En mi artículo anterior me referí a que Dios hizo el mundo bueno y nos dio libertad para que fuera aun más bueno ya que el hombre no estaría fatalmente determinado a seguir una determinada conducta como los movimientos de los planetas o el cambio de estaciones, sino que podría decidir sus propios actos, amar a Dios o negarlo.
Dándole vueltas a la cuestión caí en la cuenta que el hombre está sometido a dos fuerzas contrarias. Por un lado, Dios que le invita a través del amor a una vida feliz y por otra la fuerza, o las fuerzas del mal, que nos susurran al oído que podemos llegar a ser como dioses. El árbol de la ciencia del bien y del mal plantado en el paraíso nos tienta a todos y caemos en la tentación a cada instante. Por eso el Hijo de Dios que vino al mundo para nuestro bien nos dejó la hermosa oración del Padrenuestro que termina con dos peticiones que debían sobrecogernos si pensáramos en ellas: no nos dejes caer en la tentación, que significa que podemos ser tentados, y que nos libre del mal.
El mal está personificado en el Maligno, es decir el demonio, también criatura de Dios que en algún momento del pasado dijo: no te serviré y fue condenado sin remisión. Pero Dios no destruye nada de lo que ha creado y Satanás y los que lo siguieron desde el Paraíso al día de hoy sigue tentando a los hombres, incluido el propio Jesús el Hijo de Dios que cuando le ofreció todos los reinos de la tierra lo rechazó diciéndole: no tentarás al Señor tu Dios y a El solo servirás. Dios puede sacar bienes de las mismas acciones del Maligno y los saca cada vez que un hombre rechaza la tentación o se arrepiente de su error y pide perdón.
Pero el tentador es mucho más astuto que los hombres y siempre está tramando hacernos mal. Hoy nos tienta con el afán de riqueza, la sexualidad sin límites (hasta suprimir al niño concebido), la soberbia de creernos por encima de todo, el buscar la felicidad en el comer y el beber o en la pereza que nos amodorra. La existencia del demonio es la que da valor a nuestras decisiones si son acertadas, si buscan la voluntad de Dios, aunque haya que estar pidiendo perdón cada día y perdonando también cada día a los demás.
El libro del Apocalipsis que escribió el apóstol San Juan nos anticipa el final de los tiempos y el juicio universal. Muchos no creerán en ello, pero llegará el momento del juicio, en el que todas nuestras acciones serán manifiestas, Satanás será arrojado al lago de fuego y descenderá del cielo la Jerusalén gloriosa. La beata Ana Catalina Emmerick, siempre enferma en su cama sin poder moverse, tuvo visiones de todo ello que fue contando a un escritor alemán, Brentano. Merece la pena leer sus visiones y revelaciones.
La otra vida, la que se abre después de la muerte de cada uno, no es un cuento, pero cuando lleguemos allí ya no habrá vuelta atrás.
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