Han saltado las alarmas. Los primeros en rebelarse en esta España desnortada de hoy, han sido los mayores (que no ancianos) que se sienten desprotegidos e inermes ante el olvido e incluso indiferencia en esta sociedad de hoy, cada vez más tecnificada y desgraciadamente más deshumanizada.
Los que ya pintamos canas y visitamos con más frecuencia los centros de salud que los bares o restaurantes, sentimos una creciente marginación en ciertos ámbitos donde se observa que las decisiones políticas, económicas e incluso sociales que se adoptan por sus dirigentes, se hacen sin tener en cuenta las necesidades e inquietudes de quienes hemos perdido el tren de la actividad laboral y pasamos a engrosar las filas del numeroso ejército de “mayores o jubilados”.
La generación Silenciosa (1926-1945) y la Baby Boomers (1946-1964) que, según los expertos, originan el coste más elevado para el sistema de protección social y la sostenibilidad no solo de las pensiones sino del equilibrio coste-beneficio de las empresas, parecen resultar una pesada carga para las posteriores generaciones: “las implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes”, según el “Informe sobre la estabilidad financiera mundial” publicado por el FMI en 2012, aunque añade “que vivir hoy más años es un hecho muy positivo porque mejora el bienestar individual.”
Nadie duda que, como señala el informe, la longevidad sea muy beneficiosa para el bienestar individual, sin embargo estas dos generaciones han sido y siguen siendoel salvavidasde muchos jóvenes y familias en paro o en dificultades económicas, consecuencia de los dos grandes terremotos mundiales a los que nos hemos enfrentado en este primer cuarto de siglo, como han sido la crisisfinanciera de 2008 y la pandemia del año 2019. Luego el impacto de la presencia de los mayores en el bienestar social de la comunidad es también más que evidente.
No es de extrañar por tanto, que los mayores y jubilados hayan iniciado una revolucionaria campaña contra el “olvido” de quienes, preocupados por la reconversión financiera impulsada por las fusiones después de la crisis y la aplicación de las nuevas tecnologías, estén sacrificando no solo a los empleados del sector (120.000 puestos de trabajo destruidos desde 2008), sino también la atención personalizada de los clientes que tienen una mayor dificultad para incorporarse a los avances digitales. Los directivos de las entidades financieras, además de ocuparse del crecimiento de los beneficios y de otras luchas de poder, deberían implicarse más en atender este problema transicional y tecnológico entre generaciones, que hoy afecta especialmente a nueve millones de pensionistas y 170.000 trabajadores del sector en toda España. Buscar el equilibrio entre el coste y el beneficio de la longevidad es el gran reto de la actual y de las posteriores generaciones.
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