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Opinión
Etiquetas | voluntariado | Sociedad

Contra el silencio cómplice

Durante mucho tiempo, a los voluntarios sociales nos han presentado como personas extraordinarias
José Carlos García Fajardo
martes, 19 de mayo de 2015, 21:03 h (CET)
Se puede engañar a unos pocos durante un tiempo, pero no a todos indefinidamente. Los datos de la ciencia, la experiencia compartida de los pueblos y el creciente diálogo intercultural están en órbita gracias al desarrollo de las comunicaciones que nos permiten ser testigos de excepción del ocaso de unos modelos de desarrollo que han llegado a un punto de saturación que no tiene retorno, porque ha alcanzado el techo de su propia contradicción.

Ignorarlo es no saber escrutar los signos de los tiempos, y silenciarlo es convertirse en cómplices. Algo no puede ir bien cuando la vida se transforma en espera, muchas veces sin esperanza. Lo malo es cuando no se actúa por temor a equivocarse o por dudar de la capacidad para hacer algo por los demás. Durante mucho tiempo, a los voluntarios sociales nos han presentado como personas extraordinarias.

En realidad, se trata de personas capaces de descubrir a tiempo la radical indigencia de toda criatura y de comprender que, en el reconocimiento de la propia debilidad, están las raíces de la auténtica fortaleza. Un día comprendemos que nos agobiábamos por problemas que perdían su virulencia ante las verdaderas desgracias que se descubren cuando nos asomamos a los umbrales de la marginación y de la desesperanza. Uno se pasma de haber estado pasando tantos años junto al dolor y junto a la soledad de los que estaban ahí, “a la vuelta de la esquina”.

La gota que se sabe océano, la persona que se sabe humanidad y, por lo tanto, insustituible, única, tiene una actitud radicalmente distinta a las de las gentes manipuladas por el consumismo, las prisas, la inseguridad y el miedo. No hay que calentarse la cabeza buscando ocasiones extraordinarias para hacer cosas grandes. Quizá nunca lleguen esas ocasiones. No existen límites de edad, de sexo o de condición social para practicar la solidaridad. Lo que importa es echarse a andar, ponerse en camino y sentir la pasión por la justicia; luego nos damos cuenta de que es más fácil de lo que suponíamos vivir la experiencia de compartir la soledad de los demás, su marginación y su abandono.

Nunca es tarde para comenzar porque hoy es siempre, todavía. Siempre se pueden sacar dos horas a la semana de cualquier actividad. No tenemos que hacer más. Así no nos cansaremos y podremos ser fieles a esa cita con lo mejor de nosotros mismos: con el que nos necesita y se agarra a la mano que le tendemos, abierta y pobre, pero generosa.

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Se dice por ahí, que hay tantas verdades como mentiras, pero, de entre las primeras, solo una se impone como verdadera, se trata de la verdad oficial. En cuanto a las mentiras, son simples mentiras creadas para que sus productores tengan una ocupación y su despliegue mediático sirva de entretenimiento al respetable. No pasa nada si estas últimas son inofensivas, es decir, si siguen el juego al sistema y se mueven en el terreno del espectáculo.

Ni sindicatos, ni organizaciones patronales, ni ONG's, pagan siquiera el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), dado que los Ayuntamientos también los han declarado exentos del pago de ese impuesto. Es de resaltar que el patrimonio inmobiliario de que disfrutan estas organizaciones, situado generalmente en las mejores zonas de las grandes ciudades, les obligaría a realizar unos importantes pagos anuales que en virtud de la ley eluden por completo.

En un mundo donde la información se pasea por las redes y los aparatos móviles y el papel va desapareciendo a ritmo de vértigo en las casas y en las empresas de todo tipo, es necesario recrearse un poco en estas misivas que siguen estando presentes, con tal de reivindicar su hegemonía, para recordarnos que si antes fueron muy importantes, lo siguen siendo ahora también en pleno siglo XXI.

 
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