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Café con aroma de mujer

​ Un éxito del que apenas se habla
Áurea Sánchez Puente
lunes, 28 de febrero de 2022, 11:05 h (CET)

Esta serie o telenovela, que se puede ver en Netflix desde el mes de enero, se grabó en Colombia y es una nueva versión de la que se emitió en el año 1994 con gran éxito en Latinoamérica. Lleva 8 semanas como la serie más vista en España en esta plataforma de pago. Un gran éxito de espectadores del que apenas se habla.


La telenovela de Latinoamérica no está bien considerada en España y nos sorprende esta aceptación. Los productores han hecho un esfuerzo presupuestario y artístico para romper con el tópico negativo que conlleva la telenovela. En esta ocasión el género considerado inferior  se codea con otras series de gran aceptación por parte del público tanto de habla hispana como de habla inglesa. Se trata de televisión de entretenimiento, muy a propósito en tiempos de pandemia como el que vivimos. Y todo ello contribuye a ese éxito.


De Café con aroma de mujer se habla en las redes sociales y alguna revista, como Semana, entrevistó a la protagonista femenina, Laura Londoño; algún periódico se refirió a la serie tangencialmente, como no, para referirse a la vida privada del actor protagonista. Incluso alguna reconocida periodista española provocó un titular al respecto por hacerse eco en una red social de la belleza de dicho actor, William Levy, un cubano-americano curtido en telenovelas que quiere zafarse del encasillamiento para hacer otros papeles que le den más enjundia  y consideración en la profesión.


Los responsables de la serie, de 88 capítulos en una primera temporada, explotan el atractivo físico de William Levy y lo hacen con gran acierto. El actor atesora cerca de 10 millones de seguidores en Instagram y gran parte de ellos se sumaron a partir de la proyección de esta telenovela en Estados Unidos, Latinoamérica y España. Pero el éxito de Café con aroma de mujer se debe a varios factores.

En primer lugar es una serie basada en una novela, que ya de por sí fue en Colombia un éxito como relato escrito y luego también en la pantalla en su primera versión.


En segundo lugar, la diferencia entre telenovela y serie se revela bastante imprecisa, si exceptuamos la calidad de la realización, la presentación de la historia y el ámbito en el que se inscribe una y otra. ¿Qué diferencia encontramos entre Café con aroma de mujer y Gambito de Dama, por ejemplo? Por el contrario, el espectador dirá que ve varias similitudes y el público en general no categoriza  House of Cards o Mad Men de diferente manera a cómo lo hace con Café con aroma de mujer. Cierto que esta última, desde nuestra cultura, es más reconocible por el contexto y la lengua empleada, el español.


Todo ello la hace más cercana y de gran interés para los millones de espectadores de habla hispana. La calidad de The Crowm y Downton Abbey, de la misma plataforma de Netflix, viene dada por el lugar en que fueron rodadas y por la industria anglosajona, tan diferente a la del resto, incluso a la de países europeos. Pero Café con aroma de mujer tiene una correcta trama o tramas, un guion aceptable y una realización que, como dicen los seguidores de las series, “engancha” bien al público espectador.


En tercer lugar, la conjunción de intereses entre medios productores y emisores de la serie, el canal RCN  de Colombia y Telemundo, de Estados Unidos,  junto con la plataforma Netflix, unido al presupuesto adecuado y un elenco oportuno de actores y actrices, contribuyen al éxito final.

Los guionistas explotan tres binomios fundamentales enfrentando a la ciudad con el campo; la riqueza con la pobreza y la bondad con la maldad. Todo ello entrelazado con la historia de amor central, que no falta en ningún relato cinematográfico que se precie.


Las tramas se superponen, por tanto, entre la historia personal de los dos protagonistas principales con el relato de la familia, dirigida por doña Julia. La empresa cafetera, que representa la bondad y la buena imagen del país hacia el exterior, se verá perturbada por la maldad, reflejada en el narcotráfico, que también forma parte por desgracia de la cultura de Colombia.


¿Qué novedades hay en esta versión de Café con aroma de mujer respecto a la primera versión? Indudablemente en la perspectiva de los personajes en su conjunto e individualmente. Llama la atención entre todos ellos que Teresa Suárez (Gaviota) se convierta en una líder feminista. Ella encabeza un movimiento de mujeres en busca de tierra para producir en cooperativa su propio café. Y los guionistas aciertan cuando dotan a la mujer de una fuerza extraordinaria con el nacimiento de su hijo en condiciones especialmente difíciles. Incluso convierten al protagonista masculino, un “yupi” que vive en Nueva York, en hábil doblador de ropa de bebé y domesticado amante con promesa de matrimonio. En la primera versión, esto no sería posible.


Si los binomios, las tramas y las escenas retrospectivas hacen de la telenovela algo extraordinario y original, para el público español hay una cosa más que añade atractivo y valor. Se trata del lenguaje coloquial que utilizan actores y actrices. Pero esto solo ocurre con los que son nativos del país donde se rueda, porque a los dos cubanos, que se les distingue por su acento diferente en la serie, William Levy y Yarlo Ruiz, no utilizan ciertos términos como los actores y actrices de Colombia. Ellos nos dan el lenguaje con el acento y la perspectiva que conocemos bien de Cuba, y que nos resulta familiar por la relación cultural tan estrecha entre España y aquel país centroamericano.


Sin embargo, en Colombia nuestro idioma común nos ofrece una perspectiva nueva y enriquecedora. Fijémonos, por ejemplo, en los verbos consentir y provocar. Los dos ganan un significado más positivo que el que tienen desde nuestro punto de vista. Pero lo más llamativo del lenguaje es ese “Kiu” que no sé ni cómo escribirlo y que viene a decir a mi modo de ver “¿Qué hay de nuevo?” Lo utilizan varios actores y actrices de la serie y en repetidas ocasiones.


Una de las expresiones sin traducción posible es “fresco”. No le encuentro sentido negativo ni positivo, sino que parece una expresión para zanjar un tema o profundizar en él, dependiendo de lo que le convenga a la persona con la que se esté hablando.


Decir “plata” entendido como dinero es algo muy extendido en Latinoamérica, por lo que se comprueba una vez más en la serie. Decir “vieja” no es peyorativo, se trata de una mujer joven o de cualquier edad.


“Siga” no indica que se invita a alguien a seguir hablando, sino que camine, que entre en alguna sala o lugar. “Permiso” se pide para abandonar una charla;  la “pieza” es el dormitorio; al teléfono se responde  con “aló” y nunca utilizan el tú sino el usted, incluso entre personas con las que se tiene una relación de cercanía y confianza.


Hay una expresión propia de la alta sociedad, pues la utilizan las dos mujeres encasilladas en esa parte de la tabla, Lucía y Lucrecia. La expresión es “me muero” y denota sorpresa máxima, el no va más.


Hay un verbo que tiene para los colombianos significado propio sin necesidad de añadirle partícula alguna, y es “renunciar”. Ellos saben con ese verbo que alguien deja el trabajo.


Expresiones más conocidas y que no necesitan explicación serían: “¿Cómo así?”, “¿Tanto así?”, “¿Y ya?”, “para qué mas”, “la misma vaina”, “estar grande” o, “pelao”.


Finalmente, y a modo de resumen, en la serie vemos el tratamiento del feminismo, la homofobia y el racismo desde una perspectiva actual.

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