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​Laicidad positiva

Jesús Domingo Martínez, Gerona
Lectores
martes, 28 de septiembre de 2021, 11:59 h (CET)

Durante los últimos días, con el tema de Afganistán, hemos podido apreciar que es interesante observar que el islamismo se alimenta de una corriente de islam que no subraya la religiosidad, la relación con Dios, sino sus leyes. De hecho, algunos estudiosos han señalado que esta forma de entender el islam es en realidad una forma de "agnosticismo piadoso", porque reduce la experiencia religiosa en una forma de moralismo o de legalismo, que se concreta en la obligación de que las mujeres lleven velo o burka, o que los hombres usen barba larga. 


No obstante se puede recordar que el fanatismo no es consecuencia de una religiosidad auténtica, sino precisamente lo contrario.


Nuestras democracias sólo serán maduras, como recordaba el filósofo agnóstico Jurgen Habermas, si incorporan la aportación sustancial de las grandes tradiciones religiosas. Es el concepto de laicidad positiva que acuñó Benedicto XVI y que sigue siendo una asignatura pendiente.

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Si bien el conflicto entre Israel y Palestina obedece a cuestiones de corte político y étnico que no podemos soslayar, en el fondo ostenta una decidida etiología mítica y religiosa. Esto es coyuntural ya que, de no tenerlo en cuenta, dificultaría comprender el alcance de los acontecimientos actuales. En otras palabras, si sostenemos la fuerte influencia bíblica y coránica podemos afirmar con cierta seguridad que no es visible una solución de fondo como muchos esperan.

Y seguimos sin establecer una oficina ad hoc para su debido tratamiento coordinado ya que los tres grandes contenciosos están encardinados, tan estrechamente interconectados como en una madeja sin cuerda, donde al tirar del hilo de uno para desenlazarlo, surgen, automáticamente, inevitablemente, los otros dos.

En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura. Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal.

 
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