Encontrándose Jesús sentado en el monte de los Olivos se le acercan sus discípulos diciéndole: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y que señal habrá de tu venida, y del fin del tiempo?” (Mateo 24.3). Les responde diciéndoles: “Mirad, que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi Nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y a muchos engañarán” (vv. 4,5). Aparecerán muchos salvadores que conducirán a sus seguidores a la perdición. Añade Jesús: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras, mirad no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin” (v.6). El drama prosigue. “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y habrá pestes y hambres, y terremotos en distintos lugares” (v.7). Si tenemos ojos para ver percibiremos que en nuestros tiempo se dan muchas de las señales que nos indican que el fin del tiempo se acerca..
Nuestra situación es parecida a la que el político británico Sir Edward Grey describió el estado en que se encontraba Europa al inicio de la Primera Guerra Mundial, que se suponía tenía que ser la última: “Se apagan las luces por toda Europa, no las volveremos a ver encendidas mientras vivamos”. Se dice que este conflicto bélico dejó 20 millones de muertos y otros 21 millones tullidos de diversa consideración. Fue un drama terrible como también lo fue la Segunda, y como lo son todos los conflictos guerreros locales que estallan por doquier. ¿No es verdad que compartimos la opinión de Sir Edward Grey ampliada porque hoy la crisis es global? “Se apagan las luces por toda Europa, no las volveremos a ver encendidas mientras vivamos”. Corremos con incertidumbre, como golpeando al aire, en el intento de salir de la situación en que nos encontramos sin saber dónde está la puerta que nos permita salir de la oscuridad que nos ciega. Las luces se apagan porque las centrales eléctricas no funcionan. Apretamos insistentemente los interruptores y las bombillas siguen apagadas. ¿Estamos condenados a permanecer para siempre en tinieblas? De ninguna de las maneras.
El evangelio de Juan comienza con esta sorprendente declaración: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que hay ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” Juan 1: 1-5). Juan 3: 19 deja claro el motivo por el que los hombres no creen que Jesús es la luz de los hombres: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas”
En el contexto de la mujer sorprendida en adulterio, Jesús hace esta declaración: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8. 12).
El salmista hace esta aportación: “Tu palabra (la de Dios) es lámpara a mis pies, y es la luz en mi camino” (Salmo 119: 105). De manera clara que no da lugar a la duda, el salmista expone la manera como se puede salir de la oscuridad que lo envuelve. Sin ningún ápice de duda asegura que la Palabra de Dios es la lámpara que ilumina el camino por el que transita. Envuelto por la oscuridad de la noche la Palabra de Dios le muestra lo que tiene delante: los agujeros que pueden hacerle tropezar y los obstáculos que dificultan su avance, Le ayuda a evitarlos y a tomar decisiones correctas que le impiden caer en las redes que insidiosamente el diablo le pone en el camino. Da la impresión que las personas maltrechas debido a los múltiples encontronazos recibidos en su andar en las tinieblas dejarían gozosos que la Palabra de Dios iluminase su camino. Desgraciadamente no es así. Así de clara es la Palabra de Dios: “Y los otros hombres que no fueron muertos por estas plagas, ni aun así se arrepintieron de los hechos de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra, de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar, y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de sus hurtos” (Apocalipsis 9. 20,21).
Prefieren permanecer en la antigua “normalidad” que los ha llevado a la situación en que se encuentran hoy. Situación que no gusta a nadie. El texto de Apocalipsis citado nos da la solución para salir de la catastrófica situación en que hoy nos encontramos: arrepentimiento ante Dios, no ante los sacerdotes, del pecado y abandonar el estilo de vida que nos ha llevado en donde estamos.
La mano misericordiosa de Dios continúa extendida a una humanidad que le desprecia. La más alta manifestación de la misericordia de Dios hacia nosotros la recordamos de manera especial en las épocas navideñas en que se recuerda al Verbo de Dios que se hizo hombre en la persona de Jesús con el propósito de que los hombres abandonen las tinieblas para abrazar la luz que los guiará a un glorioso futuro eterno. Pero no, la mayoría prefiere dejarse guiar por el consumismo desmesurado que los mantiene atrapados en las tinieblas que los arruinan. Permanecen sordos al mensaje que los ángeles anunciaron a los pastores: “No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblos, que ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo el Señor”
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