendido.
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