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Soberbios

Aunque no sea fácil, frente a la soberbia envolvente; hemos de recurrir al temple de personas con dignidad
Rafael Pérez Ortolá
jueves, 14 de enero de 2021, 11:54 h (CET)

Además de los acontecimientos imprevistos, azarosos o provocados, adquiere ímpetu el conjunto de circunstancias elaboradas con pleno consentimiento de los intervinientes y con el acompañamiento pasivo de numerosos individuos. Si tratamos de la calidad de esa elaboración quedamos un tanto defraudados. Tras el capricho y la fuerza bruta, nos adentramos en la definición zubiriana de la SOBERBIA vital. Ignorar al resto de las realidades inmanentes, desoír otros razonamientos y empecinarnos con las ideaciones propias, refleja esa actitud prepotente fácil de contemplar con una simple mirada por los entornos actuales. Abundan sus ejemplos en una competición nefasta de gente engolada.

Dando respaldo a esas actitudes desmesuradas se desarrolla todo un foro estruendoso a base de tecnologías, APANTALLADO pudiéramos decir; si no de carácter servil, al menos provoca un ruidoso acompañamiento distractor, liberando espacios para los soberbios. Aunque la arrogancia, en sus variados grados, parece difundirse sin obstáculos. El parloteo sin freno o la multiplicación de las imágenes, impiden el reposo necesario para enfrentarnos a las debilidades y limitaciones. Dicha escenografía no contribuye al análisis oportuno de los fundamentos reales, la dispersión aminora los efectos correctores. Pese a lo evidente de la situación, la acogida general es satisfactoria.

Esa especie de desinterés dedicado a las realidades subyacentes, los enigmas, los conocimientos parciales adquiridos o la simple diversidad de las percepciones; se fragua en torno a ciertos comportamientos poco analizados, aunque originan repercusiones importantes. Nos detenemos en exceso con el DESAGRADO de cuantos eventos o actitudes nos rodean. Sin parar mientes en sus condicionantes, dificultando así la posible asimilación de sus aportaciones. Parados en esa primera impresión chocante o desagradable, no hay forma de establecer un intercambio fructífero. No tiene lugar el diálogo. De esa manera, la convivencia se ve privada de los objetivos gratificantes.

En el área de las comunicaciones se han incrementado las comunicaciones a un ritmo acelerado; todo está al alcance, como diríamos en una primera aproximación. Es evidente, pero con una contrapartida quizá inesperada; el aumento de las posibilidades lleva aparejada la dispersión. Cada uno se arrincona alrededor de sus apetencias hasta completar su saturación. Como consecuencia se produce el ALEJAMIENTO con respecto a las restantes individualidades. Al aislarse, se potencia el endiosamiento de cada particular, contribuyendo a la mencionada soberbia. Una vez instalados en sus actitudes, la camaradería y las buenas colaboraciones quedan relegadas a lugares silenciosos.

Centrados en la escueta esfera de lo particular, ese desinterés progresivo por las cosas de fuera, las perspectivas diferentes de otra gente, las propuestas ajenas; se potencia hasta lo impensable debido a las múltiples ESCAPATORIAS propiciadas por la sociedad moderna. Disponemos de medios para estar alistados de manera simultánea en varias andanzas, lo cual no garantiza la necesaria implicación personal; pueden servirnos de tapadera respecto de la auténtica dedicación. El orgullo personal deriva hacia una pretendida autonomía de corte enajenado con ínfulas de absoluto. En esa recreación habrá escapado el sujeto de cualquier atenuante, acrecentando su tendencia solipsista.


Ese encierro progresivo en el núcleo individual, no engrandece la personalidad del actuante; al contrario, le conduce a una amputación de sus raíces y ramas sin el debido análisis previo de sus aportaciones. Configuran una verdadera REDUCCIÓN del ente individual, puede acercarse a la mínima expresión. La ostentación de señales lustrosas no es suficiente como elemento corrector; el relumbrón de los cargos, el dinero, la fama, no suplen a los constituyentes básicos de la identidad personal. La altivez circula extraños a la calidad de la persona, diría incluso que se contrapone. Su valoración comunitaria con los réditos consiguientes sigue criterios cambiantes adheridos a cada grupo social.

Aunque sea inaudito, se va instalando en la sociedad esa fiebre de los aislados en su orgullo. No debemos confundir las parafernalias colectivistas como verdaderas comunidades; se basan en la permisividad hacia los posicionamientos cerrados en sí mismos. En tales ámbitos, si escarbamos en sus actuaciones comprobamos con claridad una POLARIZACIÓN inclemente; alejada de la laboriosa labor dedicada a la búsqueda de entendimientos, desconectando de cualquier punto de vista diferente y con clara propensión aniquiladora de los intentos discordantes, cortándolos de raíz si pueden. Con esas trazas polarizadas acentúan las divergencias difíciles de mitigar con posterioridad.

Las experiencias esbozadas en los párrafos anteriores ocupan los ambientes. Como decía, los detalles ajenos apenas son tenidos en cuenta, dan la impresión de una especie desaparecida; que no extinguida, por aquello de los rincones íntimos de cada quien. Lo sufrimos en especial cuando topamos con las empresas u organizaciones creadas al efecto por todo lo grande, constituyen un muro frente a las inquietudes del ciudadano común; este se enfrenta a teclados automáticos, desapareció la relación personal. Es manifiesta la FRIALDAD de los contactos, todo un caldo de cultivo para la desatención, las frustraciones, el enconamiento de las actitudes y ese desapego comunitario de graves consecuencias.

En plenos brotes de la pandemia, no un individuo ni tres, son abundantes los grupos de sujetos indiferentes a la que está cayendo y a las precauciones aconsejadas; La falta de respeto a los demás, les proyecta a respuestas incívicas. Tenemos así mismo a los demócratas que no escuchan, deciden a su aire, no informan y les horroriza el debate franco. En todos los sectores existen individuos practicando barbaridades, esquivando las inhibiciones; ejecutan con desfachatez las acciones impropias. A estas actitudes las denomino DESQUICIAMIENTOS conscientes, porque no pueden achacarse a la ignorancia. Su disfraz malicioso provoca e insulta al resto de la gente.

Cuando los soberbios intervienen en acciones terroristas presentes en todas las épocas bajo diferentes modalidades; abundan las quejas referidas a los comportamientos políticos; brotan los expertos de pacotilla sin ideas asentadas sobre sus asuntos; la ligereza informativa no delimita sus mensajes; cuando tanto encumbrado sin fundamento nos acosa, quedamos HUÉRFANOS de criterios clarificadores, que necesitaríamos para desvelar los rasgos improcedentes.


Pues bien, por encima de todo eso, destacan los soberbios COBARDES con actuaciones solapadas, escondidos entre el común de la gente; pero cuyas intervenciones son imprescindibles para terroristas, politicastros u otros protagonistas abusivos. Su asquerosa hipocresía no sólo se traduce en complicidad, son la parte activa pringada en ese fango mental de tétricos ejemplos.

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