Hoy he leído la noticia de una mujer, cuyo nombre no voy a decir, que, tras haber intentado suicidarse, ha abandonado temporalmente la televisión para ingresarse en un centro psiquiátrico, pero lo que más me ha chocado es que esa mujer era cómica en un programa de televisión. Por lo visto estaba sufriendo un acoso sin tregua en las redes sociales. Que triste es que te acosen, pero que cobarde es que lo hagan por las redes sin dar la cara, no entiendo que, si tantos filtros ponen las redes a todo, ¿por qué no pone también filtros a comentarios dañinos? ¡Ah, no!, que eso es libertad de expresión, y encima, si todo fueran comentarios positivos, no serían realistas y viviríamos en una falsedad.
¡Al carajo la libertad de expresión y al carajo la realidad! Todos deseamos falsedad antes que un comentario desagradable, sabemos que es falso, pero deseamos vivir en esa falsedad que nos hace menos daño que un comentario cobarde de un estúpido con algún complejo de inferioridad que aún no se ha tratado.
Sí, prefiero convivir con la falsedad que con la ansiedad, prefiero una sonrisa falsa que una mirada de odio, prefiero ver un espejismo y perseguirlo, que quedarme parada y morir en el desierto. Pero después de daros instrucciones detalladas de cómo quiero que me tratéis, de nuevo vuelvo a pesar… ¡Era cómica! Esa mujer mostraba una sonrisa mientras su interior moría, pero, aunque me parezca chocante, la única diferencia entre ella y mucha gente, es que ella salía en un programa de televisión mientras para los demás, el programa de televisión se convierte en su vida cotidiana.
Cada vez que te preguntan cómo estás y dices que estás bien, cada vez que ocultas tu mirada melancólica y perdida en el horizonte, cada vez que haces como si fueras feliz, esos miles de “cada vez” que día a día van llenando el vaso gota a gota, al final terminan desbordándose, porque la depresión es para todos igual, y en realidad, todos actuamos de cómicos en esta vida mientras morimos por dentro.
Creo que por eso odio la Navidad, el exceso de falsedad me agota, porque pienso que la falsedad debe servirse en frascos pequeños, como el perfume, y uno, de esa forma, puede devolver esa falsedad y esa sonrisa fingida con mesura. Pero el problema es que en Navidad toda esa falsedad se desborda, debes salir con la sonrisa puesta porque es navidad, debes felicitar a todo el mundo porque es navidad, debes divertirte y emborracharte porque es navidad, debes atragantarte con doce puñeteras uvas en fin de año porque es navidad, y, por su puesto, debes engordar tres kilos porque es navidad.
Pues sinceramente, porque no me llega para irme al Caribe esas tres malditas semanas, que, si no, iba a esperar a Santa Claus y a los Reyes Magos la madre… de cada uno. Bueno, lo mismo mi hijo no me hubiera dejado irme al Caribe, que yo no sé de dónde le ha salido ese espíritu navideño, que quería poner el árbol de navidad el fin de semana pasado porque decía que el del centro comercial ya estaba encendido.
Bueno, resumiendo, que prefiero convivir con una falsedad moderada, así que no me sonriáis todos a la vez que mi sistema hipócrita puede sufrir un daño y quedarse averiado, y… no desearéis que os muerda, ¿verdad? Además, a mi luxación de mandíbula no le viene bien ni morder ni sonreír demasiado.
Y recordad, muchos cómicos en esta vida sonríen en público y lloran en soledad, son muchos a los que los ahoga la tristeza y siguen diciendo que se encuentran bien, así que, no los creáis, tendedles una mano cuando digan que están bien y abrazadlos cuando os respondan con una sonrisa en su boca, pero una llamada de auxilio en sus ojos.
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