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¿Por qué Hispanoamérica?

Constitución de 1812, Artículo 1 “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”
Juan López Benito
jueves, 8 de octubre de 2015, 22:13 h (CET)
Personalmente me produce cierta desazón toparme continuamente, con el empleo de Latinoamérica o América Latina por parte de los medios de comunicación y de la clase política. Curiosamente, deberíamos ser los primeros interesados en desterrar este uso y manejar el más apropiado de Hispanoamérica para referirnos a los antiguos dominios ultramarinos españoles, o el de Iberoamérica si consideramos igualmente el territorio brasileño.

¿Por qué señalo que lo adecuado sería la utilización de Hispanoamérica? En primer lugar y lo más evidente, porque el sustrato cultural que sobresale en este ámbito geográfico es el español. Entonces, ¿Desde cuándo y por qué se extiende esta práctica? Se difunde por la hábil y exitosa acción propagandística realizada por la Francia de Napoleón III y ulteriores gobiernos de la III República en el circuito internacional. ¿El objetivo? Diluir la influencia y raigambre española en la región. Recordemos el creciente interés galo por los mercados americanos en este período, reflejados en la paradigmática acción francesa en México para instalar a Maximiliano en el poder, o la realización en Colombia/Panamá del Canal de Ferdinand Lesseps.

Mientras tanto, la reputación española declinaba gradualmente envuelto el país, en un lento y conflictivo proceso de reconocimiento diplomático con las jóvenes repúblicas americanas, (se había iniciado con México en 1836 y no concluiría hasta fines del XIX)

Por tanto, es un vocablo que en su origen pretende subestimar el elemento hispánico en América, pero además encerraba un componente racista, inherente al darwinismo social propio de la época. Atiende a una exacerbación del pueblo francés que como “raza latina” quería reivindicarse ante el vigor y el empuje de la “estirpe” anglosajona y germana. Las naciones del sur de Europa se encontraban en un estado de convulsión general tras sufrir importantes reveses en este último tercio del siglo XIX. No solamente España tuvo su crisis finisecular, Francia había sido humillada en Sedán y Fashoda por alemanes e ingleses (1870 y 1898), Italia sorprendentemente vencida en Adua por los etípoes (1896) y Portugal confrontada con Gran Bretaña, salía maltrecha tras la Crisis del Ultimátum (1890).

En esta línea, es revelador el discurso pronunciado por Lord Salisbury en mayo de 1898 en el Albert Hall:

“Podemos dividir las naciones del mundo, grosso modo, en vivas y moribundas. Por un lado tenemos grandes países cuyo poder aumenta año a año, aumenta su riqueza, aumenta su poder, aumenta la perfección de su organización (…) Junto a estas espléndidas organizaciones existe un número de comunidades que sólo puedo describir como moribundas (…) Década tras década cada vez son más débiles, más pobres y poseen menos hombres destacados o instituciones en que poder confiar (…)”.

En definitiva, la difusión francesa de esta voz con objeto de minimizar la influencia española en el continente americano, sumado al manifiesto componente racial que encerraba en su origen, son las motivaciones que me hacen defender con orgullo los términos tan denostados y supuestamente “trasnochados” de Hispanoamérica e Iberoamérica.

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