Cuando éramos pequeños, a muchos de nosotros nos apasionaba la geología, eso de averiguar las capas que tenía la tierra y, sobre todo, los volcanes. Aún recuerdo cuando fui a ver Pompeya, me pareció algo increíble el encontrarme en el mismo lugar en el ocurrió aquella tragedia.
Pero todo se ve apasionante desde fuera, si buscamos en la Wikipedia que es una erupción volcánica, nos encontraremos con: “Una erupción volcánica es un fenómeno geológico caracterizado por la emisión violenta en la superficie terrestre, por un volcán, de lavas y/o tefras acompañadas de gases volcánicos”.
En resumidas cuentas, que cuando de pequeños hacíamos un volcán, procurábamos que saliera de él mucha plastilina roja, y si le podíamos poner lucecitas, mucho mejor, la nota subía. No obstante, el ver la tragedia que supone la erupción de un volcán tan de cerca, cambia la perspectiva de cualquiera. Sigue siendo un espectáculo increíble, pero también es una visión terrible el ver como la lava cubre y derriba cientos de casas.
Eso es lo que está sucediendo en la Isla canaria de La Palma, un archipiélago español cuyo volcán en Cumbre Vieja, entró en erupción el pasado diecinueve de septiembre. Miles de familias fueron evacuadas de inmediato de sus casas, la mayoría tuvieron quince minutos para coger sus pertenencias e irse a un lugar seguro. Imaginad que os dicen que en quince minutos tenéis que elegir una pequeña maleta o bolsa con lo imprescindible, pero lo grave es que cuando esas personas cerraron la puerta de sus hogares, sabían que ya no iban a volver.
Las imágenes que se ven son impactantes para nosotros, pero más lo debieron ser para las personas que veían como aquella lengua de fuego implacable, cubría sus casas, esas que habían pagado con años de trabajo, esas que estaban llenas de recuerdos de toda una vida y que ya jamás recuperarían. En televisión existen tantas versiones de las ayudas que va a prestar o no, el gobierno, que ya no se sabe lo que es cierto y lo que no, el tiempo lo dirá, pero lo que está claro es que esas personas han sufrido la furia de la Tierra, una furia que venimos sufriendo últimamente más a menudo. ¿Casualidad? No lo sé, podemos decir que son las consecuencias de tanta contaminación y vandalismo con el medio ambiente, sin embargo, otros dirán que Dios nos está castigando.
Yo una de esas ideas la descartaría, ya que no creo que seamos tan importantes como para que se nos castigue, incluso que se nos tenga en cuenta. Pienso que la Tierra, igual que se creó, algún día se destruirá hagamos lo que hagamos, en lo único que nosotros podemos influir es en acabar con la vida de este planeta, cosa que no será muy difícil si seguimos actuando como lo estamos haciendo.
Al final, seremos nosotros los que nos mataremos, ya sea rompiendo la cadena alimentaria o con guerras biológicas, pero el caso es que, si cada vez nos enfrentamos a más pandemias, virus y toxicidades, es por nuestra culpa, por los gases que emitimos cada día, por las ondas que emiten nuestros miles de aparatos electrónicos y nuestro escaso interés en mantener el equilibrio del ecosistema.
Y después de todo este sermón que os acabo de dar a vosotros y a mí misma, tan solo me queda decir que esto aún no ha acabado. No, no me refiero al volcán que, por desgracia, dicen que estará soltando lava semanas, y cuyas previsiones son de que vaya al mar y expulse gases extremadamente tóxicos haciendo inhabitable un perímetro de seguridad hasta que el aire no sea respirable.
A lo que me refiero, es que cada mes nos enfrentamos a nuevas tragedias naturales o artificiales que escapan a nuestro control, al control del inteligente y sofisticado ser humano que todo lo domina, ese mismo ser humano que ha originado una pandemia mundial en la que han muerto millones de personas, el mismo ser humano que no se percató de que el mundo estuvo mejor sin él cuando estuvimos confinados. ¿Os seguís creyendo invencibles? Yo no. Desde aquí envío todo mi ánimo a los palmeros que han sufrido la furia del volcán.
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