Romina Funes nació el 29 de julio de 1981 en la Ciudad del General Don José de San Martín, provincia de Buenos Aires, República Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Junto a Luis O. Tedesco coordinó en 2013 y 2014 el Ciclo “Versolibre” en la Universidad Nacional de San Martín. Desde 2010 conduce el Ciclo “Letras & Música”. Fue incluida en las antologías “Cómo decir” (selección de Patricia Bence Castilla, 2018) y “Puentes poéticos. Escritoras jóvenes de Argentina y España” (selección de Susana Szwarc, 2018). Publicó los poemarios “Un modelo vivo” (Editorial Nueva Generación, 2012), “Todo el paisaje a la sombra” (Editorial Lamás Médula, 2015) y “Diez noches en el cuadrado” (Ediciones El Jardín de las Delicias, 2015).
Para nosotros, los de Buenos Aires, naciste en “San Martín”, como se ha popularizado la ciudad de tan extenso nombre, allí, en el conurbano bonaerense. Presentemos a la sanmartinense.
Presentemos. ¿Y cómo me presenté aquel 29 de julio?: con dos vueltas de cordón umbilical alrededor del cuello. Me sacaron con fórceps luego de varias horas de trabajo de parto. Tardé en llorar, por lo que mi mamá pensó que estaba muerta. Con cierta frecuencia, incluso ahora, treinta y seis años después, suelo soñar que me ahogo y no puedo respirar, pero el sueño es negro y sin imágenes. Sólo sensaciones. Me despierto aterrada. Me intriga saber el alcance de lo onírico. Me pregunto si ese sueño repetitivo se origina en las circunstancias que te conté. ¿Cómo recuerda el cuerpo antes del lenguaje?
Fui creciendo. Y en una casa con pocos libros. Pero me crucé con un primer poemario a los seis años, donde vivía mi abuelo paterno, a quien nunca aprecié. Allí había libros, y varios de poesía, por lo que ahora, muy a destiempo, tengo por él, al menos, un motivo genuino de estima. Aún recuerdo de memoria el poema XXV de “Cien sonetos de amor” de Pablo Neruda. Lo leí en la biblioteca de mi escuela primaria, y es uno de los pocos de Neruda que todavía me agradan. Si bien desde entonces sostuve de forma irregular un hábito de lectura y escritura, no fue sino hasta el nacimiento de mi primer hijo que reconocí en la poesía una parte esencial de mi identidad. Quiénes te habrán orientado en tu búsqueda de conocimiento artístico. En mi adolescencia me influenciaron primero Daniel Bazán Lazarte: me acercó a las posibilidades casi infinitas de lo lúdico, de la expresión corporal y el cuerpo en escena. Con él aprendí a sentir y reconocer lo que experimentaba, a apropiarme de ese sentir sin juzgarlo, y a defenderlo. El segundo maestro, magnífico artista plástico, fue Oscar Romero. En su taller aprendí a detenerme y observar; a ser paciente y perseverante, cualidades de las que carecía. Más adelante se sumó el poeta Alberto Boco: posibilitó mis primeras incursiones en la poesía, me acercó al oficio, me estimuló a concurrir a eventos literarios, amplió mi horizonte de lecturas. Dos conceptos suyos me marcaron: la seguridad en el fruto del trabajo poético y el compromiso con ese quehacer. Insistía: “La poesía es algo serio. Con ella no se jode”. Es de una selección de los poemas concebidos por entonces que surge “Un modelo vivo”, con prólogo de Boco y un texto en contratapa de Luis Benítez. Coordinabas ya “Letras & Música”. Ciclo de poesía, narración oral y música en vivo. Nacido de mi afán por propiciar el intercambio entre distintas generaciones de artistas. Fui incluyendo stand up político, ensayo sobre educación y tarot, aunque siempre con la poesía como eje central: Nicolás Antonioli, Griselda García, Juan Sasturain, Carolina Lesta, Héctor Urruspuru, Virginia Janza, José Emilio Tallarico, Ana Arzoumanian, Marcos Silber, Concepción Bertone, Alfredo Palacio, Marta Braier, Vicente Muleiro, Claudia Masin, Arturo Carrera, Laura Yasan, Guillermo Bianchi, Natalia Litvinova, Alfredo Luna, entre tantos otros. Tu búsqueda de conocimiento artístico no ha cesado. Nunca. En mi adolescencia también me formé, hasta cierto punto, en comedia inocente, clown, bufón, teatro del absurdo, con Martín Salazar. Y concurrí a talleres de cine: valoro especialmente un taller de cine italiano que se dictaba en un espacio privado en el casco histórico de la ciudad: de allí nació mi amor por Federico Fellini; fotografía: cursos en el Museo Fotográfico Simik, sobre la calle Fraga, en el barrio de Chacarita; filosofía e historia del arte, con Sergio Prudencstein. Comencé las carreras de Artes Combinadas (en la Universidad de Buenos Aires) y la Licenciatura en Letras (en la Universidad Nacional de San Martín), y las abandoné, en ambas ocasiones, motivada por la maternidad. Actualmente estudio canto y danza jazz contemporánea.
