Como insectos libando en carne aún tibia, siento las primeras gotas de octubre en mí.
En los adoquines sembrados de detritos que resbalan arrastradas por el otoño, en las caras que corren a guarecerse con más cobardía que precaución, en la ciudad entera, se siente el cambio.
El estío ya calló y su recompensa de sangre emana vapores en añejos cilindros de roble; hay un ocre detrás de esas nubes ya vacías, es el crepúsculo y su áureo cortinaje de vida. Porque el otoño es solo eso: Vida regresando, Vida que retorna a los bosques yermos, a los suelos baldíos y famélicos, deseosos de hojarasca renovada y crujiente.
Las gotas frías de esta tarde ya son mi piel, ya forman parte de mi esencia que resurge deseosa de ser otoño y hojarasca en el suelo. La tarde ya se ha escondido en la noche y su negro hogar acoge al huérfano que soy. Nazco en la noche porque la noche soy yo.
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