Hace ya casi cuatro décadas, el premio Cervantes Juan Goytisolo citaba al arabista español Serafín Fanjul, quien refiriéndose a los líderes saharauis afirmaba que “No hay que ser grandes observadores para constatar que el Polisario proporciona, a precio muy barato, una pancarta izquierdista e cara a la galería de unas bases que piden radicalización y encuentran moderadísimas actitudes en el orden español interno…Es útil hablar de las metralletas que esgrimen los otros mientras se aguarda el maná que viene de Centroamérica”.
Añadía el escritor que hablar fuerte sobre el Sáhara evitaba la dura necesidad de hacerlo sobre problemas mucho más arriesgados y explosivos como el porvenir de Ceuta y Melilla, dos ciudades del reino de España que todavía existen en territorio marroquí. Para muchos activistas de ONG españoles, que lucran con el gran negocio de la ayuda humanitaria al Sahara Occidental, la descolonización no atañe a esas ciudades que su estado mantiene en el norte de África, en territorio de un país africano soberano.
La mayoría de los españoles dice apoyar la libre auto-determinación del pueblo saharaui. Los marroquís tienen derecho a preguntarle por qué no extienden ese apoyo a los vascos, pueblo que tiene una etnia perfectamente diferenciada de las demás nacionalidades españolas y en cuya seno una fracción se levantó en armas contra el colonialismo de Madrid.
La aplicación del principio de autodeterminación es, pues, selectivo. Ya sabemos que para los españoles, lo que es válido en Gibraltar ante los ingleses no puede serlo para Ceuta y Melilla ante los marroquís. Paralelamente, Israel puede ocupar territorios palestinos y anexionarlos por la fuerza, como lo hizo en 1967, sometiendo a la población de territorios no autónomos, pero debemos rasgarnos las vestiduras porque Marruecos recuperó un territorio que legítimamente le perteneció al menos por ocho siglos, y de donde habían surgido varias dinastías de sultanes que gobernaron el imperio almorávide.
También el Paraguay soportó una guerra entre 1932 y 1935 por un territorio que legítimamente le pertenecía. Paradójicamente, la Liga de las Naciones lo declaró entonces país agresor, porque en el juego de intereses aparecían empresas petroleras norteamericanas que habían presionado a la comunidad internacional.
Es notorio que los propagandistas “saharauis” se aprovechan de que la mayoría de la población española desconoce la intrincada realidad del problema, y otros tantos desconocen el mismo mapa del África, entre los cuales se cuenta al presidente del gobierno Mariano Rajoy.
Fácil pasto, en fin, para ser consumido por la desinformación de los beneficiarios argelinos y “saharauis” del negocio.
Un jurista español había enunciado respecto a las islas Canarias que “el futuro de los canarios dependerá del órgano autonómico canario, y no de Madrid. Pero, desde luego, no del Comité de Liberación de la OUA”. Goytisolo extendió ese razonamiento de primera a tercera persona, y afirmó en su ensayo sobre el problema del Sahara que “el futuro de los saharauis (erguibats, tuaregs y chaambas residentes en Marruecos, Argelia y Mauritania) lo deben decidir los propios saharauis, desde posiciones autonomistas. El futuro de los saharauis tiene que depender de órganos autonómicos saharauis encuadrados en el Magreb de los pueblos. Pero, desde luego, no a partir de criterios de independencia selectiva y ficticia como intenta hoy Argel con el sostén inocente de los partidos de izquierda españoles”.
La autonomía es, pues, el único camino posible para el Sahara Occidental, para poner término a una tragedia que sufren muchos y de la que se benefician muy pocos.
Como lo ha expresado hace décadas el laureado escritor, a quien recientemente el rey de España entregó el máximo galardón de las letras hispanas: la parálisis del conflicto en el Sahara y la sedenterización forzada que deriva de ella, “destruye sus valores sociales y morales y los convierte en peones de un juego de intereses, cuyos motivos les escapan. Unicamente un replanteamiento global del problema podrá acabar con su alienación y sufrimientos, y ello no se logrará coreando tranquilamente desde Madrid consignas heroicas del tipo “independencia o muerte”.
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