Ciertamente el Hombre, como ser humano, poco tiene que desvelarnos sobre su condición, sus apetencias y sus propósitos. Esopo, escritor cuya existencia se inscribe entre la realidad y la tradición de la Grecia clásica del siglo V a. C., entre otras de las muchas enseñanzas que nos legó nos dejó una que podemos considerar como el paradigma de lo que somos las personas. Se trata de la fábula de la rana y el buey. La voy a rememorar, con algunas modificaciones que he añadido.
Es el relato de la rana (o sapo, como otros traducen) y el buey. Nos cuenta que a una charca en la que se encontraba una rana, se acercó un buey a beber. Conforme avanzaba, la rana se asombraba cada vez más. El animal era grande, hermoso, robusto y lustroso, y la pobre rana sintió envidia de él y quiso igualarlo. Pensó que, si aspiraba mucho aire podría crecer hasta igualarle en tamaño. Dicho y hecho, comenzó a tragar aire, este la hacía aumentar de tamaño, pero fue tanto el que absorbió que llegó un momento en el que estalló, muriendo inmediatamente. La envidia, la vanidad y no aceptarse como era, le causaron la muerte.
El ser humano no es una rana, pero sí un simio cuya evolución a largo de millones de años lo ha transformado en lo que hoy es: en un animal lleno de cualidades e imperfecciones con grandes conocimientos; pero lo que no debe de hacer, como el sapo, es aspirar a ser más de lo que es.
Lamentablemente hoy, y, como nos enseña Esopo, en todos los tiempos, el hombre aspira ser lo que no es, y, en ocasiones, no tiene posibilidad de conseguir. Cosa que la consideramos lógica y hasta laudable siempre que no traspase la linde de querer anhelaraquello que no puedealcanzar, porque puede morir en el intento.
Por desgracia las personas a las que hemos elegido para que nos gobiernen actúan, en muchas ocasiones, como la rana de la fábula, no tienen en cuenta sus limitaciones y, en sus ilusorias pretensiones, causan más daño que bien, pero lo malo es que no se lo producen a ellos mismos, sino a los ciudadanos que pagan la culpa que ellos cometen por no tener seso suficiente para reconocerse y admitirse tal como son.
A propósito de seso, me ha venido a la memoria otra fábula que podemos considerar que señala directamente a alguno de nuestros regentes. Es el de la zorra y el busto, escrita por Félix María Samaniego, que, por ser tan breve, la voy a reproducir: Dijo la Zorra al Busto, Después de olerlo: «Tu cabeza es hermosa, Pero sin seso» Como éste hay muchos, Que aunque parecen hombres, Sólo son bustos. No quiero señalar a nadie para que cada cual llegue a sus propias conclusiones.
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