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Volcán, erupción volcánica y Gobierno

El Ejecutivo no puede esconderse en poses con maquillajes de salón. Ha de dar la cara y, aunque sea por una sola vez, debe ser útil
José Luis Heras Celemín
jueves, 30 de septiembre de 2021, 12:39 h (CET)

El volcán Cumbre Vieja en la Isla canaria de La Palma ha entrado en erupción. En la televisión y medios de comunicación vemos las grietas y aberturas de la corteza terrestre por las que salen materias sólidas, líquidos y gases. Es un volcán tipo estromboliano, nos dicen, que lanza material piroplástico (gases, cenizas y rocas) con explosiones no violentas y con lava incandescente, a 1.200ºC de temperatura, que emerge en coladas, con bocas y flujos varios, de un magma candente que asola lo que roza. 


Volcán y erupción volcánica en La Palma son sinónimos de destrucción. Para todos, son una desgracia que produce solidaridad con los afectados. Para el Gobierno, el magma que arrasa la isla es, sobre todo, un alivio, un bálsamo que atenúa una realidad política en la que sus responsabilidades de gobierno, tratadas por medios de comunicación afines y controlados, se esconden tras las desgracias de los habitantes de la isla. 


Antes de la erupción, el Gobierno estaba en una situación tan difícil y desfavorable que alguien la definió como ‘sobre un volcán’, que es la que ocurre cuando hay un peligro grande e inminente. Con el magma saliendo y el volcán rugiendo hay otro escenario, y el peligro que amenazaba al Gobierno - crisis sanitaria, económica, laboral y social – ya no es el mismo. Está ahí, pero escondido tras la lava que devora edificios y cosechas; y que ha llegado al mar con efectos imprevisibles que son motivo de atención en una buena parte del mundo. En internet, por este motivo, se especulaba con la posibilidad de un tsunami con olas gigantes, de hasta 60 metros de altura, que llegaría a Nueva York y produciría daños en lugares a miles de kilómetros de distancia.


Pero fijémonos en lo que hay aquí. Es lo que toca. Por ejemplo, veamos hoy la situación del Gobierno ante el aumento del precio de la energía eléctrica. Estamos con los precios más altos de la historia, hay familias españolas pobres que pasarán frío este invierno, las empresas que la producen y comercian denuncian la situación. Y una de las cadenas nacionales de televisión (Antena 3), al informar  sobre el asunto en el informativo de las tres de la tarde, esperó 24 minutos para anunciar un precio que bate récords. 24 minutos de desgracias, lavas, bocas, coladas, cenizas y miserias. 

Volcán, erupción volcánica y desastre. Hay que asumirlo. Y encararlo. Todos, especialmente los que tienen responsabilidades de gobierno. Algunos han ido a La Palma estos días. Solidaridad y afecto. Por supuesto. Con fotos o sin ellas. Hay motivo para ir y para ayudar, no para convertirse en un estorbo de escaparate absurdo y caro. 


Pero cuál ha sido la ayuda. Muy poca: Apoyo moral, horas de vuelo en Falcón, algún viaje. Y lo anunciado tras el último Consejo de Ministros: Una ayuda urgente de 10,5 millones de euros. Sí, menos de 11 millones de euros para una población de 84.800 habitantes. Menos de 124 euros por persona. Sería de risa, si la situación no fuera trágica. Si se comparan esta situación con sus cifras con otras conocidas, el resultado espanta: Ejecutivo elefantiásico carísimo con 23 ministerios. Veraneos y vacaciones de escándalo Centenas de consejeros con sueldos muy altos. Becas a dedo. Puertas giratorias. Corrupción. Chanchullos. Trinques para vicios. Hasta una subvención de 53 millones de euros a Plus Ultra, una línea aérea con 3 aviones que factura al año, sólo, 2,5 millones de euros.


La lava sigue saliendo y el desastre en la isla de La Palma es evidente, y va en aumento. Miles de personas sin casa. Decenas de millares de empleos perdidos. Millones de pérdidas. Y los palmeros esperando ¿Y el Gobierno? Debe ayudar. Con algo más que 124 euros por persona. Ha de asumirlo. Y enfrentarlo. El Ejecutivo, que aprovecha el lenitivo del magma para tapar sus incapacidades y disimular insolvencias para enfrentar responsabilidades que no ha podido o sabido solucionar, en este caso no puede esconderse en poses con maquillajes de salón, frases hueras rimbombantes o subterfugios evasivos. Ha de dar la cara y aunque sea por una sola vez, ésta, debe ser útil.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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