Ana Macpherson comienza con estas palabras su escrito “CHEMSEX, sexo de alto riesgo”: “El uso de drogas para tener mejor sexo o para atreverse a tener es un clásico de la humanidad, pero en las grandes ciudades y entre hombres que tienen sexo con hombres adquiere actualmente talla de problema de salud pública, reconocido como tal en Barcelona y Madrid, porque las consecuencias comienzan a ser visibles en las consultas de hospital e incluso en urgencias”.
La adicción al sexo es tan fuerte que para no desfallecer se utiliza mezclas de drogas. Así lo explica Macpherson: “La de más impacto, y probablemente la que más aumenta el fenómeno es la extensión de la tina, la mentafetamina que a menudo sustituye la del uso clásico de la cocaína, porque resulta más barata y accesible, pero que también es la más peligrosa, porque provoca más rápidamente adicción e inhibe el sueño y el cansancio, quita el hambre y aumenta el deseo sexual”. Como la droga entumece el raciocinio se descuida el uso del preservativo con lo cual aumenta el riesgo de contagio de Sida y de otras enfermedades de transmisión sexual. Con la mentafetamina se facilita la celebración de maratonianas orgías sexuales grupales que pueden durar de entre 24 a 48 horas. Todo un fin de semana.
Percy Fernández, responsable de investigación de Stop Sida, ha afirmado: “Estamos a tiempo para actuar. Si la tina salta a la sociedad en general será catastrófico. Ahora está concentrada”.
No existe efecto sin causa. ¿Qué es lo que impulsa al hombre a hacer que para conservar la energía tenga que drogarse, poniendo en peligro su propia vida y la de aquellos con quien mantiene relaciones sexuales? La respuesta a la pregunta encuentra en Romanos 1: 18-32, carta apostólica.
El texto indicado comienza diciendo: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injustica la verdad” (v.18). De entrada el texto nos dice que Dios no se queda al margen de los asuntos humanos y de su comportamiento como muchos desearían. Despierta su enojo al ver que la justicia es pisoteada. La justicia de Dios no es insensible a sus transgresiones. Por lo que dice el v. 19 la injusticia humana nace del hecho de que no se reconoce la existencia de Dios. Dicho no reconocimiento no se puede justificar en modo alguno: “Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto., pues se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de Él, su eteno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendida por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (vv. 19,20). La obcecación del ser humano es tan fuerte que teniendo ojos para ver se obstina en no querer ver lo que es evidente. La creación no ha podido haberse hecho por sí misma porque la materia no tiene vida, lo cual hace evidente que su realidad es fruto de un Agente externo. La existencia de este Agente creador la pone de manifiesto la declaración que aparece al principio de la Biblia: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Es evidente que para creer esta declaración se precisa fe. La fe no es de fabricación humana. Si el hombre reconoce que no la posee, pídasela a Dios “el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5). El hecho de recibir este precioso regalo de Dios hará caer las escamas que ciegan los ojos que le impiden ver. La luz de Cristo penetrará en el alma iluminando la oscuridad existente en ella, lo cual le hará decir: ¡Qué imbécil he sido durante tantos años que no haya visto lo que es tan evidente! Si algún esclavo del sexo y de las drogas recupera la vista se rompe la cadena que ata esta doble adicción. Así se inicia el camino hacia la verdadera libertad.
A pesar de la evidencia de que el mundo es obra del Creador muchos prefieren seguir en la ceguera, cuya consecuencia es: “Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (v.23). El resultado de la ceguera del alma es la idolatría. Ser idólatra no consiste únicamente en fabricarse imágenes de madera, oro y otros materiales preciosos y vestirlas con magnificencia. Los ídolos se esconden en el corazón. Quizás el más extendido es “el amor al dinero que es la raíz de todos los males” (1 Timoteo 6:10). Pero la idolatría no finaliza con el amor al dinero. Existen ídolos de carne y hueso que cambian según la actualidad: las estrella del espectáculo, los deportistas famosos, el fanatismo hacia los políticos que impide ver que son dioses con pies de barro, el coleccionismo obsesivo…
La idolatría tiene sus consecuencias: “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aún sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (vv. 26,27).
A pesar de que la creación habla del Creador, el ser humano en su insensatez prefiere adorar ídolos que son falsos dioses de fabricación humana. Las denuncias que hacen escritos como “CHEMSEX, sexo de alto riesgo” ponen de manifiesto que no es inocuo abandonar al Creador de todo lo existente por los ídolos.
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