No se puede esperar más. La defensa de los niños en Cataluña es urgente y hasta los jugueteros muestran su enfado por la burda manipulación que hace al efecto el ministro de Consumo, Alberto Garzón. Sabido es que el Gobierno «Frankenstein» se ha desentendido de los problemas de represión que practica el independentismo catalán, las amenazas a las familias y la persecución a todo lo español, incluidas las instituciones y las tradiciones.
El Defensor del Menor está obligado a actuar contra los padres que utilizan los medios a su alcance para el logro de sus fines políticosy para divulgar datos personales que alientan la violencia y el odio. Tampoco quiero ver al Defensor del Pueblo escondido tras el agradecimiento al Gobierno por el cargo a dedo –con el beneplácito del Partido Popular-- y el sueldo garantizado tras fracasar en las últimas elecciones de Madrid y negarse a representar a los cuatro madrileños que le habían votado.
El declive de la democracia española empezó por la degeneración de personajes y partidos que han aterrizado en el escenario político, y que enarbolan los estandartes del socialismo y el comunismo. Sí, los mismos que parecían hablar de regeneración, cuando lo que apuntaban era la «degeneración» de la convivencia y la destrucción del sistema.
Ese declive se ha extendido por Cataluña, aumentado y multiplicado; máxime, tras el fracaso del 1-O y los brutales «atentados» contra el niño de cinco años y su familia. En este momento, un niño de cinco años tiene jaque al independentismo, a la Generalidad y a las instituciones catalanas, que son observadas minuciosamente desde Europa. La espada de Damocles pende sobre 10.000M de ayudas que pueden volver a congelarse si el Gobierno no cumple, como no está cumpliendo.
Admirable es la postura de la Asamblea por una Escuela Bilingüe de Cataluña, así como la de Impulso Ciudadano. Gracias a ambas muchas familiashan empezado a perder el miedo, al igual que Guardia Civil y Policía exige que sus hijos estudien en español en las escuelas de Tabarnia y Tractoria.Todos entienden que la libertad no llega sola; de ahí que la revolución por la libertad en Cataluña haya empezado a llegar a los centros educativos, no sin peligro de ruptura. No se trata de buscar la confrontación sino más bien al contrario: se trata de que en los centros educativos se respete el cumplimiento de la ley; en este caso el cumplimiento de la sentencia que garantiza ese 25% en español.
Pongámonos por un momento en el lado opuesto. ¿Qué pasaría si en vez de pedir el respeto por ese 25% de español en los centros educativos, fuese un 25% o más de catalán? ¿Se imaginan cómo reaccionarían los energúmenos independentistas, nacionalistas y antisistema? Sin duda dejarían de cumplir la ley, como incumplieron el 1-O y llamaron «democrático» a lo que fue un esperpento donde votaban algunos ciudadanos con su perrita en brazos y dos papeletas: habían rizado el rizo de convertir en ciudadana a la perrita, aunque fuera de forma ocasional y circense. A eso llamaron «legalidad del 1-O» y a eso llaman «voluntad del pueblo catalán».
Supongo que nadie esperará nada de quienes son incapaces de razonar con personas que intentan dar normalidad a la represión y al acoso a un niño de cinco años. Y todo ello para imponer una lengua que únicamente se habla allí, y en muchos casos se habla mal y con muchas deficiencias. Y lo mismo que normalizan el acoso y la represión a un niño, lo hacen con los adultos; es decir, no dudan en normalizar la fuerza para imponer una ideología, religión, norma o decisión. Lo peor de todo es que, a la vez que reprimen, ellos mismos se victimizan con peregrinos argumentos.
Me cuesta entender cómo los medios vendidos a la izquierda y a la ultraizquierda silencian el acoso fascista al niño de Canet de Mar y a su familia. ¿Por qué ocultan el linchamiento que sufre el menor por solicitar sus progenitores un 25% de clases en español? A nadie debe sorprender que cientos de familias catalanas silencien sus deseos de cumplir la legalidad.
Pocas familias se atreven a pedir la educación en español en esa Cataluña despendolada por el independentismo. Buena parte de la ciudadanía catalana tiene miedo a ser apuntado con el dedo y a quedar señalado para siempre. Así llevamos muchos años. Y es el momento de cambiarlo. Al catalán que se siente también español, porque lo es, hay que recordarle las palabras de Carlyle: «Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate».
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