Este año por aquello del calendario lunar nos encontramos con que
en un plazo de dos semanas en el País Valencià se celebran la
fiesta de las Fallas y la Semana Santa. Las Fallas
siempre han sido una fiesta de jolgorio y exageración callejera, en
València durante la semana fallera todo es exagerado, las fallas
cada año son más y más grandes, cada mascletà gana en ruido a la
anterior, los castillos de fuegos artificiales año tras año nos
descubren nuevas figuras y colores, las carpas que cortan el tráfico
rodado en las calles cada año se multiplican y la vestimenta de
falleros y falleras descubre cada año nuevos modelos para alegría
de las cajas registradoras de los llamados indumentaristas y de los
comercios dedicados a la venta de este tipo de ropa.
Y ante tanta exuberancia primaveral la veterana alcaldesa de
València no podía quedarse atrás, también ella, como tantas y
tantas veces, este ejercicio fallero ha querido dejar muestra de su
afán de protagonismo, un afán que le hace estar cada día a la hora
de la mascletà presidiendo, aunque sea a empujones, el balcón
municipal que presenta un lleno total en estos días falleros. Son sus
cinco minutos de gloria fallera y no va a dejar que nadie se los
amargue, ni tan siquiera los protestones de la “Intifada
fallera” que cada día se reúnen bajo el balcón para protestar
por tantas y tantas cosas merecedoras de que el personal alce su
voz ante la principal responsable de la mala administración que la
ciudad de Valencia viene sufriendo desde que ella está al frente del
consistorio.
Para los no valencianos explicaré que la “crida” celebrada
en el marco de las Torres de Serranos supone la apertura
oficial de las fiestas falleras, desde este monumento la Fallera
Major invita al mundo entero a acudir a disfrutar de las Fallas
valencianas. Por tanto la protagonista tendría que ser la joven
fallera en representación del festivo mundo fallero, pero la alcaldesa
no puede dejar fuera su afán de ser la figura del acto y toma la
palabra, y ahí es cuando la hipocresía la traiciona. Rita
Barberá, a pesar de ser valenciana y llevar más de veinte años
como alcaldesa, nunca habla en valenciano, es una digna
representante de esa clase dirigente valenciana a la que el auto
odio de años ha llevado a renegar de la lengua del País y de su
cultura, ella y los “suyos” tan sólo miran hacia Madrid, son
centralistas por naturaleza. Y en esta ocasión la ignorancia, el
atrevimiento y la falta de costumbre la llevaron al ridículo más
espantoso cuando intentó tomar protagonismo en el acto hablando
en valenciano. Inventó una nueva palabra: “caloret” y a más de uno
nos dio la impresión de que, no sé debido a qué, no estaba en
condiciones de hablar en público. Pero la ignorancia y la hipocresía
de la alcaldesa de València no tienen límite. Se burló de la cultura
valenciana, de la lengua de la mayoría de los ciudadanos del País
Valencià y de los falleros allí presentes.
Y pocos días después de la explosión del alcaldable
“caloret” desde el sur del País, desde Alacant, nos
llegaba otra muestra de la hipocresía en la que se mueven ciertos
estamentos de la sociedad. En las procesiones de Semana Santa
alicantinas las denominadas “damas de mantilla” tendrán
que procesionar de manera respetuosa y, especialmente, recatada.
Este año queda prohibido ir en las procesiones vistiendo minifalda,
medias de rejilla o luciendo “canalillo” por el que se asomen,
aunque sea disimuladamente, los pechos. Por otro lado se les
recomienda peinar moño bajo para que la peineta quede mejor
incrustada, evitar el color rojo en el maquillaje y, especialmente, no
llevar vestidos ajustados.
Que se tenga que llegar a recomendaciones y prohibiciones en este
tema de las procesiones de Semana Santa quiere decir que este
tipo de vestimenta era más habitual de lo normal y es una buena
muestra de la hipocresía de una parte de la sociedad, esa parte de
la sociedad que se da golpes de pecho mientras incumple los
mandamientos de la religión católica, esos fieles que van a las
procesiones solamente para ser vistos o esas fieles que acompañan
a su Virgen más adorada tan sólo para lucir el tipo. Y esto, lo de
lucir el tipo la Iglesia no lo puede permitir, acudir a una procesión y
despertar la concupiscencia de castos varones es uno de los
mayores pecados que se pueden cometer. Por eso este año en
Alacant ni minifalda, ni medias de rejilla, ni vestidos ajustados y,
especialmente, nada de sugerente “canalillo”. El día menos
pensado cualquier cardenal fiel representante del estamento más
carca hará que las mujeres vuelvan a tener que utilizar el velo para
entrar a las iglesias.
Pero en la ciudad de Valencia, tal vez por aquello del “caloret”, la
Semana Santa Marinera termina con una explosión de luz y
color con el desfile que el Domingo de Resurrección
recorre las calles de los Poblados Marítimos, desfile en el
que las valencianas disfrazadas de matronas romanas, de
samaritanas, de marías magdalenas e incluso de María lucen
peinados imposibles, vestidos sugerentes y, cómo no, más de un
canalillo. Y es que en Valencia hasta la Semana Santa es
exagerada, alegre y bulliciosa aunque el resto del año las iglesias
estén vacías. Aquí no hay hipocresía, hay tradición y unos se
apuntan a una comisión fallera y otros a una cofradía de Semana
Santa, e incluso algunos a ambas cosas, este año tendrán que
guardar con prisas el traje de fallero para sacar del armario los
hábitos y la caperuza de penitente. Todo sea por la fiesta.
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