El sol se cuela, silencioso, en el vestíbulo del Hotel Renasa. Falta media hora para el mediodía. Es domingo. Se percibe en el ambiente. A través de las ventanas, observo cómo los coches entran y salen de la ciudad por la carretera de Barcelona. El recepcionista me avisa de que Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967) bajará en breves minutos. El escritor sudamericano ha acudido a València para presentar su nuevo libro de cuentos, ‘La vía del futuro’ (Páginas de Espuma), en el Golem Fest València 2021. En sus ocho relatos, como reza la contraportada, Paz Soldán «explora las perturbadoras y laberínticas relaciones del ser humano con la Inteligencia Artificial todo un viaje insólito que abre las puertas de lo posible a un futuro que ya está aquí». Suena la campanilla del ascensor mientras se abre. Edmundo, sonriente, se dirige hacia mí. Nos saludamos. Mascarillas mediante. Poco después ocupamos los sofás de Recepción. El piloto rojo de la grabadora brilla. Es la hora de comenzar nuestra conversación.
Edmundo, en ‘La vía del futuro’ encontramos una cita preliminar: «I program my own computer/Beam myself into the future» (Programo mi propia computadora/Me proyecto hacia el futuro). Procede de un tema del grupo Kraftwerk. ¿De alguna manera estas palabras han inspirado la escritura de estos cuentos?
Cuando comencé a escribirlos no estaba escuchando música. Fue otro día, mientras Kraftwerk sonaba en mi casa, cuando me dije que en la letra de ese tema había resonancias. La frase de la cita se me quedó dando vueltas en la cabeza y comencé a ver conexiones por todas partes. Esas cosas me suceden siempre que estoy muy metido en lo que escribo.
¿Desde cuándo arranca tu interés por la ciencia-ficción? Como lector desde la adolescencia. Cuando comencé a escribir, publiqué dos novelas sobre este género: ‘Sueños digitales’ y ‘El delirio de Turing’. La primera se centra en los hackers y la otra en la manipulación de imágenes audiovisuales por parte de un gobierno. Sucedía entonces que yo me movía entre dos tradiciones muy fuertes: por un lado, la narrativa sudamericana, de contenido social y político; y por otro, algo más fantástico como era la ciencia ficción. Traté de unir ambas vertientes, pero los textos me salieron con menos ciencia ficción de lo que yo hubiera deseado. Esto pasó hace veinte años y creo que ahora he encontrado un punto en el que ambas tradiciones se han fusionado de mejor manera.
La realidad avanza muy deprisa, a grandes pasos, ¿acaso la ciencia ficción se va a quedar desfasada en algún momento? Cuando tú escribes un cuento en el que aparece una pastilla anticonceptiva en pleno siglo XIX, eso es literatura mágica. Si escribes sobre la pastilla, ambientando la acción en los años sesenta, puede entenderse como algo provocativo. Y si lo haces ahora, suena a obsolescencia. Por tanto, creo que la realidad continúa su avance y normaliza ciertos aspectos que, en su momento, considerabas como fantásticos, pero que ahora parecen procesos ya inevitables.
‘La vía del futuro’ contiene ocho cuentos que hablan sobre la Inteligencia Artificial (I.A.). Tal vez podías haber escrito una novela en lugar de los relatos, ¿por qué te decantaste por este formato?
Simplemente porque para mí el cuento es algo fundamental para narrar cosas muy específicas. Me gusta escribir libros de cuentos que guarden una cierta unidad, en los que los relatos dialoguen entre sí y respiren un mismo ambiente. Para mí el ejemplo más claro sería ‘Ficciones’ de Borges o ‘El Llano en llamas’ de Rulfo. Hacerlo de esta manera supone tener lo mejor de ambos mundos, es decir, la autonomía del cuento y, a la vez, la construcción de un espacio como el de una novela, que puedes habitar a lo largo de todas sus páginas. He de decir que, al principio, solo pensé en un cuento, ‘La vía del futuro’, que fue como el Big Bang del volumen. Después comencé a estirar de la madeja y descubrí que llevaba entre manos un libro que trataba sobre la relación de los humanos con la I.A.
Con esta estructura narrativa, al lector le ofreces una visión poliédrica de la I.A., donde hablas de religión, de tecnología, de economía, de trabajo, de la vida cotidiana y de varios temas más. Es verdad. Tras la intuición del primer cuento, descubrí que todo esto se había normalizado tanto que se había vuelto ubicuo. Pensamos que el ordenador o el móvil están ahí fuera, pero en verdad trabajan aquí dentro [Edmundo señala su frente con el dedo índice]. La máquina es tan fuerte que se ha vuelto invisible y a través de estos cuentos pretendo «desfamiliarizar» algo que, calladamente, se nos ha vuelto familiar. Por eso abordo diferentes aspectos de la I. A., que, como tú dices, abarca muchos ámbitos.
