Se dice que “el que tiene un amigo, tiene un tesoro”. Una verdad incuestionable. Pero no debemos perder de vista el verdadero sentido de la palabra amistad. No se refiere a conocimiento, vecindad, cercanía o convivencia. La palabra amistad llega más lejos y se convierte en un compromiso que se debe aumentar y mejorar con el tiempo y que se ha de regar con comprensión, aceptación, cercanía (sin pasarse) y respeto. Todo ello se cocina con el encuentro y el diálogo. Esta maldita pandemia, que nos ha castigado -y sigue castigando implacablemente- a lo largo de los casi dos años que lleva presente entre nosotros, se ha convertido en una etapa en la que se ha propiciado el desapego definitivo o el engrandecimiento del sentido de amistad verdadera. Aquella que no se queda en lo banal o intrascendente, sino que se basa en el acompañamiento, la aceptación, la comprensión y el proyecto común. A estas circunstancias hay que darles forma. Creo que debemos permanecer lejos de aquellas visitas protocolarias que cultivaban nuestros ancestros; esas tediosas tardes de chocolate y pastas rodeadas de chismes, críticas y conversaciones intrascendentes. Debemos procurar huir de esas tertulias de café, de peñas, de mesas de juego, del amigo de copas o el amiguete, que por sí no son perjudiciales, pero que te transmiten y benefician en poco. Estimo que el cultivo de la amistad hay que cimentarlo en el encuentro de forma periódica, sin invadir la intimidad del amigo, acompañando (que no indicando) en el camino a seguir. Llenando la soledad del otro y, en una palabra, dando mucho y exigiendo poco. Recordar que el secreto con tu amigo es inviolable y la comprensión permanente. Por eso la amistad es, como decía Plutarco, un “animal de compañía no un rebaño”. Los nuevos medios de comunicación permiten ejercer la virtud de la amistad con poco esfuerzo. Pero, ojo, huyendo de los lugares comunes. Estoy hasta las narices de algunos miembros de los grupos de whastapp que basan su aportación en mandarte deseos llenos de floripondios. Creo que es mucho más importante y de agradecer, la frase oportuna en el momento necesario. Descolgar de vez en cuando el teléfono y manifestar tu cercanía de una forma discreta y dándole el tiempo que precise. O esa visita “enmascarillado” y a la distancia necesaria, que acompañe la soledad en que, desgraciadamente, nos vemos sumidos todos, por la falta de libertad de encuentro.
Esta gimnasia del corazón es muy beneficiosa para todos. Les recomiendo una sesión, por lo menos, cada semana.
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