Acabamos de vivir las tradicionales fiestas de la Pascua de Navidad. Especialmente el paso de un año para olvidar, a la esperanza en una etapa más venturosa de nuestra vida. Ayer celebramos la epifanía (manifestación, aparición, revelación). La situación actual de este mundo nos manifiesta como a veces la naturaleza vuelve a poner en su sitio a una humanidad prepotente y dedicada más al parecer que al ser.
Los cristianos consideramos la Epifanía como la fiesta por antonomasia de los niños; esos locos bajitos que son una esperanza para nuestro futuro incierto. Ellos han vivido estos tiempos difíciles con una actitud ejemplar y no han necesitado de nada más que el cariño y la atención de sus padres.
Para colmo, esa inocencia maravillosa ha aceptado, sin ninguna duda, un cambio en la tradición. En este año ha desaparecido la parafernalia habitual en las Cabalgatas (salvo deshonrosas excepciones: Valencia y Vigo), de lo cual me alegro mucho. A ver si, de una vez por todas, se destierran esas cabalgatas que parecen el anuncio del Circo del Sol o un tráiler de las series americanas de dibujos animados. Que se vuelvan a centrar en los Reyes Magos y su mensaje.
A los niños les sobra ilusión para cubrir con creces los denodados esfuerzos del consumismo y los machacones reclamos publicitarios que intentan convertir la figura de los Reyes Magos de Oriente en los embajadores del Corte Inglés, o en unos vendedores de perfumes con acento francés. Los que tenemos la suerte de contar en nuestras familias con niños pequeños, volvemos a vivir esta epifanía en nuestras vidas. El tránsito hacia la auténtica nueva normalidad que nace de la luz que vislumbramos en un futuro lejos de la pandemia, propiciado por esas maravillosas vacunas que nos han dejado los Reyes Magos.
Los mayores podemos, y debemos, volver a hacernos como niños y recuperar la esperanza en un mundo en el que no todo está perdido. Por mi edad, estoy descubriendo la conexión mental que existe entre los más pequeños y los ancianos. Nosotros, los miembros del segmento de plata, sin olvidar nuestras capacidades, podemos disfrutar de nuestro tiempo libre conectando con esa otra generación que ha nacido en tiempos difíciles. Esta puede ser nuestra pascua. La salida del túnel en el que nos encontramos hacia la alegría que se desprende de los más pequeños. El paso hacia un mundo nuevo.
Nota: Espero que no todos nos volvamos “majarones” como el tipo de la peluca rubia que está dispuesto a amargarnos más la vida. ¡Menuda cabalgata la que montó ayer el demente americano!
|