Durante varios años he contemplado con interés y cierta prevención el vía-crucis que se celebraba en la catedral todos los Viernes Santos después de los Oficios. Preparaba la retransmisión de las entradas en la misma de las cofradías de dicho día, mientras observaba un desfile del Cristo Mutilado a hombros de sus hermanos rodeado de uniformes, plumeros, corazas, mantillas y trajes negros, silencio y taconazos sobre el mármol.
Aunque no lo pretendieran, significaba un recuerdo a una situación terrible y sus consecuencias posteriores. La imagen mutilada seguía recordándonos a una noche de barbarie que estaba más que olvidada por su principal protagonista: Jesús de Nazaret. Él les había perdonado desde el principio y lo que quería era que todos nos reconciliáramos y no volviéramos a las andadas; a una lucha fraticida.
Un gran imaginero, Miñarro, ha restaurado la bella imagen. Le ha vuelto a colocar las extremidades perdidas y le ha quitado ese color oscuro que tapaba el amor que se desprende de su deseo de que todos seamos felices.
Su nombre también ha cambiado. Ya no es un Cristo Mutilado. Es el Cristo de la Clemencia. Dice el diccionario que Clemencia significa: “Benevolencia o compasión con que una persona juzga o castiga a otra”. ¡Qué acertado es el nombre! A ver si de una vez por todas, los de un lado y los de otro, dejan de buscarse las cosquillas y ponen en marcha la Clemencia.
Estoy deseando poder acercarme a la Catedral y arrodillarme ante ese punto de encuentro entre todos que significa desde hoy esa imagen. Ojalá mueva nuestros corazones de piedra que alguien se preocupa de volver a llenar de rencor. Bienvenida esta llamada a la concordia.
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