He tenido el gusto de ver el documental que, sobre La Polla Records en su regreso para celebrar el cuarenta aniversario del grupo, dirigió Javier Corcuera y que llegó a exhibirse en el Festival de San Sebastián.
Dicha película acompaña al grupo (que conserva a tres de sus cinco miembros fundadores: Sumé, Abel y Evaristo) durante la gira conmemorativa del mismo, ofreciendo secuencias tanto de las actuaciones como de ciertos momentos en el back-stage, entre los que cabe destacar, aparte los comentarios chocarreros de Evaristo, los momentos de ternura de éste con su pequeña y la comparecencia de su madre por primera vez en un concierto de su vástago. La progenitora de Evaristo se muestra tan campechana, espontánea y lúcida como el hijo, desvelando qué casta es de la que proviene el galgo.
La Polla Records es de esos grupos marginados por la industria que principian su singladura de manera marginal y a los que es el favor popular el que acaba aupando a la categoría de leyenda; no en vano, muchas de las tonadas obradas por Evaristo ya engrosan el cancionero popular a ambos lados del Atlántico. De hecho, Latinoamérica es un inmenso territorio donde se rinde pleitesía al grupo de Salvatierra.
Abel, el bajista del grupo, que refiere las más luctuosas circunstancias que vivió la banda, apunta en una de sus intervenciones lo importante que fue que no llegara la heroína a su pueblo en aquellos primeros años, en los que tantos carismáticos músicos fueron víctimas de tan perniciosa sustancia. Se comprueba en el documental que La Polla no fue una formación punk al uso, pues cada uno de sus miembros tenía su propia personalidad no dejándose inducir a determinadas modas estéticas.
Abel cuenta cómo su primo Fernando (el malogrado batería) y él vestían con total normalidad y nunca se tatuaron. Evaristo, por su parte, deja ver cómo le contrariaba que se dotase al punk con ribetes de dogmatismo en aspectos superficiales. Asimismo, Páramos reitera cómo el adscribirse a la corriente que supuso el punk los salvó de las garras de la inanidad. Y entre profundas cavilaciones se desmarca el cantante-letrista con algunas de sus habituales perlas cultivadas: “Tengo que concentrarme, como las sopas Maggi”; “Estoy dando más vueltas por este garito que el rey buscándole un sentido a su existencia”.
Gran parte del documental transcurre por las trochas que transita el Evaristo senderista del que ya tuviéramos noticias desde Cuatro estaciones hacia la locura. Durante tales paseos el bueno de Páramos razona con fruición sus querencias campestre-ecológicas. Y en uno de esos momentos, mientas parlamenta para el equipo de grabación pasa una monja que saluda de manera lánguida, siendo respondida por Evaristo con impecable cortesía, y mientras la hermana se aleja, “el gallego de Agurain” rememora su infancia jalonada por tantas otras monjas, muchas de las cuales le daban coscorrones si no respondía respetuosamente a su “Ave María Purísima”.
Como decimos, conmueve sobremanera ver al padre senecto pero en perfecto estado de revista haciendo carantoñas a su pequeña antes de salir a actuar o paseando con su madre por Agurain mientras ambos en cooperado proceder atraen recuerdos de otrora, como cuando Pilar saca a relucir aquella beca que le dieron para estudiar en los Trinitarios la cual le quisieron quitar por no querer volver Evaristo a dicho colegio en un momento dado.
Entrañable resulta ver el bar del Otxoa, que en tiempos hiciera las veces de oficina de contratación de la banda, pues el propio Otxoa (dueño del establecimiento) les tomaba los recados.
En fin, el documental No somos nada (2021), hace un emotivo recorrido por algunas de las principales claves de la conformación de la que ya es una banda mítica.
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