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Moral abierta

José Manuel López García
miércoles, 3 de junio de 2015, 22:00 h (CET)
Parece que el deber social que rige en concretas colectividades sociales cada vez tiene menos fuerza. La distinción de Henri Bergson entre moral cerrada y abierta aclara muy bien la naturaleza del comportamiento humano.

Según este filósofo, la moral cerrada es la expresión de la coerción que el «yo social» ejerce, a través de los deberes y obligaciones de origen comunitario, sobre el «yo individual».

Es cierto que las pautas de conducta se fijan, precisamente, por medio de órdenes, deberes, normas, etc., y esto es algo plausible, porque es verdad que siguiendo el planteamiento aristotélico, ya que a base de someter el carácter a las directrices de la razón nos convertimos en personas prudentes.

Por tanto, la ética de Aristóteles se fundamenta en la racionalidad, y en el término medio en las conductas, y no es emotivista como la de Hume. En este sentido, Bergson considera que la moral no puede ser exclusivamente racional, porque las pasiones y las emociones influyen, de modo decisivo, en las conductas.

Se puede decir que este pensador francés está a favor de una moral abierta, universal o absoluta. Si bien, su planteamiento general de la misma, me parece claramente espiritualista. Porque considera que el fundamento de la moral no tendría su origen o su causa en la presión ejercida por un determinado grupo social sobre los individuos, sino en el ejemplo representado, por ciertos sujetos excepcionales, que sirven de modelo o paradigma conductual.

Indudablemente, el deseo de imitación de la moral de Sócrates o de la ética evangélica sería lo deseable para los seres humanos, pero como el propio Bergson sabía, en la realidad, existe una mezcla o combinación de moral cerrada y abierta, y esto lo han afirmado los filósofos, porque la naturaleza humana posee una cierta complejidad. Aunque considero que el ideal cristiano del amor universal que forma parte de una moral abierta, y creadora de nuevos valores positivos es algo motivador, y que posee una energía que vitaliza a los hombres. De hecho, el pensador galo estima que existe una coincidencia del amor cristiano «con el esfuerzo generador de la vida».

Bergson está convencido de que la razón por sí sola no es suficiente en el comportamiento humano, ya que la pasión y el interés determinan una parte sustancial de las conductas. Lo que impulsa las acciones son fundamentalmente, las emociones, pasiones y sentimientos, y esto lo sabía el premio Nobel francés.

En este sentido, está claro que Bergson se siente más próximo a la tradición moralista británica, concretamente, al emotivismo moral de David Hume, por las razones anteriormente expuestas.

Los conceptos y razonamientos, en el ámbito moral son superados por la fuerza de la pasión y del interés, según Bergson. Lo que no quiere decir que la razón y la prudencia no deban tenerse en cuenta en los comportamientos concretos. En relación con esto escribe este pensador lo siguiente: «Nuestra admiración por la función especulativa del espíritu puede ser grande, pero cuando los filósofos proponen que sería suficiente para acallar al egoísmo y la pasión, nos muestran-y debemos felicitarlos por ello- que nunca han oído resonar muy fuerte dentro de sí mismo la voz ni de uno ni de la otra».

De todos modos, la esencia biológica de la moral, tanto abierta como cerrada, es algo indudable para Bergson, y considero que es cierto, porque es una forma de luchar por la supervivencia individual en la colectividad social y estatal.

Parece que, actualmente, está creciendo una tendencia general en parte de la sociedad que, pone en cuestión, algunos aspectos de la moral cerrada de los deberes y las obligaciones, y únicamente, se centra en los derechos. Lo deseable, a mi juicio, es que la moral cerrada y la abierta de la solidaridad fueran ejercidas, de modo equilibrado y coherente, en el ámbito de la sociedad civil, y en el campo de la actividad política y ciudadana.

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