En mi anterior artículo escribí pensando en nuestra situación actual la respuesta que podía darnos la Biblia y encontré en el Eclesiastés que todo pasa y todo se repite, que los que ahora viven en olor de multitudes pasarán y serán olvidados irremediablemente, como los que le precedieron.
Pero la segunda parte de este libro y también de otros libros sapienciales de la Biblia nos dice que el principio de la sabiduría es el temor del Señor. Para tanta gente que ha dejado de creer en Dios ¿tiene algún significado este temor? Creo que el problema de nuestra increencia corta nuestra peripecia vital con la muerte donde creemos que se acaba todo. Pero ¿es lógico que el malvado y el caritativo terminen de la misma manera?
Muchos piensan que Dios es una fantasía, sin darse cuenta de que la fantasía es pensar que somos creaturas surgidas de la nada y que volveremos a la nada. Esto repugna a nuestra propia sensibilidad. Nosotros, seres inteligentes, dotados de libertad, que estamos orgullosos de conocer el universo en su inmensidad o la acción de las pequeñas partículas que hemos conseguido acelerar con complicadas máquinas, que volamos por el aire o nos sumergimos en lo profundo de los mares, ¿iremos a parar a la tumba y ahí se acaba todo?.
El hombre sabio reconoce que ha sido creado por un Dios infinitamente grande y poderoso que, además, lo ha hecho todo por amor. Que nos ama a cada uno de nosotros hasta el extremo y espera que le correspondamos, porque la vida no termina con la muerte, hay otra vida sin fin después.
Ahora, enredados con otras cosas, no sabemos nada de lo que el viejo catecismo de Ripalda llamaba los novísimos, las postrimerías, que sintetizaba en cuatro palabras: muerte, juicio, gloria o infierno. Inevitablemente tendremos un juicio en el que Señor juzgará de nuestras acciones y no puede ser idéntica la suerte del malvado que la del inocente o la del arrepentido que pide perdón antes de morir. Esto es el temor del Señor, el principio de la sabiduría, que tienen buen juicio los que lo practican.
Así pues tenemos una realidad insoslayable: que fuimos creados, que recibimos la vida de un ser infinitamente grande y poderoso, que nos pedirá cuenta del uso que hemos hecho de ella. Nuestras acciones, esas que serán olvidadas por los que nos sustituyan en este mundo, no serán olvidadas por Dios.
Algunos dirán que esto son fantasías, pero ¿hay mayor fantasía que creernos dotados de una autonomía total? Algunos hombres son y serán recordados por sus ideas, sus libros, sus descubrimientos, son los sabios; otros se recordarán por sus obras: su amor al prójimo, su humildad, sus virtudes, sus oraciones: son los santos y otros son recordados por sus maldades, sus crímenes, su orgullo o su vanidad, quizás sean los condenados que ocupan el infierno para siempre y que Dante nos describió en su obra.
Merece la pena pensar sobre todo esto en lugar de vivir distraídos con las diversiones, el sexo y tantas cosas inútiles que se nos imponen por todos los medios de comunicación.
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