Cuando uno ojea este periódico catalán del grupo de los Godó, observa lo que dicen sus columnistas, intenta encontrar en alguna de sus páginas un mínimo de objetividad y se deja influir por el espíritu enrarecido, la evidente tendencia de sus artículos a convertirse en una crítica acérrima a todo lo que se pudiera entender como patriotismo español, la absoluta falta de objetividad de todos aquellos que prestan su pluma al servicio de la línea editorial marcada por la directiva del medio y el encono con el que algunos destacados miembros periodistas, que colaboran habitualmente con el medio con sus opiniones, en lo que se pudiera llamar apoyo sin disimulo alguno al soberanismo catalán; no tiene más remedio que pensar que, La Vanguardia, es uno más de estos panfletos tendenciosos y evidentemente comprados mediante subvenciones por los independentistas que, hoy en día, se han hecho los dueños de la política catalana y, al propio tiempo, son los que manejan a su antojo a todos aquellos medios informativos, sean TV o sean medios impresos, de los que se valen para pintar ante el resto de España una Cataluña que, en realidad, no se corresponde, ni mucho menos, con la que, los que vivimos en ella podemos constatar y dónde las estadísticas que se confeccionan en la propia autonomía, nos indican que sólo un 47% de los catalanes piden la independencia y que, el resto, no estaría de acuerdo con separarse de España, aunque que se puedan considerar, en otros aspectos, como verdaderos catalanistas.
En realidad, lo que se esconde bajo esta atávica animadversión, obsesiva y evidentemente fruto de años y años de ir imbuyendo en la mente de las sucesivas generaciones un espíritu crítico, una animadversión injustificada, un sentimiento de rechazo y un reconcomio interno que hace que no sean capaces de razonar con objetividad en cuanto se trata de juzgar cualquier aspecto del madrileñismo, desde el deporte hasta la solvencia y capacidad de trabajo y empresa de los madrileños, a los que vienen juzgando desde un posición de autoproclamada superioridad intelectual, cultural, moral y económica que, cuando acudimos a los datos que nos proporciona la realidad del momento, resulta que no está basada en ningún dato científico, estudio económico, valoración seria cultural o constatación estadística puesto que, los últimos datos que han aparecido en la prensa económica española, ya sitúan a Madrid por encima de Cataluña en cuanto a potencial económico e industrial.
Una actitud que sólo encuentra una explicación en la clásica idea cantonalista de aquellas partes de la nación que siempre han tenido la pretensión de intentar suplantar la capitalidad de España pese a que, al tratarse de que tradicionalmente la capital de España se ubicaba en el lugar en el que se establecía la corte del Rey, hubo diferentes emplazamientos del país en los que, circunstancialmente, se fue instalando la capital del reino, cómo fueron Valladolid, Sevilla, Cádiz ( donde se promulgó la Constitución de 1812, la Pepa), Valencia durante la Guerra Civil y, sólo por unos meses y debido a que el resto de España ya no pertenecía a los republicanos, Barcelona, en tiempos de Negrín.
En todo caso, si los que han venido blasonando de que España ha abusado de los catalanes, de que Cataluña siempre ha sido la más perjudicada en el reparto de los beneficios y de que siempre se les ha negado poder administrarse por sí solos; ahora pretendiesen sacar a valoración sus recientes “éxitos” en cuanto a lo que es la actual Cataluña y su capital Barcelona, en comparación de lo que han sido en los años anteriores a estos en los que, prácticamente, los que han decidido lo que se hacía en esta autonomía han sido los soberanistas, separatistas, y comunistas separatistas de la CUP, con los restos que quedan de CDC y los huidos de la justicia, cómodamente instalados en Bélgica, del grupo de Puigdemont. Hace años que Barcelona y el resto de Cataluña no habían estado tan mal administrados, han tenido tantos fracasos y se han entendido tan poco sus gobernantes, como está sucediendo en la actualidad en la que, ninguno de los grupos que se oponen a seguir en España, ha sido capaz de entenderse con ninguno de los que, en teoría, deberían ser sus cómplices en la aventura soberanista catalana.
Lo cierto es que, desde aquella aciaga fecha en la que, por unos instantes, se atrevieron a proclamar la República Independiente de Cataluña, sin tener lo que se debía tener para defenderlo después, sabedores de que les iba a costar caro aquella expansión, evidentemente absurda y que, como se vio posteriormente, tantos problemas le ha venido reportando a Cataluña; empezando por el abandono del domicilio social de 5.000 empresas, ante el temor de que tuvieran que caer bajo la autoridad de un gobierno revolucionario del que nada podían esperar más que los fuera cosiendo a impuestos y les impidiera la libertad de comercio y de emprendimiento de la que venían disfrutando al estar en una parte de España, como cualquiera otra, del resto de la península.
