Ya sabemos que España es un Reino, lo dice esa sacrosanta Constitución que los padres de la patria, bajo la amenaza de los espadones franquistas, redactaron un tiempo después de la muerte del dictador Francisco Franco Bahamonde para, en cierta manera, hacer bueno aquel dicho franquista que decía que tras la muerte del viejo general todo quedaría “atado y bien atado”. En aquellos días el miedo todavía imperaba en muchos españolitos de a pie, todavía quedaba mucha gente que había vivido una cruenta guerra incivil tras la que durante casi cuarenta años de oprobio y temor al poder de los vencedores el miedo seguía marcando sus horas y sus días.
Ya se había acudido libremente a votar en una ocasión, y hasta se había podido votar a ideologías prohibidas durante largos años. Así que cuando al pueblo se le presentó un texto legal, al que se llamó Constitución, la gente acudió a votar afirmativamente en su mayoría con la esperanza de que aquella ley que prácticamente ninguno de los votantes se había leído fuera aprobada y así pasó a ser el primer texto legal del corpus legislativo español. Papel mojado e inservible en muchos de sus artículos, pero, al fin y al cabo, texto legal que, últimamente, brande como arma ofensiva el Partido Popular al que a veces en su defensa constitucional suelen acompañar destacados nombres de la nomenclatura socialista.
Y entre tanto y tantos artículos que para nada se hacen servir, como suelen ser los dedicados a los derechos de los españoles, trabajo y vivienda entre los esenciales, los llamados “padres de la Constitución” con la inestimable ayuda de los amos y señores de los cuartos de bandera de los cuarteles militares nos colaron algún que otro gol como la llamada indisolubilidad de España o, el más preciado gol en plena escuadra, la constitución de España en Reino. De la noche a la mañana pasamos de ser un país regido durante años por un dictador elegido por la fuerza de las armas a ser una nación al frente de la cual como Jefe del Estado se situaba un Rey al que, tampoco, nadie había elegido directamente. La legitimidad de los Borbones llegaba vía selección digital, es decir a dedo, por la mano de un general sanguinario.
Y después de largos años de reinado, devaneos amorosos incluidos, junto con cacerías de elefantes y algún que otro negocio a comisión para engordar su cuenta corriente el Rey elegido por Franco como su sucesor se cansó de seguir haciendo un trabajo tan cansado como el de ser Jefe de Estado y decidió ceder cetro, metafórico, y corona, también metafórica, a su hijo que pasó a regir España bajo el nombre de Felipe VI. Para valencianos y catalanes no podía haber elegido peor nombre, el anterior Felipe, el V, dejó a unos y otros sin fueros, ordenó perseguir su lengua y pasó a sangre y cuchillo ciudades como Xàtiva. Siempre nos vendieron la idea de que este Rey era el mejor preparado de los monarcas de la dinastía borbónica, y no lo pongo en duda, a poco que se haya podido preparar, pagado por nuestros impuestos, seguro que está por encima de cualquiera de sus antecesores en el trono. Pero tal vez fallen los escribanos de sus discursos.
Siempre se ha dicho que en la monarquía democrática española el Rey “reina pero no gobierna”, pero hace unos días el actual monarca español acudió a Estrasburgo para discursear, es uno de sus trabajos, ante la Eurocamara y quienes le escribieron el discurso entre frase y frase metieron alguna que otra “morcilla” para llevar el agua al molino del nacionalismo español. Felipe VI lanzó un discurso que, en estos momentos, fue como una pedrada para más de la mitad de la población catalana. Fue un discurso lleno de los tópicos de siempre, de la unidad de la patria, del sumar y no restar, de ensalzar una Constitución amparadora de tradiciones, lenguas y culturas, en fin, más de lo de siempre para terminar afirmando “Soy europeo porque soy español”, como si no hubiera otra manera de ser europeo. Tan sólo le faltó lanzar el grito de rigor de “Santiago y cierra España”, tal vez otro día lo haga. Tal vez ahora que tanto se habla de consultas y referéndums también sería interesante preguntar al pueblo español si está dispuesto a seguir manteniendo una institución tan obsoleta e inútil como una monarquía cuya legitimidad proviene de un dictador.
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