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Sáhara Occidental a cuatro décadas de un gran fracaso español

Hace exactamente cuarenta años, los españoles encontraron el fruto a sus décadas de errores, dilaciones, quimeras y autoengaño
Luis Agüero Wagner
miércoles, 14 de octubre de 2015, 05:47 h (CET)
El 16 de octubre de 1975, el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya dictaminó que al momento de la llegada de los españoles al Sáhara, fijado en 1884, el territorio hoy conocido como Sáhara Occidental no era una tierra de nadie, sino que estaba habitado por tribus organizadas que tenían sus propias autoridades.

El fallo también reconocía que el Sultán de Marruecos ejercía autoridad sobre estas tribus nómadas que deambulaban por este territorio.

Hubiera sido absurdo desconocerlo, tanto como desconocer que alguna vez existió un imperio marroquí denominado almorávide(1), gestado en una confederación de estas tribus.

Fundado por la unión de tribus bereberes del Sáhara, este imperio extendió su dominio a lo que hoy es España, controlando ambas riberas. Iba desde el valle del Ebro hasta la Mauritania actual (siglos XI y XII)

Pocas semanas después, en noviembre de 1975, los perdonavidas que integraban el pundonoroso ejército franquista del caudillo de España por la gracia de Dios, Francisco Franco, magnánimamente, evitaron un baño de sangre en el desierto del Sáhara.

De haberse producido la frustrada matanza, las víctimas hubieran sido millares de marroquís indefensos, que participaban entusiastamente de la “Marcha Verde” o recuperación pacífica de su ancestral territorio hoy conocido como Sáhara Occidental.

La entrega del territorio por parte de las autoridades españolas, en medio del generalizado desconcierto que generaba la agonía del generalísimo, de forma súbita y sin explicaciones, luego de múltiples promesas solemnes de hacer lo contrario, disparó una justificada indignación en muchos españoles.

Los españoles se habían presentado mucho tiempo como los protectores de la población saharaui contra la voluntad agresiva de Marruecos, y al iniciarse la marcha verde habían acusado al rey Hassan II de haber iniciado un vasto plan de genocidio.

Sin embargo, en aquellos días de noviembre del año 75, los presuntos defensores del pueblo saharaui desarmaron de la noche a la mañana sus fuerzas y anunciaron la entrega del territorio a los vilipendiados “agresores” marroquís.

Los protegidos del régimen franquista a quienes el mismo Carrero Blanco había convertido en ciudadanos españoles, la población saharaui, vieron horrorizados cómo los abandonaban sus gallardos protectores, poniendo los pies en polvorosa y entregando sin disparar un tiro el Sáhara a los moros. Algunos huyeron despavoridos ante la llegada de las supuestas hordas invasoras.

La agonía de Franco, un fallo ambiguo del tribunal de La Haya y la popularidad de la marcha sobre el desierto habían mostrado la realidad desnuda, a quienes por mucho tiempo la prefirieron vestida. Ante la inmensa movilización, los españoles encontraron el fruto a sus décadas de errores, dilaciones, quimeras, autoengaño.

El fracaso no podía ser más bochornoso y rotundo.

Habían intentado perpetuar su dominación colonial, inventando un territorio que buscaban convertir en estado y luego dilataron hasta el extremo el problema, tanto que todo se derrumbó como un castillo de naipes.

Se habían negado a reconocer las realidades sociales, económicas y políticas de la región, y abruptamente todo terminó en un fracaso solo comparable con el desastre que cinco décadas antes había significado Annual.

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