La I.A. necesita la creación de un nuevo tipo de espiritualidad. Y de ello habla el cuento ya citado de ‘La vía del futuro’, que, además, da título al libro. En el año 2015, Anthony Levandowsky, entonces ejecutivo de Google, fundó The Way of the Future, una religión similar a la que tú describes. ¿Qué relación guarda Levandowsky con estos cuentos? Leyendo sobre Levandowsky me surgió la primera idea para el libro. La tuve un tiempo dando vueltas en mi cabeza hasta que se produjo la alquimia de la escritura. Sucedió un día en el campus, a la hora del crepúsculo, cuando salía de la Universidad. Mientras pasaba frente a otro edificio, vi como a unos cincuenta chicos trabajando con computadoras detrás de una cristalera. Estaban inclinados sobre las pantallas. Visto desde fuera, me pareció que aquel lugar era una iglesia y que ellos asistían a misa. Me dije que Levandowsky no estaba tan loco, que no era un friki como creí al principio, y que, aunque de manera informal, ya estábamos adorando a la máquina. Así que pensé que de lo que se trataba era de escribir un cuento sobre esto, pero de manera más formal.
Se me ocurre que cuando un usuario conecta su ordenador y establece un diálogo con él, es como si rezara. No sé si ese podría ser el rito de la plegaria en esa nueva religión. Pues sí, es cierto. Además, hace unos años el hecho de pensar en esta unión entre lo espiritual y la máquina podía ser considerado como una blasfemia. Pero ahora ya no. Todo esto se ha normalizado mucho. De hecho, durante la pandemia, yo asistí a un montón de funerales, vía zoom, de antiguos compañeros, que murieron por el covid. La misa se publicitaba en Facebook, porque entonces en esos actos no se permitía la presencia de personas. También surgieron apps anunciando misas normales a las que la gente se podía conectar. Todo eso tiene que ver con el hecho de que la tecnología se ha mezclado con la vida cotidiana, laboral y también espiritual. Incluso en la búsqueda de pareja, aunque esto ya se estableció hace mucho más tiempo.
En ese mismo cuento utilizas una estructura narrativa que he visto en textos más extensos y pocas veces en un relato corto. ¿Se trata de un experimento literario? Cada cuento lleva aparejada una indagación para obtener datos sobre la I. A. Luego me planteé de qué manera lo presentaría. Y pensé que podía funcionar como un texto relativo al periodismo de investigación y entrevistas, que justificara incluir esos bloques informativos. A mí no me gusta que los bloques aparezcan en un cuento. Han de permanecer escondidos en la narración. Pero en este caso no podía ocultarlos, así que decidí integrarlos como si se tratase de una investigación periodística.
El capitalismo se reinventa en el nuevo mundo que podríamos encontrar bajo la I.A. Lo vemos en el cuento ‘El Señor de la Palma’, donde la explotación humana continúa, pero ahora bajo el control de la máquina. Exactamente. Me han preguntado muchas veces cómo se puede hacer una ciencia ficción hispanoamericana si no somos productores de ciencia, sino importadores. ¡Como si la ciencia ficción fuera un producto exclusivo del mundo anglosajón! Para mí resulta fundamental que, si nosotros recibimos esa tecnología, podamos analizar las desigualdades que produce su llegada. El cuento que citas comienza como una sátira sobre el emprendedurismo, fomentada por Don Waitiño, el patrón. Él pretende que cada miembro de la clase trabajadora sea un emprendedor. Después descubrimos que ese deseo suyo esconde algo más tenebroso. Don Waitiño, además, es un holograma y desconocemos si realmente existe o no.
En ‘La muñeca japonesa’ hablas sobre la violencia contra los androides. Ese relato trata de robots y en él está condensado todo lo que descubrí que se había publicado sobre ese tema en los últimos veinte años. Al contrario de lo que ocurrió con el cuento ‘La vía del futuro’, aquí no quería contar la investigación de una forma obvia, así que suministré la información al lector a través de cada nuevo modelo de robot que aparecía en el mercado.
¿Pueden los androides albergar sentimientos como el de la soledad? Eventualmente, no me gusta jugar a ser visionario, ni vaticinar.
Pero, tú eres un escritor de ficción, puedes especular. Es verdad, puedo especular partiendo de lo que sé. Un teórico checo-brasileño, Vilém Flusser, afirmaba que cada máquina tiene su caja negra y existe un punto al que el propio programador no puede acceder, ni conocer. Así que no lo tiene todo bajo su control. En consecuencia, pueden surgir máquinas que proyecten imágenes como si estuvieran comenzando a soñar. Yo no creo que aparezca todavía un robot, tipo Terminator, que pueda dominar todo eso. Pero, pasito a pasito, las máquinas adquieren grados de autonomía y hacen cosas para las que no estaban programadas. Surgirán comportamientos, que tampoco estaban previstos, y que resultarán lógicos para un ordenador, pero que carecerán de sentido para un ser humano. Sin embargo, yo no los antropomorfizaría, porque pienso que desarrollarán capacidades distintas a las nuestras.
