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Cuando la música duele

Isabel Villalta nos da un auténtico concierto histórico, musical y poético, a modo de partitura clásica y popular
Nieves Fernández
miércoles, 10 de noviembre de 2021, 09:19 h (CET)

Fue un año especial el 2017, lleno de publicaciones propias y ajenas, ajenas también a las enfermedades contagiosas que no habían de llegar aún. Pero las lecturas se agolparon en las estanterías, no es justo que se queden las obras escondidas por el tiempo de los cuatrienios silenciosos.


En la Colección Erato de Ediciones Llanura de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha, apareció un dolor humano que iba aparejado a la creación musical, a la que tanto acudimos y pedimos prestados los poetas, ya sea en colaboraciones e intermedios sonoros de contraste, o por el ritmo que la musicalidad nos da, si sabemos gobernarlo.


Isabel Villalta escribe actualmente sin tregua obras y obras, nos sentimos orgullosos de que así sea, y cuando me ofreció su dolor musical en color de granito granate, con portada de kiosco y banda de música, supe que era un gran tema por ella tratado desde la más pura armonía del verso y la palabra.


Isabel nos muestra en “El dolor de la música” sus cadencias vividas, haciendo guiños a la historia, como si fuera una película con banda sonora incorporada. Temas musicales expresados desde la España que no ha olvidado los sonidos más elevados de cualquier tiempo, junto a los más pachangueros y religiosos de la posguerra, y con todas sus connotaciones sociales y políticas de los pueblos nuestros.


Isabel Villalta nos da un auténtico concierto histórico, musical y poético, a modo de partitura clásica y popular, con un preludio de su infancia, preludio del mismo dolor que ella siente. Así, tira de sensaciones lúdicas, de vocabulario renacentista o italiano y nos muestra que su amiga la música le ha acompañado siempre. Música y memoria, palabra y poesía han sido dolor en su costado, pero también disfrute en la audición, in crescendo, desde todos los tonos y sonidos de infancia que siempre fueron música o así la acompañaron en su crecimiento.


Cuando Isabel nos invita a sus terrazas artísticas, llámense piscina poética o campo de puertas abiertas de columnas altivas y sonoras, sabe que nos convoca a la música, no sabría disociarla, se siente así en cadencia sonora con la amistad, o amistades derivadas de la creación artística. Cada poema está escrito con preámbulos de otros autores y poetas, dedicados a personajes de su familia.


La música y la poesía para Isabel son un tándem, y así nos hace llegar al vibrato, a los acordes del afilador, a la melancolía, al nostálgico silbato, a la niña de domingo en el templete, a la campanita de la tienda de ultramarinos, cuando aún no había dolor y los conciertos eran aire mágico que la elevaban por medio de la luz y el sonido.


Era su momento de escuchar a Granados, Albéniz, Falla, Vivaldi o Debussy… Pero también a Nino Bravo, Karina, Celentano, Los Bravos. “La música de un mundo/ para la sinfonía más vibrante/ y mejor interpretada de todos.”

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