Pero la desubicación de la industria hacia otros lugares de la geografía española sigue produciéndose, siendo la “odiada” Madrid, la capital de España, la que mejor tajada ha sacado de esta desbandada que se viene produciendo en la ciudad Condal, ante una situación marcada por un personaje evidentemente peligroso, que no duda en anteponer sus propias ideas revolucionarias y sus delirios de grandeza, a lo que serían los verdaderos objetivos que deberían ser, hoy en día, los de una autonomía que ve que va perdiendo fuerza dentro del resto de España y que, en manos de alcaldes, como la señora Colau y de partidos ácratas, como la CUP, poco puede esperar de quienes pudieran estar dispuestos a invertir sus capitales en esta comunidad, donde la seguridad jurídica se ha convertido en una utopía y las ideas que predominan entre las autoridades actuales, nada tienen que ver con la propiedad privada, los derechos individuales de los ciudadanos y los preceptos constitucionales que deberían ser respetados en esta parte de España como lo son, al menos hasta ahora, en el resto del reino.
En realidad, si la prensa y las TV catalanes dedicaran toda la energía y medios en hacer una labor positiva para Cataluña, se olvidaran de la utopía de escindirse de España y buscaran, como sucedió en otras épocas de nuestra historia, centrar sus esfuerzos en volver a potenciar su industria, favorecer al turismo en lugar de poner obstáculos, como hizo la señora Colau, para que pudieran disfrutar a sus anchas de Barcelona sin absurdos peajes, inconvenientes limitaciones de circulación y una moratoria en la puesta en marcha de restaurantes y hoteles; es muy probable que, pese a la pandemia, la situación del turismo en toda la autonomía catalana no resultara tan insostenible como, todos los indicios hacen prever que, al menos para este año 2020, va a ser un verdadero desastre, debido a las advertencias del resto de naciones que, habitualmente, nos enviaban a sus ciudadanos en forma masiva para disfrutar del verano, de la inconveniencia de viajar a Aragón y Cataluña y otras partes de España, debido a la intensidad de los rebrotes que se están produciendo en dichas regiones.
No se puede, impunemente, cometer errores de tan nefastas consecuencias como el que el señor Quim Torra cometió, al quejarse duramente de que se le privara a la comunidad catalana, de la gestión de la epidemia del Covid19 y, luego, cuando el Gobierno central le ha devuelto las competencias, cometer la serie de errores y decisiones absurdas con las que se ha enfrentado a los rebrotes que están surgiendo por todas partes de la comunidad, sin que su gestión haya contribuido, en nada, a evitar que se sigan reproduciendo. Si esta ha sido una muestra de lo que espera, a los catalanes, si llegaran a conseguir, Dios no lo quiera, la tan “ansiada” independencia, ya sería hora de que todos los que ven con espanto la sola posibilidad de que acabemos en manos de un gobierno comunista, con la colaboración de los separatistas de Torra y Puigdemont, empiecen a rezar y a espabilar para intentar poner todos los medios precisos y las acciones necesarias para impedir que acabemos siendo un verso suelto en una Europa que ya nos ha advertido de que no se nos va a admitir en ella en el hipotético caso ( con el señor Sánchez nadie sabe lo que puede suceder) de que se produjera semejante dislate.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, deberemos reconocer que la envidia, el sentimiento de inferioridad, la mala praxis de unos políticos que pretenden engañar a un pueblo al que se le ha hecho creer que España los engaña, cuando lo cierto es que, sin el apoyo del Gobierno y de los préstamos que están recibiendo de él, Cataluña no conseguiría mantenerse debido a la pésima gestión de todos aquellos políticos que la gobiernan y que, si piden continuamente más subvenciones del Estado, se debe a que los gastos de sus actividades separatistas les absorben una parte importante del presupuesto que deberían destinar a otros temas, más útiles y provechosos, para los ciudadanos catalanes. Y como colofón una frase de Diógenes de Sinope: “A Aristóteles se le preguntó una vez qué ganan los que dicen mentiras. Dijo él: que cuando dicen la verdad, no se les cree. ¿Qué piensan que dirían de ello nuestros gobernantes? Seguramente no se sentirían aludidos, debido a que, para ellos, el mentir es su forma habitual de expresarse.
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