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A garrotazos

“Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España” Adolfo Suárez. Ex Presidente del Gobierno de España
César Valdeolmillos
martes, 29 de septiembre de 2015, 05:44 h (CET)
España ha dado al mundo un espectáculo auténticamente bochornoso, inexplicable, inconsecuente, y si no fuera por gravedad de sus consecuencias, propio de las aventuras de Mortadelo y Filemón.

Más allá del resultado de las elecciones catalanas, más allá de quien ha ganado o ha perdido, la imagen que España ha ofrecido al mundo, es el fruto de un fracaso colectivo en que desde cualquier ángulo que lo analicemos, contemplamos el reflejo de las dos Españas enfrentadas y al parecer irreconciliables.

Es posible que históricamente hayamos sido capaces de construir un Estado, pero no tengo tan claro que hayamos calado en la conciencia de todos para crear el profundo sentimiento que de un Estado hace una nación.

Últimamente los ojos se nos han quedado a cuadros con el esperpéntico espectáculo de las banderas en el Ayuntamiento de Barcelona, mientras el honorable Presidente de la Generalidad de Cataluña—representante del Estado Español en la comunidad, se reía a mandíbula batiente—; no se nos bajan el sonrojo que sentimos por causa de los pitos y abucheos al himno español ante las mismas barbas del Jefe del Estado —risa de Artur Mas incluida—; no podemos salir de nuestro asombro ante la provocación del escritor Barcelonés Juan Goytisolo a su llegada al paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, para recibir el Premio Cervantes, afirmando que se sentía como "Luis Bárcenas al llegar al juzgado"; sentimos náuseas tras escuchar las hipócritas y cínicas afirmaciones del cineasta madrileño Fernando Trueba, que tras beneficiarse de las subvenciones del Ministerio de Cultura al cine español, al recoger el Premio Nacional de Cinematografía, dijo: “Nunca me he sentido español, ni cinco minutos de mi vida. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Siempre he estado a favor de las selecciones de los otros países, el único año que fui con la selección española fue cuando ganó el Mundial”. Sin embargo, tras escupir en la mano que pretendía reconocer sus méritos. No tuvo el menor rubor en afirmar que los 30.000€ con que estaba dotado el premio que España le otorgaba a través de su Gobierno, le venían muy bien en estos tiempos; nos indignamos ante la procacidad de aquellos, que basándose en una disfrazada defensa de los animales —pero no de los seres humanos concebidos— prohíben las corridas de toros, cuando la verdadera razón de su proscripción es que estas constituyen un símbolo incuestionable de la cultura española.

En el contexto de un sistema democrático, no se puede entender que todo el programa que la izquierda ofrece permanentemente a su electorado, solo tenga el objetivo el de excluir a la derecha y se le es posible, arrojarla a la travesía del desierto de por vida. Y mucho menos se puede entender, que en el siglo XXI, en un país avanzado como el nuestro, cuando la alternativa de izquierdas alcanza el poder, se dedique una y otra vez a invalidar todo lo hecho previamente sus adversarios políticos.

Con acciones como las que acabo de citar, damos vida cada día a la eterna tragedia de las dos Españas, dos Españas sordas y ciegas que no encuentran otra vía para solucionar sus diferencias más que la de la confrontación, dos Españas a las que poco importan los españoles y que como como bien dejó inmortalizado Goya para la historia en sus pinturas negras, liquida sus diferencias a garrotazos.

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