Parece normal que, al término de la legislatura, los Partidos Políticos, los que militan en ellos y los que observan la vida política analicen la realidad pasada, hagan balance del periodo que acaba y traten de buscar soluciones de continuidad para el futuro.
Todo ello es normal, pero alrededor de esta actividad aparece la ocupación, la extravagante ocupación, de hacer un casting con caras nuevas y rebuscar entre los diputados que acaban la legislatura los nombres de los que, según el que enjuicie, deben acceder a la condición de “honorable ex”.
Con ello aparecen un conjunto de nombres que se integran en dos listas: Casting para reemplazo. Y, horror por injusto nombre, “diputados de desecho”.
Y es común que en ambas nadie tenga en cuenta las capacidades de cada candidato a electo, los trabajos y leyes en que pueda ser efectivo, y lo que pierde o gana la capacidad legislativa del grupo parlamentario al que pertenezca y, por tanto, la Cámara de la que forma parte.
Por perversa que sea la práctica, es lo cierto que a la hora de enjuiciar a los diputados se olvida que su misión, su principal misión, es legislar: preparar, argumentar, elaborar y redactar leyes. También votarlas, pero no como los “gusanos votantes” que alguien creyó ver en el proceso constituyente, o los aprieta botones dóciles y de ocasión que ven algunos, sino como los generadores de las normas legislativas que rigen la sociedad.
Y es esa capacidad, para legislar, la que debe primar a la hora de buscar a las personas a las que entregar el acta de diputado, nuevo o repetidor.
Sin embargo, en la práctica, está ocurriendo en todos los grupos políticos, la capacidad para legislar se subordina a un condicionante ajeno que poco tiene que ver con la valía y capacidad de los que se postulan como diputados y de los que se condenan a la condición de “honorable ex”.
En su lugar, en la confección de las listas que circulan estos días, se aprecian dos tipos de intenciones:
Las puramente informativas, que corresponden a las listas hechas por la prensa con una ecuanimidad simplona y aunque bienintencionada (en la mayoría de los casos) no exenta de influencias, informaciones e intoxicaciones. En ellas, se observa que lo que prima son condiciones y méritos ajenos a la praxis legislativa, tales como edad, lugar de origen, atractivo personal, oportunidad local o noticiosa, capacidad para reunir en torno a sí adhesiones y evitar rechazos, o cualquiera de los argumentos que se emiten con más ingenuidad que oficio.
Las intrínsecamente interesadas, hechas o inducidas por los órganos de poder de los partidos, o por los corpúsculos de intereses e influencias que se mueven en la órbita de la “nomenklatura” de cada formación política, que tienen un conjunto de motivos normalmente ajenos a la simple intención informativa que anima al periodista.
No siendo evitables los modos que se emplean en las confecciones de esas “listas”, parece acertado, además de reparar en quienes las redactan, precisar qué intereses están en juego y cuáles son las razones que se esgrimen en la búsqueda de nombres.
Entre los intereses en juego, parece que se desprecia el principal: la eficacia y capacidad de cada persona para legislar. En su lugar aparece uno principal al que, pamemas y circunstancias aisladas al margen, se subordina todo: Crear un grupo dócil de personas capaces de “arropar”, sin hacer sombra, a quien se haya elegido para líder. O, en boca de uno de los observadores de listas, “fabricar un aparato obediente que sostenga al petimetre light, de equilibrios y consensos, al que manejan los aparatich que pululan en la sombra, o el dictadorzuelo instalado o por instalar”.
Esta práctica, en beneficio de los aparatich nacionales o regionales y normalmente ajenos a los intereses nacionales y del partido, produce, además, una reacción en cadena que obliga a “mover y correr” a las personas que sean necesarias, para “colocar” a cada cual en el sitio que convenga a quien maneja los resortes. Se aludirá a la conveniencia de “formar equipos ideológicamente compactos”, de “elaborar la cimentación de grupos parlamentarios preparados”, de “buscar a figuras con tirón mediático”, o cualquier otro eufemismo al uso. Pero lo que realmente hay detrás no es otra cosa que el intento de manejar aparatos, controlar a grupos y obtener parcelas de poder, cuantas más mejor.
Con esos argumentos, se hace el casting, se elabora la lista de “los honorables ex”, se asignan los puestos, e incluso se imponen los “cuneros” que desplazarán a los políticos locales. Todo en beneficio de la “elite” que ha de dar cobijo al líder sin parar en normas o en ideales personales o políticos.
Con ello, además de prescindir de la integridad personal de muchos y de una buena parte de los principios constitucionales que obligan a todos, se pone en evidencia la condición egoísta de los que pululan en las organizaciones políticas en las que se asienta (o debería asentarse) nuestra democracia.
También se alimenta el conjunto de “luchas intestinas” (locales y nacionales) de los que ambicionan poder, se excita el conflicto entre los grupos de partidos y organizaciones políticas. Y, lo que es más importante, se da noticia a la sociedad del tipo de intereses que se ventilan a la hora de colocar los nombres que van detrás de los dos puntos de una Lista de Diputados.
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