Así que en 2015 aparecieron tus dos últimos poemarios.
Es así. “Todo el paisaje a la sombra” reúne una serie de poemas breves sin numerar, que también configuran un único y extenso poema. Remiten a sentimientos de fragmentariedad, ausencia, ahogo y abandono. “Pequeños universos poéticos” los denomina Concepción Bertone en su texto en contratapa. El texto en contratapa de “Diez noches en el cuadrado” es de Susana Szwarc. En él hay dos voces bien diferenciadas que sostienen un diálogo durante diez noches en un contexto de encierro. Fue escrito en diez días (o noches) y corregido a lo largo de dos años, con una revisión final de Luis Bacigalupo, escritor que vos has entrevistado y de quien te consta, en su condición de editor de El Jardín de las Delicias, el esmero que junto con Laura Dubrovsky denotan en los mínimos detalles de su colección de poesía.
¿Y “El cuadrado”?...
Con ese título fue presentado, a sala llena, en la UNSAM, en noviembre de 2017, un espectáculo basado en mi tercer libro. Lo dirigió Roxana Bernaule —ella y yo somos las responsables de la adaptación— en el marco del teatro inclusivo, con una puesta en escena que invita al espectador a integrarse a un juego en el que se devela la disimulada naturaleza normativa de lo cotidiano. Así fue publicitado a través de Facebook: “Un tentempié para investigar cómo deglutir una pieza teatral:Planteado como un tablero de juegos, ‘El cuadrado’ necesita de otros para poder existir. Una jugadora hará lo que el cuadrado demande. Dos fichas, ‘Él y Ella’, serán los que en un diálogo poético interpelen su dignidad y libertad resistiendo a cada noche. Una niña será la fragilidad del tiempo y la existencia dentro de este juego.” Te nombro a los actores: María Agostina Zóe Tamburro, Cristel Majoñka, Tobías Oliver Siccardi y Morena Pedernera. Y la música en vivo fue ejecutada por Gogui Tabárez y Juan Plus González Dasilva. Advierto ahora, mientras te respondo, que mi obra se plasma atravesada (quizás) por esa primera experiencia de ahogo y encierro anterior al lenguaje, y, por ende, a toda memoria consciente. Si recordamos sólo lo constituido a través del lenguaje, quisiera creer que el germen de mi poética yace más allá de toda palabra que haya aprendido, y me empuja, insistente e infructuosamente, a decir desde la imposibilidad, ese grito (otrora sofocado) que es mi cuerpo percibiéndose vivo. Asocio lo onírico y lo pesadillesco con ese cuento, “Funes, el memorioso”, del libro “Ficciones” de Jorge Luis Borges, que él describió como “una larga metáfora del insomnio”. ¿Será que mi apellido fuerza la asociación? Ireneo Funes sabía la hora exacta, y yo no uso reloj. Además, espero vivir unos cuantos años más que el personaje del cuento. También dormir mucho, aun bajo el riesgo de “distraerme del mundo” y continuar con pesadillas hasta el fin de mis días. ¿Te interesás por las técnicas narrativas? ¿Juegan un papel en tu labor creativa? Respecto de la poesía, escribo como pulsión, sin cuestionar ni corregir. Luego dejo descansar el texto un tiempo prudencial, y cuando ya ese tiempo acabó, vuelvo al texto y comienzo a quitar capas en busca de lo recluido, de lo que no se deja ver a simple vista. Y eso mismo trato de revelarlo en el poema, pero no de forma explícita, sino sugiriendo, evadiendo, en una suerte de danza de rechazo y conquista con las palabras, algo completamente erótico. Es decir, no puedo pensar en técnicas narrativas o recursos poéticos, voy más que nada jugando con las sensaciones y el cuerpo. Distinto es cuando