El periodista Lluís Amiguet le pregunta a Jean Jacques Pérennès, monje benedictino, director de la Escuela Bíblica y Arqueológica de Jerusalén: ¿Qué le atrajo el mundo musulmán? La respuesta que recibe es. “Quien busca la verdad siempre está en minoría, por esto siempre me ha gustado estar en los países musulmanes, en donde un monje cristiano está en franca minoría siempre”.
Se precisa diferenciar entre “Verdad” y verdades. De verdades hay muchas y mudables, tantas como personas existen. Ello crea un fuerte sentimiento de incertidumbre. Cuando el Sanedrín judío condujo a Jesús ante Pilato para que le condenase a muerte, se produjo entre Jesús y el gobernador romano un breve e interesante diálogo, que refleja la situación minoritaria que se encuentra el buscador de la Verdad. “Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto he venido al mundo, para ser testimonio de la Verdad. Todo aquel que es de la Verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo ningún delito en Él” (Juan 18:37,38). Cuando Pilato se encuentra ante la Verdad, la pegunta que le hace es; “¿Qué es la verdad?”. No la hace con el sincero deseo de encontrarla. En el momento en que los jerarcas judíos le amenazan con denunciarlo al César si no sentencia a muerte a quien se autoproclama “Rey de los judíos”, no duda en lavarse la manos, indicando que se desentiende del caso, y lo entrega para su crucifixión. La Verdad absoluta solamente la encuentran quienes están dispuestos a morir por ella, si es preciso. Los pusilánimes, quienes no están dispuestos a pagar un precio elevado para obtenerla, no la encontrarán. En el momento en que Jesús plantea a sus admiradores las dificultades que encontrarán si le siguen, lo abandonan al instante.
Sólo es necesario ver el momento que tenían que darle su soporte. Él que les había curado sus enfermedades, limpiado a los leprosos, devuelto la vista a los ciegos, recuperado el oído a los sordos, alimentado a las multitudes, a la hora de la verdad, le devuelven los favores recibidos con: Crucifícale, crucifícale.
En el momento en que muchos de sus seguidores le abandonan, Jesús dijo a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6: 67,68). La Verdad no es una filosofía más de las muchas que existen que se pueda cambiar a conveniencia. Ahora, con los registros sonoros que guardan los medios de comunicación, se conocen al instante los cambios de parecer de los políticos por cuestiones partidistas o por razones de Estado. Este modo de hacer es presente en todos los ambientes sociales: La palabra dada no es fiable. Cambia de color como los camaleones. Estas verdades tan mudables no sirven para mantener relaciones estables, ni confiar en quienes con tanta facilidad cambian de parecer. La Verdad que es Jesús va a misa. Es eterna. Desde la eternidad pasada, pasando por el presente, hasta la eternidad futura, es la misma. No ha variado ni un ápice. Es más fiable que las rotaciones estelares.
La condición humana es débil. Las circunstancias nos llevan de Herodes a Pilato. La inseguridad es absoluta. Necesitamos un punto de apoyo que nos dé estabilidad cuando los vientos nos son desfavorables. Por esto Jesús puede decirnos: “Cualquiera, pues, que oye estas mis palabras y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7: 24). “Yo soy la Verdad”, dijo Jesús. El cristianismo no es la Verdad. La Iglesia católica, a pesar de que presume de ser la Iglesia verdadera, no es la Verdad. Quien se convierte a una de las muchas iglesias cristianas existentes, no tiene la Verdad. Solamente Jesús es la Verdad que pone al hombre en contacto con el Padre celestial.
Quien escucha las palabras de Jesús y las hace significa que verdaderamente cree en Él. Esta persona y no otra es la que edifica su vida sobre la Roca. La Biblia identifica a Jesús con la Roca, el Hijo de Dios que vino al mundo a salvar el pueblo de Dios de sus pecados. Quien edifica sobre la Roca no significa que su vida vaya a ser placentera, sin problemas. NO. “Descendió lluvia y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa, y no cayó, porque estaba edificada sobre la Roca” (v.25). Jesús hace un contraste al añadir: “Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena, y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa, y cayó y fue grande su ruina” (vv. 26,27).
El contraste entre los que edifican sobre la Roca y los que lo hacen sobre la arena pone de manifiesto que los que poseen la Verdad están “en franca minoría” en cualquier sociedad porque al hacerse la pegunta: “¿Qué es la Verdad?”, no hacen como Pilato que salió a fuera a complacer a los enemigos de la Verdad.
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