Estamos acostumbrados a enfrentarnos a alguna tormenta a lo largo de cada verano. Este año se han adelantado. La tormenta política mundial y la tormenta meteorológica totalmente inesperadas.
A lo largo de esta semana hemos contemplado con estupor como no ha servido de nada el ¿esfuerzo? del ¿mundo libre? por sujetar los desmanes de los radicales integristas afganos que, en cuanto se han quitado de en medio los “protectores” occidentales, han tomado el poder en un país dominado por la producción de drogas, de petróleo, de gas natural y de terroristas. Las escenas que se están produciendo a consecuencia de la desbandada de cuantos se sienten amenazados por los talibanes son terribles. Por si acaso, ayer, vi bañarse a dos señoras en una playa del Rincón de la Victoria con pañuelo en la cabeza, pantalón largo y camiseta hasta el cuello. (Es cierto; a las seis de la tarde).
La otra tormenta, la meteorológica, la hemos vivido esta noche pasada. Después de una semana de record de temperaturas por arriba y después que en el pasado invierno la vivimos por abajo, esta mañana ha amanecido con una atmosfera similar a la que viven en el desierto del Sahara. Las nubes de arena de la playa impedían filtrarse a los rayos del sol naciente. Las toallas y trapos tendidos volaban como si estuvieran dotados de vida propia. Salí a la carretera y me encontré un montón de ciclistas a un lado del arcén asustados. El viento de poniente y el polvo en suspensión les impedía circular. Un madrugada de viento, de asomo de lluvia y de clima cambiante que me obligó a suspender mi paseo matinal.
Ha llegado el reposo. El viento se ha calmado, los rayos de sol luchan por asomarse entre las muchas capas de nubes que emplastecen el ambiente. ¡Menudo día de no feria de agosto!
La buena noticia de hoy me la transmiten la memoria y la estadística. Cada verano pasa lo mismo. El estío hace hervir la sangre y las ganas de bronca de los diversos países y de aquellos que creen ser sus únicos propietarios. Las tormentas de verano pasan; la gente volverá a la playa en un par de horas y tan solo se habrán perdido un par de sombrillas y tres toallas. “Siempre que ha llovío, ha escampío”.
Lo de los burkas y los talibanes es harina de otro costal. Siempre habrá quién les suministre armas y miren para otro lado.
Pero vuelve a salir el sol. Aprovechémoslo antes que nos lo quiten o nos cobren por recibir sus rayos. Tiempo al tiempo.
|