procuro escribir cuentos, o, justamente ahora, que me empeño en no abandonar la novela que escribo desde hace unos meses. La narrativa me fuerza a acudir a viejos apuntes, o descifrar recursos de novelistas que me agradan considerablemente, como Irène Némirovsky, Juan Rulfo o Roberto Bolaño. ¿Qué etapas de tu vida más recordás? ¿Qué idealizás? Recuerdo perfectamente mi primera infancia, casi a lo Ireneo Funes podría decirte, jajá. Mis padres, amorosos, laburantes. Con mi hermano Damián, con quien nos llevamos catorce meses, nos criamos como mellizos, andando en bici por el barrio, jugando en la calle hasta la noche, hasta que se escuchaba a lo lejos “A comeeer” y volvíamos corriendo. Exhaustos y hambrientos. A mi hermana le llevo seis años, y la relación fue distinta, pero algo hicimos bien porque de adultas nos adoramos. Mi adolescencia fue divertida, con un primer amor pasional y maravilloso. En términos académicos fue pobre: me tocó en suerte una mediocre escuela secundaria privada del conurbano. Ningún libro interesante se me ofreció allí, pero sí leía muchísimo en casa, comprando mis propios ejemplares, ya que trabajo desde los quince años. Nombro a cinco que me acompañan desde entonces: Julio Cortázar, Franz Kafka, Borges, Fiódor Dostoievski, Juan Gelman. Idealizo la vejez: me veo con mi compañero en un lugar tranquilo, una casita autosustentable y una huerta. Muchxs amigxs de visita, lxs hijxs y nietxs apareciendo según propio deseo. Aire, flores, sol.
Me gustaría que te extendieras un poco respecto de dos de los talleres a los que concurriste: fotografía y cine.
Trabajé un par de años, desde su inauguración, en el ya nombrado Museo Fotográfico Simik. Efectuaba traducciones al inglés de textos históricos y manuales de cámaras fotográficas antiguas. Alejandro Simik, su fundador, me permitía asistir a cualquiera de los cursos que allí se dictaban. Composición, iluminación, uso de la cámara e historia de la fotografía. Todo me maravillaba. Estar allí era un viaje en el tiempo. Concurrí a cursos de historia del cine dictados en el Centro Cultural Rojas por Gisela Manusovich: desde los orígenes hasta el neorrealismo italiano, información que me sirvió entonces de complemento para las materias de cine que cursaba en la carrera de Artes Combinadas. Gaston Bachelard: “...la poesía pone al lenguaje en estado de emergencia.” Lucas Soares: “La potencia del poema estriba, más que en lo dicho, en la promesa de su decir.” Antonio Aliberti: “...hacer poesía es decir toda la verdad...”¿En qué medida te advertís más próxima de estos enunciados? Me advierto próxima a Lucas Soares. El arte poético, desde mi perspectiva, estriba en esa búsqueda imposible de un decir, que es una pelea perdida de antemano, pero no por eso deja de ser promesa. “Decir toda la verdad” posee una connotación religiosa, tanto confesional como incuestionable, cosa que encuentro antagónica al oficio poético. ¿“Arrancar una sonrisa”, “Arriesgar la vida”, “Valer la pena”, “Robar un beso” o “Crear expectativas”? Todas, excepto “robar un beso”. Yo no robo ni ruego. En 2001, Leónidas Lamborghini en entrevista pública efectuada por Daniel Freidemberg, declaró que, a veces, lee ciertos poemas de él respecto de los cuales amigos suyos le habían dicho “mirá esto y esto”; es decir, lo que les produjo más viva atención, aquello en lo que se detuvieron; y que trataba de leer esos poemas con los ojos del otro, a ver qué le gustó, qué les llegó, con qué más se quedaron. ¿Procedés así en ocasiones, leés así? Tal vez, en