También describes el sentimiento de abandono de los androides, de su arrinconamiento, como le ocurre a Maggie, la asistenta del primer relato. El tema de la obsolescencia resulta más obvio en las máquinas que en nosotros los humanos. Y así, aunque los obreros pueden ser reemplazados por máquinas en nuestra corta vida, la duración de su existencia todavía es más breve que la nuestra.
Dentro de la visión poliédrica que citaba al principio, en los demás relatos hablas de bitcoins, de ovnis, de la vida en pareja… En el fondo, si nos paramos a pensar estos relatos no son más que espejos donde reflejar nuestra realidad actual, proyectándola en un futuro más o menos lejano, ¿no? Sí, de hecho a mí me importa lo que puede pasar dentro de cincuenta años, pero me interesa mucho más lo que pasa ahora. La ciencia ficción es un instrumento para establecer un diálogo entre el futuro y el presente y, dado que hay tantas novelas que trabajan la relación entre el hombre y la máquina, pensé que era el momento de que la ciencia ficción pudiera iluminar nuestro presente. Todos hablamos y negociamos al menos veinte o treinta veces al día con los algoritmos y, como he dicho antes, eso es algo tan evidente que no lo vemos.
Después de esa preocupación tuya por el futuro y el presente, cabe preguntarte: ¿detrás de estos cuentos se esconde una escritura terapéutica o de desahogo? Lo que pasa [risas] es que una vez que abres este mundo, comienzas a verlo por todas partes. En otros momentos, otros textos me han producido una sensación de mayor ansiedad que estos. Ahora me resultan más bien estimulantes. Dice un amigo mío que es como si te agarras a un cable por el que te está pasando la electricidad a toda velocidad sin que te des cuenta. Y no quiero soltarme. Trato de aprovechar al máximo esta mirada extrañada sobre este mundo, porque si te sueltas, a veces te cuesta mucho tiempo volverte a enganchar.
Hombres, mujeres y androides pueblan tus cuentos, seres desubicados, atribulados y desorientados, que buscan un lugar en el futuro que les ha correspondido vivir. Sí, y de hecho, los nuevos explotados de este mundo desigual, los del relato ‘Bienvenidos al nuevo mundo’, esos chicos de la universidad que no encuentran acomodo están deseosos de tomar una pastilla para tratar de marcharse a otro lado, a otra realidad, porque la sociedad no les brinda las mismas posibilidades que tuvieron sus padres o sus abuelos. Viven con mucha precariedad, sumidos en la ansiedad permanente, porque se les avecina un futuro que no parece llegar con muchas esperanzas.
Precisamente, ‘Bienvenidos al nuevo mundo’ es el relato más desasosegante de todos. ¿Por qué lo has reservado para el final del volumen? Pertenece al mundo que más conozco: el de la universidad. Siento mucha empatía con todos estos chicos que no sé qué van a hacer luego. Cuando yo terminé hace veinticinco años, había muchas oportunidades, pero ahora hay campos en los que, literalmente, no hay un solo puesto de trabajo. Actualmente, tenemos convocado un concurso para cubrir una sola plaza y hemos recibido doscientas solicitudes. Y todas son de gente muy preparada y súper capaz. Sé que voy a decepcionar a ciento noventa y nueve e imaginé que ese sería el futuro. Se abrió la botella, salió el genio y dijo: «Bienvenidos al nuevo mundo». Yo deseaba sembrar esa duda, esa incertidumbre, sobre los desafíos que se nos vienen encima. Por eso coloqué este relato en último lugar.
Falta muy poco para concluir la entrevista, pero antes he de preguntarte dónde se encuentra Edmundo Paz Soldán en estas ocho narraciones. Es una muy buena pregunta. El cuento al que me siento más cercano es ‘Las calaveras’, ya que en ese texto estuve trabajando ciertas ansiedades de pareja por llamarlo de alguna manera. El protagonista tiene algo que ver con un determinado momento de mi vida y escribirlo me permitió entenderme mejor a mí mismo.
La última por hoy: ¿Próximos proyectos? En abril aparecerá una nueva novela mía, relacionada con el cuento de ‘El Señor de la Palma’. Se titulará ‘La mirada de las plantas’ y tiene que ver con la realidad virtual y con las plantas lisérgicas del Amazonas. En mi opinión, el Amazonas es el grado cero de nuestros problemas en América Latina. Disponemos de una larga tradición de novelas en la selva y pensé que era un momento interesante para ver cómo funciona este mundo casi postnatural. Además de eso, ahora mismo estoy escribiendo cuentos sobre el cambio climático, los animales y las plantas, con la intención de aportar un nuevo nivel de visión a estos asuntos.
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