En 1985, me narró mi amigo el Profesor Doctor Arturo Rahi, se encontraba en New York cuando recibió una cordial invitación para desayunar con el patriarca de la familia Rockefeller. Como erudito en temas bancarios y experto en monedas, lo aguardaba en el Rockefeller Center el hijo del fundador de la Standard Oil, David.
Se llevó una gran sorpresa al constatar que uno de los amos de las finanzas de Wall Street, y heredero de la empresa petrolera más poderosa del mundo, lo aguardaba con apenas una minúscula taza de café negro.
Luego se enteraría que era habitual el frugal desayuno, pues varios colegas de distintos países del mundo le relataron que se llevaron la misma sorpresa, y debieron costearse el desayuno en otra parte luego de entrevistas paralelas.
Aprovechando su estadía en New York, el doctor Rahi decidió visitar archivos y museos patrocinados por su anfitrión y fue así que en la Sección de Historia Natural del Museo de New York descubrió expuestas muestras minerales del subsuelo del Chaco Paraguayo.
Acompañaba un expediente donde se encontraba un curioso Tratado Secreto que todavía pretende negar cierta corriente historiográfica paraguaya. Fue así que un contubernio para traicionar al Paraguay, y en la que participaron los mismos delegados que representaban al gobierno de Asunción, fue descubierto casi medio siglo después en el país interesado.
Consternado, Rahi decidió traducirlo y darlo a conocer en su libro “La Entrega del Chaco”, que causó indignación en Paraguay. En julio de 1938, se enteró la opinión pública, se había firmado un tratado que ponía fin a la disputa entre Paraguay y Bolivia por el Chaco Boreal, territorio sobre el cual el Paraguay tenía “justo y legal derecho” según un fallo del presidente de Estados Unidos, Rutherford Hayes, emitido el 12 de noviembre de 1878.
Anticipándose al fallo, Bolivia ya en abril de 1878 cuestionaba el arbitraje estadounidense, y durante la guerra que lo enfrentó a Paraguay logró pronunciamientos favorables de la Liga de las Naciones. Se desató en 1934 una polémica en el mismo Senado de Washington, donde el Senador Huey Long pidió se vote una resolución donde quedaba sentado que el gobierno de Estados Unidos no reconocería decisiones de la Liga que colisionen con laudos arbitrales estadounidenses.
Concluida la guerra paraguayo boliviana, el mismo presidente Roosevelt inaugurò a fines de 1936 las tratativas de Paz en Buenos Aires. Según Rahi, las negociaciones fueron una farsa a partir de agosto de 1937, y el 9 de Julio de 1938 es un día tan triste para los paraguayos como el 1 de marzo de 1870. En esa fecha, a las 2 y 40 de la madrugada, se firmarían dos tratados y solo uno se daría a conocer el de comercio y amistad, ocultándose los límites fijados que habían sido establecidos en otro documento que negaba al anterior. Tan evidente era la farsa, que el delegado uruguayo desconcertado, preguntó a Montevideo si le autorizaban firmar dos tratados que se contradecían entre sí. La respuesta, que no se hizo esperar, fue “Usted firme y se acabó”.
No hubo arbitraje, ni árbitros, ni decisión arbitral. Los supuestos árbitros eran impostores, considerando que un acuerdo superpuesto al Tratado obligaba en un artículo a respetar fielmente unas fronteras establecidas en secreto.
La cancha empezó a embarrarse el 2 de Julio, cuando el General José Félix Estigarribia llegó a Buenos Aires, sin conocimiento de su gobierno aunque lo sabía el de Washington, donde era embajador de Asunción. Estados Unidos le había ofrecido la presidencia del Paraguay a cambio de actuar como catalizador para la firma de un tratado que le interesaba, y que además permitía a Washington desplazar a bajo costo y con poco esfuerzo a Buenos Aires como potencia sub imperialista en Paraguay.
El cabecilla del engaño, Spruille Braden, lo confesaría en sus memorias varias décadas después, reconociendo que “Sólo la prensa y el público fueron engañados, pero ello era vital para restablecer la paz. Una vez logrado el acuerdo, ya no era necesaria mi presencia en Buenos Aires”.
Otra farsa escandalosa fue la votación donde se “legitimó” a través de un referéndum donde ningún paraguayo sabía qué estaba votando, pues no se conocían los límites fijados en secreto y las papeletas solo tenían como opciones votar por la Paz o la Guerra, aunque no eran las alternativas reales.
La tragicomedia costó decenas de miles de kilómetros cuadrados ricos en recursos minerales, preservados con dibujos trazados en el mapa sudamericano en la penumbra y sin remordimientos, penas ni excusas.
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