lugar de leer con los ojos de los amigos, habría que leer con los de los enemigos, jajaja. Aunque entiendo a lo que te referís, y tiene razón el maestro Lamborghini. Procedo más o menos de esta manera: una vez que dejé descansar y corregí el poema, vuelvo a él lo más desnuda que pueda. Trato de ser lectora, como si lo hubiese escrito alguien que no conozco. Y si en ese momento no me produce ninguna emoción, si no roza ninguna parte de esa piel desnuda con la que leo, entonces lo descarto. No importa cuánto tiempo haya trabajado en el poema, no importa si lo mostré y lo halagaron, tampoco si al escribirlo partió de un lugar “íntimamente importante”. ¿Silvina Ocampo, María Elena Walsh, Nira Etchenique o Amelia Biagioni? Las cuatro. Pero de las cuatro: Amelia. Porque me obliga a leerla con “el ojo de un cazador que acecha”. Las cuatro. Pero de las cuatro: María Elena cantándome “Barco quieto” o “Serenata para la tierra de uno”. Las cuatro, pero Silvina con alguno de sus cuentos fantásticos. Las cuatro, pero Nira y Amelia. Amelia y Nira. NIRA. NIRA. NIRA. “El capricho es lo que hay en el fondo de la naturaleza de un escritor, exploraciones, fijaciones, aislamiento, malignidad, fetichismo, austeridad, frivolidad, perplejidad, infantilismo, etcétera.”, manifiesta un personaje de la novela “Engaño” de Philip Roth. ¿Algo que acotar…? Sí, todo eso. Y las infinitas posibilidades eróticas que encierra ese “etcétera” no me van a dejar dormir esta noche. ¿Te has advertido una o más veces “actuando” o sobreactuando? ¿De a ratos no se sobreactúa cuando nos involucramos en determinadas situaciones? ¿Lamentás haber descubierto algún aspecto tuyo demasiado tarde? Actuación y sobreactuación no son más que estrategias de supervivencia, y he echado mano a todas. Sin embargo, mi maestro Alberto Boco decía: “Cuchillo entre los dientes… y que se vengan”. Estimo que esa frase me representa mejor. Afortunadamente, ese mismo arte de la supervivencia me permitió conocer gran parte de los aspectos de mi persona a tiempo.Igual… cuchillo cerca. ¿Cómo se fue manifestando tu interés por el tarot? Tengo un amigo poeta llamado Mauricio Martínez Sasso, quien interpreta las cartas del tarot. Accedí una vez a consultarle (sólo porque es poeta) y el resultado me maravilló. Por esos tiempos yo releía “Una temporada en el infierno” de Arthur Rimbaud, y la idea del poeta como vidente me tentó a incluir el tarot en el ciclo. Viene funcionando muy bien.
¿Coincidirías con el novelista Federico Jeanmaire en que “se aprende mucho más fácil de la literatura mala que de la buena” y que “lo malo es muy pedagógico”? Absolutamente. Es importante reconocer en la escritura de otros qué aspectos de la literatura uno no abordaría, o con qué formas no se identifica. La mala literatura es un arma de doble filo: por un lado, uno aprende de los errores ajenos, pero a la vez lleva a sobreestimar la propia obra. Por fortuna, no se tarda en encontrar de lo otro (esta semana, por ejemplo: Marguerite Duras. ¡Córtenme los dedos, así no escribo más!!!!).
¿Qué es, Romina, “lo que está por venir”?... Podría contarte varios de mis proyectos: un nuevo poemario, un libro de tono humorístico en coautoría con una escritora que admiro enormemente, una novela y un canal de Youtube. Sin embargo, mi mayor motor siempre ha sido la incertidumbre. No saber. Aunque después salga corriendo en busca de tarot.
*Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Romina Funes y Rolando Revagliatti.
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