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La idea de que la inteligencia artificial pueda desarrollar su propia consciencia en los próximos años ha generado mucha curiosidad y debate. Algunos expertos señalan que hay un 20% de probabilidad de que esto ocurra en la próxima década. Sin embargo, ¿qué significa que una IA sea “consciente”? ¿Podría llegar a tener emociones y deseos como los seres humanos?
Un Woody Allen enamorado de una adolescente en su filme Manhattan le pide apartar su mirada de “niña descalza de Bolivia que busca un padre adoptivo”, una bella y precisa metáfora para definir al chantaje emocional. La semana pasada visité por primera vez Bolivia, y pude corroborar que toda ella es una extorsión a los sentimientos, a la que aún no ha cedido la humanidad.
Últimamente me levanto desajustado, como si, de repente, el mundo en el que me moviera ya no fuera de mi talla, sintiendo la holgura de la existencia por unos parámetros que ya no concuerdan con las medidas de mi conocimiento. Como cuando de pequeño, de un verano para otro, me ponía el bañador que tan bien me quedaba el curso anterior y, doce meses después, me sentía como el increíble Hulk en plena transformación.
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