Todo parece indicar que la reválida será evaluada a partir de preguntas “tipo test”. Así se establece en informaciones publicadas en abril del 2015, como por ejemplo en el artículo de El Mundo, titulado: Un test de 350 preguntas, así serán las nuevas reválidas. Según la Real Academia Española, el test es una “prueba destinada a evaluar conocimientos o aptitudes, en la cual hay varias opciones previament fijadas.” Tal y como se puede apreciar, esta definición carece de contenido valorativo. Desde mi punto de vista, debe ser así.
Es posible que esta medida se venda como un avance hacia la objetividad. Al fin y al cabo, la evaluación de un examen “tipo test” no admite interpretaciones o subjetividades, a no ser que su formulación contenga errores de base. No obstante, fundamentarlo en la búsqueda de la objetividad es recorrer a un argumento más aceptado con la finalidad de ocultar los motivos reales: el ahorro de recursos económicos y la reducción del tiempo de corrección.
Es evidente que con los exámenes “tipo test” se minimiza la financiación necesaria relacionada con la reválida o la selectividad. Apenas habrían profesores/as que tuvieran que corregir -quizás algunos contenidos muy específicos, como por ejemplo los comentarios de texto-. A través de un lector óptico se corregirían prácticamente todos los exámenes, y por lo tanto, esta operación tendría una duración mínima.
Además, también se proclama que puntuar un ejercicio es mucho más sencillo si la prueba es “tipo test”. Al fin y al cabo, únicamente es necesario exponer las reglas de juego previamente al mismo examen. En cambio, una pregunta enfocada a que se desarrolle un tema implica una valoración más subjetiva, y por lo tanto, menos objetivable. En consecuencia, es más probable que sea objeto de interpretaciones. En definitiva, este sería el argumento basado en la objetividad. La pregunta es: ¿El cambio es realmente positivo? Desde mi punto de vista, no.
Considero que en un examen tipo test se establece un reduccionismo al evaluar a los alumnos. Se pierden muchos detalles que necesariamente se deberían tener en cuenta. En este sentido, responder a las preguntas mediante argumentos con la finalidad de complejizar la respuesta, incluyendo conectores para dar sentido a aquello que se expresa, precisando en determinados momentos del discurso, utilizando metáforas con el propósito de innovar, entre otros aspectos, serán elementos eliminados por completo. Además, la corrección de las faltas gramaticales y ortográficas con carácter transversal, es decir, analizándose desde todas las asignaturas, dejará de tener cabida. En definitiva, transmitir los conocimientos y responder a las expectativas curriculares no tiene tanto sentido si se prioriza la objetividad y el reduccionismo de los “tipo test”, en lugar de la complejidad de las preguntas abiertas.
De hecho, superar estos exámenes no permite concluir que estas personas están muy bien preparadas. A nivel laboral, no se requiere responder a preguntas tipo test, sino que los retos son constantes. De hecho, no hay ningún debate alrededor de eliminar las entrevistas de trabajo para que la selección de personal se base únicamente en una evaluación cuantitativa. Y en este sentido, la empresa tendría menos gastos y se ahorraría tiempo en estos procedimientos -quizás incrementaría el coste total por la selección no adecuada de los profesionales, en tanto que la información obtenida sería menor y más impersonal-. No obstante, en el ámbito laboral se percibe el contenido cualitativo como aquél más dinámico y real del ser humano.
En resumen, la implantación de los exámenes “tipo test” en la reválida como prácticamente el único método de evaluación no responde a introducir mejoras en el ámbito educativo, sino a criterios de ahorro de tiempo y reducción de recursos económicos. Lo más probable es que se venda como una apuesta por la objetividad. En cualquier caso, hay que ser conscientes de que como sociedad perdemos en calidad, complejidad y subjetividad.
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