Podemos renunciar a manifestarnos católicos o no dejarnos atrapar por el maligno.
Podíamos pensar que estamos en un país católico si vemos desfiles procesionales, imágenes, cantos piadosos y música sacra en las calles y los templos, pero no creo que sea verdad. Hay noticias de próximas elecciones, aunque no se sabe cuándo.
Lo que si sabe seguro es que el partido hoy en el poder y el que espera sustituirlo no tienen nada de católicos. Tanto uno como otro han votado por hacer del aborto un derecho y de la ideología de género y su bandera arcoíris, algo que todos deben asumir sin discusión desde la escuela. Para introducir estas ideas disolventes cuentan con la trompetería de todos los medios de comunicación, empeñados en aparecer más progresistas que nadie.
Los que nos sentimos católicos estamos sin representantes políticos que encarnen nuestras ideas, ni medios de difusión a los que se pueda echar mano. Las páginas y revistas religiosas, salvo excepciones, están más por no plantear problemas y aceptar que estamos en otros tiempos diferentes.
El descenso de la natalidad y de la nupcialidad parecen no inquietar los más mínimo ni a los políticos ni a las jerarquías eclesiásticas. Tampoco parece inquietarles que el porcentaje de españoles que van a misa siga descendiendo, ni que los seminarios estén vacíos y los confesionarios con telarañas.
Parece que las directrices vienen de la Unión Europea o de la ONU. Hay que “estar contentos con el descenso de la natalidad ya que el planeta puede colapsar” y hay que salvarlo de no se cuántos peligros. El foro de Davos y sus fatídicas agendas, son profetas de calamidades. Aquí la agenda quiere abarcar hasta el 2050 a base de comer carne sintética y secundar el gran “reset”, el nuevo inicio, para crear un ¡mundo nuevo!
Por mi parte creo firmemente que para salvar a la humanidad ya tenemos a Cristo, a Jesús de Nazaret, al Hijo de Dios que pasó haciendo el bien. Ya los apóstoles, sus sucesores, nos pusieron en guardia contra los falsos profetas que buscan perdernos pues son hijos del demonio al que rinden culto en sus logias y tenidas, vestidos de ridículos delantales, pero con gran capacidad de hacernos daño. Su símbolo podemos verlo en los billetes de dólar.
Los que sigamos sintiéndonos cristianos tenemos que gritar a pleno pulmón que el aborto es un crimen abominable, que Dios nos hizo hombres o mujeres, pero cualquier otra cosa es obra del maligno, que la sexualidad hay que ejercerla con responsabilidad, que otra cosa es fornicar.
Que el amor entre un hombre y una mujer contraído ante Dios es un bien definitivo y bendito. Que la familia es un tesoro que llevamos en vasijas de barro pero que Dios vela por nosotros.
Está claro que los políticos que quieren representarnos no creen en nada de esto. No hay porqué votarlos. No nos distraigamos con músicas y procesiones sino busquemos cumplir la voluntad de Dios, cueste lo que cueste. Los que se sientan con fuerzas para crear un partido católico que lo intenten, aunque no les arriendo la ganancia.
La economía está hundida, la moral también. Quizás lo que necesitamos es orar para no caer en la tentación de aceptar como bueno lo que no lo es.
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