La tierra de mi abuelo, enamora
Las castañas estaban buenas. Las asamos al horno. Las recogí una a una pinchándome los dedos, por hacer ejercicio, por ahorrarme unas pesetas, no lo sé bien. Fueron casi 10 kilos, me llevó varias horas. Yo, que no soy campesina, acabé con las manos de obrera china. De aldeana que tiene por bienes su casita de piedra, sus solares y su tractor viejo y rojo.
Ellas, las campesinas, jamás tendrán manos de pianista o de modelo publicitaria. Son ásperas y arrugadas sus dos manos y sus uñas son negras. El jabón tendría poco efecto sobre los tatuajes del más puro campo. Pero son ellas, las mágicas mujeres que mueven el mundo, alimentándolo.
Hoy, me he puesto en su lugar, y sé de su gran valor y su lucha contra la belleza en el ejercicio de sus tareas.
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