El paso de los días, las semanas y los meses de epidemia están haciendo mella en la situación física y mental de los mayores de una forma casi imperceptible, pero real. Es demasiado el tiempo transcurrido.
Cuando hace casi un año nos anunciaron la llegada de “la nueva normalidad” nos pensamos que esta iba a ser provisional y factible de sobrellevar. El tiempo nos está demostrando que la nueva situación pasa por someter a los mayores a una privación de libertad semejante a la que sufren los condenados a ingresar en un establecimiento penitenciario.
Los pertenecientes al “segmento de plata” somos los más perjudicados por esta situación. La espada de Damocles de nuestra edad, nos convierte en pacientes de alto riesgo y susceptibles de pasar a mejor vida a las primeras de cambio. Nuestras familias nos someten a una vigilancia especial que nos impide continuar nuestra vida social, cultural y de voluntariado. Encima la vida familiar la llevamos a distancia y sin el consuelo del abrazo, las pequeñas celebraciones o las simples visitas.
Echamos de menos la partida de dominó, la charleta con los conocidos, los trabajos comunitarios, las periódicas comidas con los amigos. ¡Me han quitado hasta la asistencia dominical a Misa! Parece que nuestros hijos se están vengando de las prohibiciones a los que les sometimos durante su infancia y pubertad.
Ahora entiendo lo que sufren los presos. Llega un momento en que uno se harta de tanta tranquilidad, de leer, de escribir, de hacer puzzles o de ver la tele. Necesitamos hablar cara a cara con la gente, darnos un garbeo por los escaparates o perdernos en unos grandes almacenes para no comprar nada.
Lo peor de esta situación es la incertidumbre. El no saber cuando te van a vacunar, dado que tú no estas en una residencia ni eres un preboste o enchufado. (Por cierto, ya hay vacunas que tampoco nos sirven a los mayores). El desconocer cuando se va a acabar esto. Tenemos la esperanza puesta en un futuro cercano. La llegada de un verano similar al de pasado año, que dentro de ser un desastre, fue un rayo de luz en esta condena. Por lo menos esperamos que el próximo sea similar. Con esto nos conformamos.
Sigo de cerca la situación de mis amigos a través del teléfono y las diversas redes. Todos plantean la misma situación. Tedio, cansancio, una cierta degradación de las condiciones físicas y mentales, miedo al futuro y la esperanza en que alguna vez se nos despeje la incógnita de un porvenir “normal” al que nos gustaría llegar pronto.
Procuro animarme y animar a mis conocidos y lectores. Ya está bien de malas sensaciones. Hemos salido de situaciones complejas. Desde luego ninguna como esta que yo recuerde, pero sigo pensando y confiando en que se puede. A ver si nos llega pronto el indulto y hablamos de cosas más alegres. Así sea.
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